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Sábado, 10 de diciembre de 2005
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La gata enfrenta la biblioteca

Por Gary Vila Ortiz
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Mi gata no es la "hot cat" sobre el tejado de zinc; pero entre sus parientes lejanos se encuentra el gato Felix y un poco mas cerca Tom, sobre todo porque mi gata ama particularmente el "Tom Cat Blues" de Jelly Roll Morton, 2.59 minutos de un blues impecable grabado en Indiana hacia 1923. También se siente orgullosa que Baudelaire haya escrito sobre los gatos. Y que Raymond Chandler y Borges los hayan amado. Si consigno esto es porque la biblioteca que la gata viene enfrentando con gatuna curiosidad no tiene nada de lo que he mencionado.

La versión de Morton habita en otros estantes, las obras de Chandler, de Baudelaire, de Borges no están tampoco allí. Por un momento pensé, como mi gata se llama Justine, no por el gran marqués sino por Lawrence Durrell que el cuarteto de Alejandría era lo que le llamaba la atención. Los tomos del cuarteto se encuentran en otro sitio. ¿Qué era entonces lo que la tiene intrigada desde hace días? La alcé y la fui arrimando a los estantes. Ella estira su manito y tocaba algunos de los volúmenes allí puestos. Tal vez exagero, pero era una forma de ir haciendo su propia biblioteca. El primer libro que tocó lo había olvidado por mi parte pero ella lo recordaba. Se trata de un ensayo conjunto de Roman Jakobson y Claude Levi﷓Strauss sobre los gatos de Baudelaire. De alguna manera Justine me hace recordar que solo de uno de los poemas que Baudelaire escribió sobre los gatos, ya que al menos tiene tres. Le gustan particularmente los primeros versos: "Los amantes fervientes y los sabios austeros aman igualmente, en su madura estación, los gatos poderosos y dulces, orgullo de la casa que como ellos son friolentos y como ellos, sedentarios..." Y luego "Amigos de la ciencia y la voluptuosidad buscan el silencio..."

Justine me explica que ella prefiere otro de los poemas, aquel en que el poeta le pide a su gata que deje que a través de ella recuerde a su amante morena, Jeanne Duval es de suponerse. Luego de quedarse pensando, la gata señala otro libro. Me sorprende, ignoraba que mi gata sabía inglés. Se trata del Old PossumÇs Book of Practical Cats, de T. S. Eliot. Ignoro si hay traducción de este libro, al menos alguna traducción integral, pero sí sé (se lo comento a Justine) de algunas versiones que aparecieron en esa revista que dirigía Abelardo Castillo, que a cada golpe de la censura cambiaba de nombre, El grillo de papel, El escarabajo de oro, El ornitorrinco. Y eran excelentes esas versiones. Es lógico, me dice Justine, que esos poemas no puedan traducirse y pocos son los que lo entienden, ya que Eliot escribió esos poemas para los gatos y en realidad no están escritos en inglés sino en clave en el idioma de los gatos.

Me quedo mudo. ¿Qué contestar a la gata? Deberé consultar, aunque creo que no me conoce, a Sergio Cueto que un excelente amigo me dice que es quien mas sabe de Eliot por estos lares. (Dicho sea de paso, Aldo Oliva y Humberto Lobbosco hace añares, hicieron un curso inolvidable sobre Pound, Eliot, Joyce y no recuerdo quién más. Cueto acaso lo recuerde).

Mi amigo, Quique Gallego, y Graciela, su mujer, se dedican a la cría de gatos siameses, no para la venta sino para que poco a poco su departamento lo vayan ocupando ellos. Por ahora tienen un macho con su harén de tres hembras. Es un gato feliz. Justine es una solitaria. Pero ahora parece que le gustaría alguna compañía. Siente que también Gonzalo Garay y Cristina tienen dos siameses. Y la propaganda de los siameses, a ella, gata comunarda, porque la recogí pequeña y abandonada, pero con una experiencia que recién ahora está superando; había sido violada y tuvo tres gatitas, Charlotte, Emily y Anne, como las hermanas Bronte.

Justine me dice "que hay que bajarle los humos a esos siameses", aún cuando trato de explicarle que sus seis "rivales" tienen una gran simpatía y sus conversaciones abarcan temas que van de Freud, el Psicoanálisis y Cesar Franck hasta la poesía de Vallejo, la música de Caetano Veloso y el cine en general.

Sí, contesta mi gata enojada, pero con seguridad que no han leído "El idioma de los gatos" de Spencer Holst, porque allí Holst dice que hay un idioma de los gatos, pero todos los gatos siameses son locos y siempre andan hablando de telepatía mental , poderes cósmicos, tesoros fabulosos, naves espaciales y grandes civilizaciones del pasado. Pero se trata﷓ agrega Justine ya con fastidio﷓ solamente de maullidos, maullidos, maullidos. Así como "words, words, words".

Le digo que es cierto que Spencer Holst debería ser leído, ya que sus relatos, que en realidad eran miniaturas que Holst contaba los sábados en las iglesias evangélicas, son excelentes, y están traducidos impecablemente por Ernesto Schóo. Dicen que Allen Ginserg llamaba a Holst el "Kafka de los barrios bajos de Nueva York", pero nunca logré muchos más datos. "Ediciones de la flor" publicó el libro en el año 1972. Creo que nunca se hizo una reedición. Yo lo conocí por un programa de la siempre añorada Radio Municipal de Buenos Aires, en uno de los tantos programas cuyas cintas fueron rigurosamente quemadas en nombre de nada. Además ese año, en el cual pasé setenta felices días en la cama debido a una hepatitis, fue el año de la muerte de Juan Carlos Paz y del suicidio de Alejandra Pizarnik. Y de las angustiosa sensación de que se nos venía encima algo terrible. Y así fue, ya que del 73 al 83, cuando con Alfonsín regresa la democracia, fueron los años más siniestros de nuestra historia. Tal vez con la única excepción del corto tiempo en que Perón fue presidente. Después que murió solamente quedaba por vivir el diluvio. Spencer Holst me lograba calmar un tanto la premonición de todo lo que nos esperaba y que acaso, o con seguridad, no supe vivir de acuerdo a las circunstancias. En ese momento de la añoranza pienso y le pregunto a Justine: ¿Spencer Holst no será un seudónimo y el autor es un gato? Justine responde con una sonrisa enigmática. "Puede ser que lo haya escrito Macavity, el gato misterioso de Eliot. Y sonriendo se encaminó hacia el balcón para mirar el paso de dos palomas y de una tacuarita entre los malvones.

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