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Domingo, 21 de septiembre de 2008
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El infierno no siempre es ajeno

Por Luis Novaresio
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Uno: Entonces el cura lo dijo. Es el nombre del amor más generoso, en el aquel que vino a pedirnos que amáramos al prójimo, no de cualquier manera, sino como a uno mismo es que bendigo esta unión. Y levantó la cabeza. No miraba ya a las bendecidas, sino a nosotros. Yo no sé por qué sentí que me miraba, me dijiste entonces con cargo de conciencia. Yo sí sabía. La presencia del que juzga despreciando lo que no entiende se percibe en el aire. Una mirada, una mano que revuelve un papel de caramelo en el saco, una tos que raspa la incomodidad, lo delatan. Y vos tosiste, buscaste el papel y criticaste con tus ojos entornados y tu mentón elevado. ¿Cuántos creen en Cristo? Las chicas, frente a él, lo conocían y se sonreían. Y otra vez: ¿Qué cuántos creen en Cristo?, ya gritaba el sacerdote. Cuántos de ustedes. Ustedes éramos nosotros. Yo empezaba a entender la sonrisa de las protagonistas de la ceremonia. Pueden levantar la mano, dijo el de la sotana, dejando su libro amado en el pequeño atril. Yo te vi esconder más la derecha y desafiar, otra vez, con tus ojos al resto. Entonces fue uno sentado a tu lado y luego una mujer gorda muy mal vestida y luego dos más y así. Más de la mitad, bastante más, tenía la mano alzada y el gesto helado. Allí fue el cura el que trajo la calidez. Menos mal, se calmó. Somos mayoría. Algunos se rieron. El cura te miraba. Y contaba a los no creyentes. Y además, hay más varones más de nuestro lado. O sea que si empezamos a la piñas, les ganamos a estos agnósticos y ateos del diablo. El cura se arremangó la sotana. Empecemos por pegarle a los más débiles. Ahí veo a una señora en sillas de rueda que no levantó la mano. ¿Usted no cree, pecadora? Las chicas frente al altar nunca se soltaron las manos y seguían la escena muy divertidas. Nosotros, estupefactos e incómodos. Vos, hirviendo. Es que lo conocíamos al cura. O podemos empezar por este hombre que si no me equivoco es el tío de una de las chicas que no tuvo la delicadeza de mentir y levantar la mano. Ya estaba al lado tuyo. Dos metros, más de 100 kilos, un rugbier se hubiera hecho a un lado de ese predicador que provocaba. A quince centímetros tuyos. Porque al menos, podrían ser valientes y mentir. Y te miró.

Supe que te ibas a levantar de la silla y te ibas a ir. El cura también lo supo. Tranquilícese amigo, te dijo el de la sotana poniéndote un brazo en tu hombro. Quería demostrarle a usted y sus seguidores, a los que tampoco levantaron la mano, que la discriminación es menos infrecuente que lo que ustedes sienten. Y sobre todo, que duele por lo gratuita. El infierno no siempre es ajeno. Quédese tranquilo. Acá se puede quedar, crea o no en el Dios que enseña a amar a los otros, a los que no piensan ni sienten igual, como si fuera usted mismo. Alcanza con el respeto. No con que crea. Y yo, incluso a usted, lo amo. Y volvió a bendecir a las chicas.

Dos: La Federación de Asociaciones y Uniones de Padres de Familias de Colegios Católicos de la Arquidiócesis de Santa Fe remitió una nota a la presidenta de la Cámara de Senadores, la vicegobernadora Griselda Tessio, a quien pide que no se apruebe la norma que acepta la unión civil heterosexual y homosexual en la provincia. En los considerandos se arguye que ellos, padres de familia católicos, "respetan las acciones privadas de las personas, pero que no comparten y se resisten a que se aprueben como un valor social la figura de las uniones estables entre las personas del mismo sexo, equiparándola a la institución del matrimonio". Insisten con que esto es "pretender legalizar estas uniones agraviando a los padres de familia santafesinos que han recibidos sus enseñazas y pretenden continuar enseñando a sus hijos que la única unión estable es la de una mujer con un hombre, siendo por derecho natural, legal y biológicos que es fuerza de razón de la existencia humana".

Confieso mi especial ignorancia sobre el accionar de esta Federación. No recuerdo haber leído sobre la posición de ellos frente al hambre que durante décadas golpea a los pobres en la Provincia ni tampoco a la poco cristiana diferencia socioeconómica entre los que más ganan en Santa Fe y los que menos reciben. Estos últimos, es bueno recordar, no llegan a satisfacer las más elementales necesidades de subsistencia. Es raro que la unión de dos personas del mismo sexo sea un "valor social" agraviante y no lo sea la pobreza, la marginalidad, los abusos de poder de personas con o sin hábito religioso (¿esta federación mostró preocupación para que, aún presumiendo inocencia, la justicia esclareciese el caso de Monseñor Storni denunciado por abusos a hijos tan católicos como los que ellos dicen representar), la desigualdad social, la sequía, el desempleo, la falta de salud, etc, etc., etc. Supongamos que la Federación haya encabezado todos y cada uno de los reclamos de más dignidad en la vida integral, no en la mera unión sexual o de amor de dos personas. Supongamos que esta agrupación haya sido un adalid en la pelea por una vida más justa para todos los santafesinos y que este cronista sea un desinformado que nunca leyó nada, ni carta ni proclama, sobre su accionar. Supongamos. Pero resulta interesante seguir analizando los porqués del enojo de ahora.

La Federación asegura que, de aprobarse este proyecto, se agraviaría a la ley, a la biología y a la naturaleza ya que, dicen ellos, se sabe que (ruego especial detenimiento en la cita) "la sociedad humana podrá sobrevivir con una adecuada procreación que sólo lo puede asegurar la unión de un hombre y una mujer, si no veamos hoy en día lo que nos acredita el ADN, que hay sólo dos tipos de cromosomas (XX y XY) no dejando duda que hay otro tipo de sexo, y que a través de ellos se pueden asegurar la supervivencia de la humanidad". El reclamo, pues, es por temor a la desaparición de la especie.

Desde el Aristóteles, venerado por Santo Tomás de Aquino, padre de la Iglesia, a la fecha, la lista de personas unidas por preferencias sexuales idénticas a las propias es interminable y, hasta el momento de escribirse esto, no se conocen problemas serios de caída del número de la población mundial o "contagios homosexuales" (que parece también temerse) que puedan poner en peligro la continuidad de la especie humana. Basta con ser curioso (y superficial, es cierto) y googlear el tema para descubrir que "no existen especies para las que no se haya encontrado comportamientos homosexuales, con excepción de las especies que nunca tienen sexo, como los erizos marinos y los áfidos. Además, una parte del reino animal es hermafrodita, realmente bisexual. Para ellos, la homosexualidad no es un problema. En todas las especies animales hay homosexualidad" (www.wikipedia.org y cientos de publicaciones serias) Por las dudas, quien escribe reclama pertenecer a una especie más evolucionada que un áfido, una superfamilia de insectos fitopatógenos como pulgones marrones y un poco más creativo que un erizo marino.

Esta legítima protesta (legítima en cuanto que todo reclamo tiene derecho a hacerse público aunque no necesariamente debe atenderse) luce como nacida de un dogmatismo de negar (¿eliminar?) todo lo que sea distinto al pensamiento de quien lo sostiene protegido, de manera preocupante, bajo la excusa del rótulo de una agrupación de padres (¿Cuántos? ¿Votaron la carta?) de hijos (¿sus hijos piensan igual?) que son amparados por la religión más importante del país (¿todos los católicos de Santa Fe piensan así?). Una, si se me permite, pobre manera de admitir el disenso en un hecho que de ninguna manera es una imposición o mera invitación a quien no piense como postula la ley. Nadie que no quiera unirse de hecho como propone el proyecto trendrá un solo efecto sobre su vida por esta ley. Ahora bien: si el problema es preocuparse por lo que hagan los otros sin jorobar la vida propia, eso se llama autoritarismo, chismografía o quién te manda a meterte donde nadie te llama.

Desde los erizos hasta acá, el camino es largo. La razón y la tolerancia deberían también serlo.

Tres: Nada me gustaría más que poner el nombre de aquel cura católico que bendijo la primera (y única) unión de dos mujeres a las que asistí hace muchos años. No lo hago no porque él no tenga valor ni fuerza física como para defenderse, como ya se contó, sino porque no me siento en derecho a inmiscuirme en una decisión tan personal como aceptar dar esa bendición de manera silenciosa. Aprender a respetar las decisiones de los otros.

Sí voy a repetir lo que entonces dijo ante las dos mujeres que prometieron amarse como a ellas mismas y ante muchos que sentían que algo distinto incomodaba, por nuevo y diferente, pero debían apoyar si es que de verdad querían profesar ese mismo amor y respetar el camino ajeno que no afectaba el propio. No juzgar no por temor a ser juzgados. No juzgar para abrigar la posibilidad de aprender con los frutos y no por la apariencia de la siembra. No juzgar porque no hay amor en el que juzga sino convicción de superioridad. No juzgar porque si el error es la vara, la reparación nucna sana. No juzgar. Apenas amar. Aprender a hacerlo y a ver cómo los otros lo hacen. Quizá mejor. Para seguir aprendiendo. Y levantó la mano en nombre de su Señor.

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