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Jueves, 6 de noviembre de 2008
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Los secretos de Harry

Por Luis Novaresio
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"¿Tenés idea de hasta qué punto los tiranos son temerosos de la gente que someten? Todos los opresores comprenden, tarde o temprano, que entre sus muchas víctimas habrá al menos una que se alzará contra ellos y los enfrentará. El propio tirano es el que crea a su enemigo. A su mismo vencedor. Los tiranos venden su alma y creen que pueden comprar la de los otros. A cualquier precio. Estos que oprimen, en cualquier ámbito, tienen tanta prisa por cercenar su propia alma, a cualquier precio, que no se detienen a valorar el incomparable poder de un alma íntegra e intachable".

Probá pensar de dónde lo leo. Y te miré. Arriesgá tres nombres de los autores que imaginás dicen estas palabras en boca de uno de los héroes de su novela. Y ya te ayudo: es una novela. De aventuras, si querés más. Popular. Popularísima. No es el genial Kundera, no. No es el padre de su insoportable levedad, ni el Libro de la despedida, ni la broma o la risa ni su magistral inmortalidad. Tampoco es el injustamente no popular Abelardo Castillo. Bien podría ser el dios de Van Hutten, pero tampoco es. (Rasino debería poner "El Evangelio..." de lectura obligatoria en este sancocho de sugerir prolongar las clases hasta el 12 de diciembre, ya que no se les ocurre nada sensato). ¿Una más? Hundido.

Joanne Kathleen Rowling nació el 31 de julio de 1965 en Bristol, Inglaterra. Dicen que de piba leía mucho, que la rebotaron de Oxford por bajas notas y que se graduó en literatura clásica y francés. Enseñó en Portugal y cuando viajaba en un tren que se descompuso 4 horas, pensó en la historia de un mago huérfano que tenía poderes y él mismo no lo sabía. Nueve editoriales le dijeron que la novela no interesaba. Ella estaba en bancarrota. No podía pagar nada: no tenía casa, no tenía casi comida, no tenía nada. Finalmente un editor pensó una tirada limitada de su historia del mago con la condición de que no firmara como mujer. Las mujeres venden menos, dijo el visionario. J.K. Rowling dio a luz en 1997 a Harry Potter y la piedra filosofal. El año pasado cerró su séptimo tomo con apenas 400 millones de libros vendidos en todo el planeta, en todos los idiomas. Pero el cálculo puede ser mezquino.

Soy de los que suelen cultivar la pose de no leer best sellers. Ya sé que es tan idiota sumarse a la compra de los mejores vendidos como negarse a acercarse a la pila de ellos. Leer sigue siendo un misterio insondable en donde, bien en secreto, uno y sólo uno, sabe si se encuentra en éxtasis, con el placer parecido a hacer el amor, al acariciar a ese ser incorpóreo que es la historia escrita. Vos podrás decirme hasta el paroxismo que amás el realismo mágico y sin embargo yo sé, no me jodas, que los Buendía te cansaron.

Potter era un best seller tan molesto como la chica o el chico bonito que presume desde la barra del boliche sabiéndose bello. Como el talento es el que es, fue también en un viaje en donde no se me ocurrió una historia sino que me tropecé con la del mago. No había qué leer. Y entonces, fue la piedra filosofal. Así se llame el tomo uno.

Harry Potter es para pibes. O sea, que podemos leerlo todos desde que somos chicos. Porque la literatura infantil, la buena, no es menor o exclusiva para menores. Tiene la Gracia de poder ser leída desde infantes a diferencia de la de adultos que cae en tus manos cuando ya sos grande. Un texto infantil se puede aprovechar desde el inicio de la vida en lectura (debería poder decirse vida lectoral) y hasta que la muerte nos separe. Y por eso te lo recomiendo.

Los 7 tomos (aunque me digas poseído por la obsesión, los leí en 4 semanas) tienen lo más esperado: son entretenidos. Y además cuentan algo más. A la mano de un pibe, en contra de la costumbre de un adulto. Hay un pretexto de magia para saber, como los orientales, como los filósofos más finos que pensaron el sentido del arrojo existencial, que el poder hacer en vos es el desear hacer por vos. Poder es desear. Claro que hay muchos (¿lectores?) que ni lo intuyen. Hay magos con varitas e invocaciones como cruciatus fatales, imperius prohibidos por lo doloroso, petrificus totalis que inmovibilizan, lenguas que se estiran, deporte nacional más atractivo que el futbol (alguien debería animarse al quidditch, capacidad de desafiar tiempo y espacio apareciéndote en lugares distintos, ¿Mario Pantaleo?), relojes que miden situaciones y no minutos, y hay humanos sin dones ("muggles") como vos y yo. Ambos aparentan padecer de lo mismo. Y sin embargo unos reniegan del espejo de los otros. Unos, por ejemplo, cuando enferman, curan de adentro hacia afuera. Los muggles operan con escalpelo desde el síntoma hacia el centro del cuerpo. Los malos son Dementores que aspiran el alma y la alegría del atacado. La alegría es la base de la existencia que desea. Hay un lenguaje nuevo. Por divertimiento. Por desafío a lo establecido.

Hay secretos. La base de Harry Potter es el secreto. Atractivo, de aventuras, inesperado, risueño, conmovedor. Es una historia permanente de secretos que se intentan develar. Salvo que el mayor, el sentido y secreto de los secretos, sólo le será contado al que no lo persiga por mero provecho propio. "Muchas veces hay que elegir entre lo que es bueno para los demás y lo más cómodo y provechoso para uno", dice Mac Gonaghall, la profesora del mago que tiene 11 años en el primer libro. Y la elección es de todos los días. Y no te puedo contar más.

"Hay muchos que desprecian privando de atención al prójimo. A veces -dice el maestro de Harry, el enorme Albus Dumbledore- "la indiferencia y la frialdad causan mucho más daño que la aversión declarada. La fuente de esto es la mentira. Con uno mismo". Si JK estuviera por acá me gustaría preguntarle si despreciar la literatura por prejuicio se parece a la ignorancia. "Todo tiene su tiempo" piensa Harry antes de despedirse en su séptimo libro. Incluso el de su descubrimiento, pensaste vos.

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