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Viernes, 18 de abril de 2008
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Tiempo de canallas

Por Por Gary Vila Ortiz
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En todos los tiempos y en todos los países, la historia del hombre conoce épocas atroces aun cuando en muchos casos los pueblos no se dan cuenta de ello y en ocasiones, lo que es más grave, apoyan lo abominable. Impresiona que el Poder Autoritario logre con tanta facilidad que se transiten los caminos de la prepotencia y la intolerancia. Tal vez, o sin ningún tal vez, los horrores del nazifascismo representado por Musolini, Hitler y Franco no tienen comparación alguna con otros horrores, pero ellos tuvieron discípulos menores, más mediocres en la expresión de lo vil, y todavía quedan sembrados, en el mundo todo, los huevos de la serpiente. Hubo una época en Estados Unidos, calificada de modo inmejorable por Lillian Hellman, la compañera de Dashiell Hammett, el creador de la novela negra que fue un símbolo del coraje frente al macartismo que impuso el miedo a gran parte de la nación y que contó con una lista de delatores siempre listos a los impulsos sinuosos del senador Joseph McCarthy, quien pese a su mediocridad, o quizá precisamente por ella, dio su nombre a esos años terribles. Es posible que los más jóvenes, a quienes a la historia se la cuentan falsificada o directamente no se la enseñan, no tengan idea de esos años. O a lo mejor los perciben a través de una espléndida película dirigida por George Clooney, "God night and good luck", la historia de un periodista que se opuso con firmeza al macartismo. La llamada "guerra fría" tuvo como símbolos al miedo y a la delación. Fue, como dijo Lillian Hellman, un "tiempo de canallas".

He recordado estos hechos porque buscando (con la dificultad que los años imponen a mis búsquedas) material que necesitaba para hacer una nota que nada tenía que ver con el macartismo encontré el libro de Hellman, cuya primera edición en inglés data de 1976 y la primera en castellano, hecha por el Fondo de Cultura Económica, de 1980. Entre las páginas de ese libro descubrí un artículo de Osvaldo Soriano publicado en "Página/12" el 12 de mayo de 1996, hace casi doce años. El artículo es un recuerdo y un homenaje a Hammett y narra, como solamente Soriano podía hacerlo, qué pasó con el escritor durante el macartismo. Su oposición le costó un precio alto: fue "condenado" y encarcelado. Lo que había olvidado es la carta que Hemingway envió a McCarthy en mayo de 1950. Merece la pena copiarla, pues es una de esas cosas que molestará a todos aquellos que desdeñan a Hemingway. La carta, escrita en la Finca Vigía, lo retrata tal cual era. Las líneas reproducidas por Soriano dicen: "Honorable Senador Joe McCarthy. Querido Senador: Mucha gente empieza a estar cansada de usted y a considerarlo un extraño. (...) Sé que pertenece a un venerable ejército y que debe haber sido gravemente herido en la guerra pero, senador, usted ya nos tiene podridos y esta carta es para invitarlo a pelear. Puede usted venir a pelear gratis, sin publicidad, con un viejo de cincuenta años que pesa 209 libras, que piensa que usted es una basura y está dispuesto a romperle la cara como nadie lo hizo antes. Eso podría serle saludable y ciertamente instructivo. Cuando quiera, viejo; y en caso de que tenga sangre de perro, como sospecho, no recurra a viáticos, yo pago todo. (...) Buena suerte en sus interrogatorios, y en caso de poder sacarse ese uniforme que se pone para salir, vaya a hacerse coger. Eso le dará ocasión de un hermoso combate y después podrá contárselo a todos. Cordialmente. Ernest Hemingway".

No tengo ahora las biografías sobre Hemingway que alguna vez tuve y no puedo saber cuál fue el destino de esa carta. No es difícil pensar que ese cocoliche que era McCarthy no debe haberle contestado. Ignoro otros detalles, pero con ése es más que suficiente. Tanto Hammett como Hellman o Hemingway, siempre pusieron sobre la mesa el estado de constante corrupción a la que se encuentra sometida una sociedad en la que una mayoría tiene un sentido nazifascista de la vida, si bien sería mejor decir un persistente sentido de alabanza al autoritarismo y a la intolerancia, un desmesurado amor por la muerte.

Esto que comento (el encuentro casual de un texto escrito, de un libro o de algunos papeles guardados descuidadamente) no tiene precio y sus derivaciones son formidables. Este encuentro, decía, me recordó un caso argentino del cual sí conozco parte del final. Una revista de moda por otros tiempos hizo una encuesta sobre si el voluntario exilio de Ezequiel Martínez Estrada era razonable. Hubo múltiples contestaciones. En una Dalmiro Sáenz censuraba acremente al autor de "Radiografía de la pampa". Decía, además, que como Martínez Estrada no se encontraba en el país (fueron los años en que el gran escritor estuvo por México y Cuba), estaba dispuesto a enfrentar de la forma que se le propusiera a quien se hubiese sentido ofendido por lo que él decía. Un nicoleño (lamentablemente he olvidado su nombre) contestó que estaba dispuesto a defender a Martínez Estrada y que suponía, como Hemingway, que tomarse a los puñetes era la mejor manera. La estupenda crónica del particular duelo, hecho en algún lugar apartado, cerca de un gran paredón, fue publicada en el desaparecido diario "La Razón", y si bien los golpes abundaron y fueron duros, todo terminó en un apretón de manos, cosa no que creo que de ninguna manera hubiese pasado entre Hemingway y su contrincante, el paranoico senador cazador de brujas.

Años después supe que esa crónica (que no llevaba firma) había sido redactada por Luis Pico Estrada. En una ocasión en la que por razones del oficio tuve una charla con periodistas del mencionado diario, les pedí que lo felicitaran. Ignoro si esas felicitaciones le llegaron; no puedo afirmar que eso fuera a importarle demasiado pero me sentí feliz de poder hacerlo. Como me siento ahora, que le agradezco a Soriano aquella nota y mi admiración por ese trío de escritores norteamericanos se acrecienta y me lleva a una nueva y enriquecedora relectura. Algo necesario, más que nunca, en estos tiempos. Una pregunta que ignoro si tiene respuesta. En las estanterías desordenadas de libros el azar me propone encuentros como el que comento. Los nuevos medios de comunicación de hoy, tan perfeccionados, ¿permiten esos encuentros dictados por el azar? Lo ignoro, pero me interesaría saberlo. El azar, me parece, es demasiado humano (o demasiado divino) para poder vivir con cierta comodidad en una pantalla de Internet.

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