Mi abuela era una destacada cocinera. Mejor dicho habÃa devenido tal con los años y las penas, ese arte se entretejió en su cuerpo después de que, junto a sus hermanos, fuera abandonada por la madre teniendo escasos ocho años y habiendo tenido que hacerse cargo de la olla familiar bien cerca de uno de ellos, Luis, quien a su vez preparaba viandas de campaña y colaboraba en un hotel de Tancacha donde estos chicos terminaron de criarse lavando sábanas a mano arriba de banquitos para llegar a la pileta pero también adquiriendo estos saberes de orégano y zapallo mucho antes de crecer lo suficiente.
Tanto fue asà que luego cocinaba para nosotras algunas exquisiteces que parecÃan provenir de rabiosas facultades o enseñanzas y no de esa pobreza extrema donde elaborar tomate habÃa resultado casi una salvación.
HacÃa arroz con leche, bifes a la criolla espesos y musicales, fideos cortados mas finos que cabello, pascualinas sabrosas, papas fritas perfectas como teclas de un piano, catastróficas fritangas con aceite Patito de botella verde y gorda, un pollo "a la reina" que tal vez ella misma inventaba consistente en un ave gigante chorreada de salsa blanca con arco iris de zanahorias, harinas y huesos martirizados que representaba más bien la dosis de un medicamento plumoso allá en los años de mi estridente pubertad en que su magia aún no me habÃa impactado tanto.
Cocinaba además con pocos ingredientes, hacÃa ensaladas con lo que hubiera, restos de remolacha, un huevo, algunas sardinas perdidas en el océano de su iniciativa, nuez moscada persistente en heladeras vacÃas del alma, milanesas frente al rumbo maravillado de sus delantales.
Era la Tata Gaspari con sus recetas sin papel donde todo era un chorro, dos poquitos, un pedazo, tres o cuatro gotitas, más o menos, a ojo.
En el ademán imperativo de sus cucharones muchos en la casa hacÃamos territorio y la mesa ideada por su ilusión daba apetito de vida para dejar atrás tanta cebolla equivocada, tanta desolación y falta de monarca en el sitio aquél de su infancia donde entre leche ardiente y olor definitivo esa madre habÃa emigrado dejando a las criaturas por alguna fiebre pasajera.
Cuando fue señora y de su hogar tuvo aparatos múltiples y sus cremas mucha tecnologÃa. Licuadoras, procesadoras, hornos y cuchillos sin accidente.
Mejoró recetas y las llevó al colmo tal que al morir hubo una vacante entre esas ollas que nadie jamás logró volver a ocupar. Fue como si un gigante irrevocable hubiese tomado el bisturà de Dios llevándola como cheff con rumbo de piel condimentada.
Murió en setiembre.
Al revisar su heladera mi hermana encontró en el freezer un frasco con salsa hecha por ella antes del infarto inconcebible tal vez esperando a ser usada.
Me llamó emocionada como voceando una gran noticia o por haber hallado (con todas las letras) un tesoro.
Lo trajo a Rosario y descansó en su heladera hasta diciembre.
El 30 recuerdo volvió a llamar para invitarme a que el 31 al mediodÃa almorzáramos juntas. Y asà fue. Esa noche la pasarÃamos en familia como siempre. Con el resto. Con lo que quedaba después de la curiosa circunstancia de perder a la cocinera.
Mi hermana preparó un arroz y allà fui a eso de las 12. Llegué y abrió el frasco de la última salsa.
Mezcló los gránulos blancos con decisión de artista y por un instante volvimos a estar con ella, era un disfraz de dimensiones mÃnimas, materia desordenada de la historia.
Estuvimos solas sin hablar durante la hora que duró la olla.
Fue la última vez que la poesÃa femenina de mi abuela nos habitó a las dos únicas nietas refinadas por sus azúcares y sales. El arroz final y primitivo de sus ojos que nos ayudarÃa a resistir tantas cosas.
La última energÃa de diciembre, el año nuevo, el nacimiento de la adultez, roca del almÃbar viviente, una esencia balsámica para precipitar el tiempo y el deseo.
Después de comer las dos supimos algo.
No se qué. Quizás a amarla en forma conyugal, agradecidas.
La digerimos toda. Sus peripecias domésticas nos hicieron mejores aquél dÃa.
Empapándonos de un año nuevo extremo.
* beagasua37@hotmail.com© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.