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Jueves, 15 de diciembre de 2005
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Japón

Por Miriam Cairo *
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El grado cero del sueño. Abrir la boca y rasgar la noche. Evitar la falta de ilusión. Meter la lengua adentro del alma. Manar de pie. Arder de rodillas. Hacerse opulenta. Ampliar la mirada. Estirar las ideas. Adorarse. Suplicarse. Exigirse la grosería de la felicidad. Entregar la entrega. Cultivar el cerezo. Comerse la propia mata. Contar las plumas del Patito Feo. Sumergirse en el canal más profundo del sueño. Penetrarse hasta el otro lado del ombligo. Llegar a Japón con reverencias. Llegar al otro con reverencias. Adosarse al intento.

Breviario de mansedumbre. Poner la cara así. Suturar el gemido. Untarse el dedo. Lamerse los pies. Endurecer las piernas. Husmear el sexo. Sujetar los senos. Clavarse las hebillas. Aceptarse como una persona tan física. Como un físico tan espiritual. Hacer un chupetín con el Soldadito de Plomo. Descubrir el sabor. Comerlo con las dos bocas. Comparar los dos sabores. Guardar el secreto. Atarse al delirio. Anestesiar el miedo. Doblar la cintura. Sujetar la pena. Ver que sólo hasta ayer la vida fue espantosa.

Lo que ha sido temido ya no existe. Poner la cara así. Manar otra vez el azúcar de la inocencia. Desearse. Darse al japonés como una se desea. Abrirse el corazón a punta de escalpelo. Moler los pensamientos rancios. Ir adentro. Buscar el tesoro. Dar el tesoro. Recibir el tesoro de Japón. Chuparse las encías. Lamer las glándulas del japonés. Mamar el afecto de Japón. Caminar por sus caminos. Empolvar sus noches, sus tardes, sus huevitos. Hacer que el japonés nos germine el jardín, nos dilate las ideas. Comerse el cerezo de Japón. Jugar con las bolitas japonesas del cerezo japonés. Con las figuritas brillantes. Con los alfileres de almíbar.

Zoo. Sacudir la lengua canina. Saltar como una cierva. Estirarse como leona. Menear el rabo de pavo real. Hacerse abeja. Revolotear. Libar el capulín. Hacer miel. Condensar el propóleos. Abrir los panales. Sentarse sobre la cera. Facilitar las cosas. Revolcarse en el producto. Hacerse reina. Pensar en Cleopatra. Bañarse en leche tibia y sentirse bella.

El arriba y el debajo de la realidad. Meter la nariz en el ombligo de Japón. Seguir la propia huella. Despertar la sospecha. Blandir el dedo de dragona. Menear el culo de Cenicienta. Infestarse de risas. Relucir como una estrella. Sumergirse en el ungüento. Meterle bulla a la melancolía. Hacerle zancadillas a la mezquindad. Volverse enteramente boba. Fruncirle el culito a la tristeza. Entibiarle las manos a Japón. No negar nada. Besarle los labios a Japón. Lamerle los deditos. Chuparle los cogollos a las heridas de Japón. Suturarnos las propias heridas con el prepucio japonés.

Viaje circular por la luna y el miedo. Correr. Dar pasos de granadera. Aferrarse al perfume de Japón. Momificar la pavura. Mamarle las tetitas a la candidez. Usar el estrecho pasaje de la raya. Irse por la raya hasta el ombligo y abrazarse al japonés como una criatura. Perder la cabeza entre las piernas de Barba Azul. Espiralar el pubis. Espiralar la noche. Encorvar el cuello. Cerrar el pasado triste antes de llegar a Japón. Violarse. Amar a Japón más que a una misma. Estar hasta las manos. Temblequear. Ensuciar las sábanas. Ensuciar la noche. Comerse la luna a cucharadas. Tragarse el temor.

Pequeña música nocturna. Tocar el saxo japonés. Babear el saxo japonés. Atragantarse de Japón. Morderle las nalguitas a la felicidad. Enrollar el collar de la vida y tirar al diablo el corsé. Ensartarle un mordisco al pezón japonés. Hacer dos tubitos en las propias tetas. Masajearse la imaginación. Trabajar con los pies. Perder la nariz en lugares increíbles. Asomarse a la razón, echar un vistazo y otra vez extraviarse en los conductos de Japón. Recamarse el escote. Tocarse el violín. Inventarse una fiesta.

La embriaguez de las razas. Hacer gárgaras de optimismo. Zarandear la medusa del amor. Chorrear. Abroquelar los besos de Japón. Untarse de manteca. Hincharse el hocico. Hincharle el hocico al japonés. Estirarle los ojitos: Saillor Moon. Taparle la boca con las ingles. Poder de agua. Ser más novedosa que un Pokemon. Poder de aire. Agacharse. Poder de tierra. Descubrir todas las alturas de la vida. Poder de fuego. Estar furiosa. Vomitar la furia por Japón. Ser muy mala con quien se quiera robar las babas de Japón. Dar de comer las grupas argentinas a la boquita mansa del japonés. Hacer que la propia boquita mordisquee el culito achinado de Japón. Ensartarle un palo de azúcar. Qué dulce y qué mala, dirá el japonés, en su más perfecto idioma de Kawasaki nacida y crecida en Japón.

Una orilla es mi mano. Elogiar el pasado. Decir que todo lo que se rompió ayer fue necesario para construir este presente. Sonreírle a la lágrima. Putear la amargura. Descubrir las vetas perdurables en los gestos de Japón. Irisar los conductos digestivos de Japón. Cimbrar la anatomía. No ser nunca una Blanca Nieves sufridora. Masturbar a la hermosa bruja frente al espejo de Japón. Espejito, espejito, ¿quién es la más calentita del reino japonés? Dejar que el japonés espíe. Mezclar el chorro de pis japonés con la micción argentina. Orinarse el orinal. Soltar los esfínteres del alma. Desmembrar las membranas. Traspasar los límites y reír. Y vacilar. Y no temer las poses que requieren gelatina. Visitar el estoque desde atrás. Cubrirse con la espuma de Japón. Bailar como hada madrina. Envainar la propia historia. Embestir la queja gangosa. Volver a nacer al momento de dar a luz el amor japonés.

El dolor existe, la dicha también. Taconear por las veredas de Japón meneando el triangulito. Provocar la erupción. Hacer una máscara de belleza con su lava nipona. Fotografiar el nardo de Japón. Burilarlo con los dedos. Labrarle las borlitas de navidad. Mirar las luces nuevas de Japón que nos enciende y nos apaga. Preguntar si es electricista el japonés. Ponderar su pila Duracell. Flotar sobre el aire de Japón. Inventar el día japonés. Celebrarlo a cada rato. Subirse al pedestal. Encenderle el cigarrillo a Japón. Fumar su dicha. Hacerle una tacita con las manos para que él confíe su polvillo. Advertir que los residuos son parte del tesoro japonés.

La vida no es sólo una hoja de papel. Degollar los alaridos. Dejarse oler. Desovar en su cara. Hacerle sentir la mordedura de ambas bocas. Acatarrarse. Merecer jarabe. Amar a Japón. Revolear al diablo las viejas mañas. Inflar el corazón. Atesorar el lápiz japonés. Escribirse. Tatuarse el ideaograma. Chorrear ternura. Enlamar la propia vida con la vida de Japón. Amasar la idea. Hacer tortitas con el barro de Japón. Comerse los pasteles. Zarpar sobre el gomón japonés. Atravesar océanos y naufragar, naufragar, naufragar. Ser el agua del pez japonés. Relumbrar con las escamas de la satisfacción. Cuajar con los besos de Japón las heridas argentinas. Transformar el miedo en un coraje sin geografía. Verse arrastrada por el torbellino de una historia escrita en japonés. Preguntar ¿es por mí por quien usted ha venido desde Tokio? Escuchar la respuesta y abrazar su Hiroshima.

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