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Miércoles, 30 de abril de 2008
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Municiones

Por Federico Tinivella
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Lejos del río tu nombre es una espina de agua

Marcelo Cutró

I-

Veo un cuadro, una prisión, un lugar donde guardar las lombrices para otro día de pesca.

Tirás la foto de la graduación a un embudo de grasas magras. De las bolitas quedaron el cerrarse en el comedor, abrir la ventana del rostro para preguntar quién sos. También aquellos pequeños hincados al pupitre que cepillaban apuntes como malabaristas del deseo y el recuerdo de la piba de las medias, la de la cicatriz de infanta bañada en chocolate de pascua. Los piecitos como pasa de duda, la desolación al atardecer que revienta el ritmo tibio de las casas. De los techos se escapaba un enjambre de ruido a beso de caricia de manta.

El cuerpo necesita su cueva amamantada, su semáforo en verde.

II-

Andan por la casa los cuerpos que arrastrabas con un tenedor o como un trapo de piso.

Secaba la quietud el viento de los edificios, andaban los huérfanos regalando flores en las garitas. El pecho se secaba, era un huerto fragmentado, un abismo detrás de las cortinas de un sueño imposible. Comprábamos calquitos para pasar el invierno, para rescatar del mundo un horizonte finito, una llave que llevara a un espacio de quietud.

Los muebles en el piso, las llaves en los brazos de mujeres vencidas, el incendio pasaba por los cardos de la espalda. Ahora vuelvo sobre los cajones de remeritas perfumadas, sobre el duelo de creerse superhéroe en el delirio de una máscara perpetua.

Los caminos fueron asfaltados, la tierra dejó paso al despojo de los brillos.

III-

Todavía veo regados a los inquilinos de mí. Los que fragmentaban un cuerpo calado de investiduras. Veo en las zanjas la palabra territorio y destruir después los restos de un espejo. La imagen madura en mi texto de lunares tardíos, la prisión de los desórdenes, la bulla de un cantar apadrinado por las costuras del sueño, por el baile del disfraz.

Pedimos helado de frutas, rociar el pecho con postres, de la nube ronca del vuelo, volverse carne.

Las alas en la explosión fueron rociadas con el espanto de las letras de un latido de carnaval.

IV-

Macerada la tarde, un guiño de ojos tiernos, el premio de los lagos de invierno bajo puentes misceláneos. Hay una partitura que escribías como un santo. Del olvido rescatabas la soga al cuello de la que tiraban canoas de un río paciente, que abolían ladrillos de una prisión tatuada.

¿Qué hay en el hueco de la mañana cuando vuelven sobre mí territorios llanos, bestias invisibles, terrones de derramados párpados?

Ya no hay sol que seque las babas de tu nombre, la cicatriz que dejaste clavada como el sonido de un reloj despertador de madrugada.

V-

Nada como acomodar bocetos en la lluvia, retratar el aire, sacar el polvo de las cruces vueltas sobre un marco. En el decir duerme el aplauso, aquellas cosas que deje en el último asiento de un bondi que me llevaba a los brazos de una cama.

VI-

Veo desatar una canoa, el río se abre en dos. Un tajo en el agua, una herida que sana pronto, como nunca nos pasa. Veo alejarse una embarcación fabricando en el río heridas que sanan pronto. ¿Quién pudiera navegar así lo profundo de este otoño?

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