Sin señales claras, sin evidentes argumentos, sin una orden contundente, habÃa empezado a llover. Después de casi medio año de sequÃa (algunos decÃan que era la mayor en décadas) y no faltó el apocalÃptico que se subió al podio dando la apabullante cifra de ciento once años. Ciento once años no dice nada, asà como asÃ. Pero uno suma los meses y las horas y los minutos, hacen toda una eternidad, aunque para escribirlo basten tres palabras solamente.
El campo, a decir verdad lo necesitaba y mucho. Se habÃan secado las pasturas para la hacienda y en algunos casos extremos, hasta se morÃa literalmente de hambre. En otros casos más previsores, los dueños la ayudaban con forraje seco, mezclado con granos.
Asomado a la ventana que da al este, veÃa correr los hilillos de agua sucia que se iban pasivamente y que ya acumulaba un polvillo menesteroso y molesto. Vi cruzar por el aire algunos pájaros grandes. Chimangos, tal vez, me dije. O algunas lechuzas que la lluvia corrÃa del campo y buscaban las galerÃas bajo techo para guarecerse.
Puesto asà sobre la hilada melindrosa del recuerdo, viene en pose obediente un amigo de mi padre; Juan Masalli, a quien todos llamaron "Carucha" y que murió muy joven, cuando yo cursaba mi primer año de primaria.
De "Carucha" mi viejo hablaba siempre con cariño y retomaba y volvÃa a contar cuando él, Juan, o el "Carucha" como prefieran, recomendaba en el boliche de "Chinchibira", ciertos platos caseros que según él, hacia de maravilla: Un pollo al horno con morrones, y una salsa con mucha pimienta. Agrégale un carlón oscuro a la mesa y... después me avisás.
Y se largaba una carcajada.
Yo lo recuerdo vagamente, tal vez lo vi, una sola vez, en aquellos años donde todo era bruma, ceniza, ensueño, nada.
En realidad, ahora dudo si lo vi una vez, pero estuvo el resto de mi infancia conmigo, a través del relato de mi padre, quien al parecer lo apreciaba mucho.
Los Masalli eran, hasta donde recuerdo, tres hermanos varones: José, Hernani (a quien todos llamaban "Nani") y el propio Juan, a quien supongo el menor.
Borges dice que un hombre desaparece para siempre del mundo cuando muere el último hombre que lo conoció.
Como Juan Masalli debe llevar cincuenta y cinco años muerto, salvo sus hijos, si los tuvo lo recordarán. Y nadie más.
De todos modos, de una forma precautoria yo lo quiero dejar vivo a través de estas palabras, sólo en honor de la alegrÃa que su recuerdo le traÃa a mi viejo.
Juan Masalli, alias "Carucha" hombreaba bolsas en los galpones de la casa Arregui, como mi viejo, como "Lolo" Arce, de quien tampoco se acuerda nadie. VivÃa solo, hasta donde sé y recuerdo no tenÃa familia y si lo traigo hoy aquà es porque salvó su vida de puro milagro al caerse de una altÃsima torre (la más alta por entonces en el pueblo) que tenÃa la casa Northern Elevator. O, como todos le decÃan allà "La Norte".
Esa torre y toda la construcción, que eran galpones de mucha madera, tenÃa el atractivo de ser la primera casa cerealista en la historia de mi pueblo, como que la formó don Emilio Vollenweider fundador del pueblo y los hijos la vendieron a "La Norte" cuando murió el viejo.
Al ser toda de madera no sobrevivió a un accidente pirotécnico y en pocos minutos sólo quedó una montañita de cenizas.
De esa torre habÃa caÃdo unos meses antes Juancito Guiñazú. No lo levantaron a él sino a una bolsa de huesos inertes, y dicen que lo velaron en un ataúd cerrado porque estaba francamente irreconocible.
Yo jugué al fútbol con su hijo menor, Jorgito. Hoy, no sé por donde anda. Pero, defendimos, juntos, los colores del "El Palenque".
Volviendo a "Lolo" Arce, tuvo una muerte irrisoria y cuasi cómica.
Al regresar al conventillo del viejo Bellcastro, donde vivÃa, frente al boliche de mi abuelo de donde salió muy borracho, se cayó en una zanja no muy honda y murió ahogado, sin que nadie lo auxiliara.
Salvarse de aquella muerte casi segura y morir asÃ, tan torpemente debió darle mucha rabia si tuvo tiempo de darse cuenta.
Casi como un hombre que peleó (y ganó) la gran batalla y muere a manos de un improvisado que lo primerea con una sevillana triste.
Pedro Lencioni y FermÃn Castillo, también eran hombreadores de bolsas y afiliados al Sindicato de la FATRE, como todos los que mencioné más arriba.
Ambos eran vecinos mÃos, eran dos solterones, que se pasaban sus dÃas de ocio apoyados en esos paraÃsos copiosos que estaban en ese tiempo en la "esquina del Cholo", charlando.
Aunque el almacén de este último personaje estaba a mitad de cuadra, a esa esquina le decÃamos asÃ. Pedro y FermÃn, no era raro que se cruzaran a tomar una copa al boliche de "Cholo", donde uno podÃa comprar desde una aguja, un reloj de oro o las lentejas, las zapatillas y la pintura para la pared. Era (y hasta el momento lo es) el "ramos generales" más completo del pueblo.
Pedro murió soltero y FermÃn no, ya que se habÃa casado con Luisa Caminos ya muy grande.
Otro rasgo distintivo era que Pedro fumaba y FermÃn no.
Pedro era de Federación pero el club de FermÃn Castillo era el Huracán que alentaba como podÃa ya que era tartamudo.
Cuando murió FermÃn mi tÃo Berto, que no habÃa llorado nunca, me abrazó deshecho en lágrimas y me dijo: Sobrino, se me murió un hermano.
Y es verdad, porque era como de la familia de mi tÃo, que es como decir de la mÃa propia.
En aquellos años lerdos, la gente se reunÃa alrededor de un asado o de una fuente de tallarines con queso, vino tinto sobre la mesa y hablaba de cosechas, de muertes, de polÃtica y también de fútbol.
Lo hacÃa con una pasión no exenta de ingenuidad, como se usaba en ese tiempo.
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