No siempre el insomnio es lo que dicen que es. Pero generalmente se aproxima a ese poema de Borges (Insomnio, Adrogué, 1936) en donde el poeta espera vanamente las desintegraciones y los sÃmbolos que preceden al sueño. El insomnio suele estar construido por eso que suele llamarse el soñar despierto. Se pueden tener los párpados cerrados, la realidad se encuentra edificada por cosas y hechos extraños. Un trozo de pan es más que eso, un vaso de agua y puede flotar entre las ramas de casuarinas lejanas, las manos que se aproximan pertenecen a tantos que asusta. Me pasó la madrugada del miércoles. Inútil era querer dormirme, inútil el vaso de vino, sin eficacia alguna las pÃldoras de ansiolÃticos. En algún momento comenzó la pelÃcula, el viejo film. Sus escenas eran claras en mi memoria, no sé si exactas. La esquina era un cuadrado de oscuridad, pero en el centro una luz iluminaba a alguin y en otros dos puntos de la escena otras luces ponñian de relieve otras figuras. La cámara inicia una aproximación y llega a tres primeros planos que desgarraban las caras y creo que debo haber pensado que eran las caras de tales actores, asà lo debo haber pensado en el soñar despierto del insomnio. Esperaba, digamos, las caras que suponÃa insustituibles de Orson Welles, de Peter Lore, de Zachary Scott. La luz perforaba la cara -ya lo dije- y las sustituÃas. ¿De quiénes eran esas caras? ¿Quiénes eran esas caras que aparecÃan en dos o tres pelÃculas, ahora no podÃa ser una sola (anoche, en el insomnio no podia ser una sola)? No podÃa reconocerlas. Y el otro esfuerzo por saber de quiénes se trataba, a quien mi memoria ponÃa en lugar de otros, me torturaba, abrió mis párpados. Fue una pesadilla, me dije. La pesadilla era soñar que estaba despierto, ¿acaso el insomnio habÃa desaparecido? Creà despertar. Otra escena volvió. La mujer se resistÃa, en ese "no, no" que siempre es un sÃ, por favor hazlo, dirÃa Henry Miller, lo han dicho en tantas pelÃculas, la mujer decÃa el no pero si, y abria la boca y permitÃa que el hombre la fuera devorando como desesperado, es un film que recuerdo bien, dije en la nueva pesadilla, pero otra vez, otra vez, maldita pesadilla, las caras cambiadas. ¿De qué se trataba esta sustitución de las caras esperadas por aquellas que me parecÃan absolutamente desconocidas? Razoné: en las tribunas de una cancha de fútbol has visto muchas caras y solamente crees haberlas olvidado, pero tu memoria las ha mantenido. Pueden ser esas. O sencillamente las caras que pasan por la calle, o incluso las caras de tantas fotografÃas. Volvà a pensar en esto último. Te gustan las fotografÃas documentales, te han conmovido algunas fotos de esas fotos que has mirado y mirado y mirado tantas veces. Pero algo me decÃa que no era asÃ. Cerca o poco después de las cinco comencé a pasar lista a las caras que recordaba de escritores, músicos, pintores, polÃticos, fotos y fotos. Estaba obsesionado por recuperar las calles que debÃa en esas pelÃculas que recordaba con tanta perfección. Para que el lector comprenda: en la escena aquella donde hace su primera aparición Orson Welles, esa magnÃfica escena de El tercer hombre, todo era tal cual lo recordaba, incluida la música de Karas. Pero la cara que aparecÃa no era la de Welles sino la de alguien que ignoro quién es o si es una cara armada por el sueño o el insomnio o la pesadilla. La cara de Gene Tierney en Laura era inolvidable, pero la escena en que ella se muestra ante la sorpresa de Dana Andrew, la edificaba con precisión, pero las caras no eran la de Gene Tierney ni la de Dana Andrew. ¿Por qué seguÃa preguntándome esta abolición de las caras originales por otras que me resultaban absolutamente ignoradas? Me levanté, sin exagerar, sobresaltado. Era peor que una pesadilla. TenÃa, creo, algo de siniestro o yo o experimentaba como algo que lo era. Me levanté, ignoré el café, el acostumbrado vaso de agua, y me puse a hojear dos otres libros donde abundaban los fotogramas de films del cine policial negro. Decidà hacer una prueba: miraba las fotos y en las fotos las caras eran las que decÃan ser. Entonces cerraba los ojos y trataba de pasarlas por mi memoria. En la memoria las caras volvÃan a ser sustituidas. Ya no se trataba de una pesadilla, de producto de un insomnio distinto, era otra cosa pero no tenÃa idea de qué cosa era. Me vestÃ, decidà algo aparecido al olvido tomando un café en el bar de la esquina. Yo tampoco lo imaginé. Ni en el bar, ni en la farmacia, ni en la tintorerÃa, ni en el kiocso, ni donde compro los diarios, encontré las caras que debÃa haber encontrado. Tampoco me conocÃan. Volvà al departamento, ignoro si aterrorizado. Me tiré en la cama, creo que lloré, que decidà esconderme. No sabÃa de qué pero no debÃa salir. Me dormÃ. Cuando desperté comprendà que debÃa seguir asÃ, escondido de algo aunque ese algo también esta ahÃ. Sigo asÃ, escondido. Cada tanto el insomnio me persigue. Continúa con su particularidad de abolir las caras y ofrecerme otras que no reconozco en absoluto. Tuve que salir de la cueva para comprar cigarrillos, una botella de caña, té verde, galletitas dietéticas, queso magro. Las caras de afuera siguen siendo las fotografÃas que permanecen con las caras que corresponden. El otro dÃa en el ascensor alguien del edificio, a quien conocÃa, con quien habÃa una charla, me preguntó si era nuevo y en qué departamento estaba. SonreÃ. No me extrañó que mi cara, para los demás, fuera otra. En el espejo seguÃa la mÃa.
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