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Sábado, 6 de diciembre de 2008
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Carta

Por Bea Suárez
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De mi mayor consideración:

Hoy no sé qué decirte Rosario, amenazada por los despidos masivos de tu gente.

Que la General Motors no es tu amiga ya se sabe, pero algunos obreros hacían desembocar tus túneles en cometas, hoy están tristes por una desmesura sindical que hace dos días le dio muerte a la tarde.

No sé qué decirte, Rosario.

Cuando llega la crisis entra por autopista, aire, río. No tiene miramientos, es una nébula trágica sobre los techos, cada demonio con su calavera toma una calle. Hasta los murciélagos nítidos de El Círculo parecen sosegarse.

Voy caminando por la orilla del río con sapos que repiten algo hasta la desmesura y zancos de mosquito molesto, me veo salida de la madera de un sauce y no tu hija adoptiva; la crisis me espanta, bulle el agua marrón en La Florida, borra los caminitos de diciembre.

Rosario, se me va la palabra producto de tus sustos, miro los Paloborrachos, siguen encaprichados en querer nevar, asfalto inverosímil en que ocurre todo y el Monumento, como un estambre solitario, mira asuntos saltarines en la zona bancaria.

Quiero algo que quepa adentro mío, una reina, una bruja que me sane cerca de la ribera donde están tus desechos, la mugre casi sagrada de tanto no ser resuelta por ningún municipio. Quiero gemir sin hacer otra cosa y que el mercado me suponga loca hasta la furia. No puedo ver que en el filoso cordón industrial la gente tenga terror al sin trabajo y viva con baches de corazón semiabierto por ese asunto.

Comercios pálidos, vacíos, empleados no compravenden. La malaria va muro por muro, te endurece.

Muchachos como gatos se las rebuscan vendiendo limoncitos, se desnudan las cúpulas, por las ventanas entrecerradas lloran jubilados la pérdida del valor de sus rentas, mercaderes de calle San Luis venden mucha menos cantidad de corpiños.

Señores de Bolsas y de holdings asedian con sus cigarrillos, una monja paseó preocupada por Pichincha este viernes a las tres de la mañana. Monja insomne.

Rosario, Ponte las pilas!, tu andar sedoso, el pulso de calle Cafferata, la guerra de hormigón armado fue índice de crecimiento y hoy te veo signada por la niebla, ahogada en zona sur y sus pantanos.

No sé qué hacer con mi cáliz crítico, pruebo en todas las lenguas y no sale un decir que diga, el verbo justo que sea imán de Paraná y lo traiga, a reencender concejales y encontrar soluciones.

Fin de año cuajado.

Prenden las luces como párpados y la EPE es una mala sustancia de la que dependemos demasiado. Necesitamos fumarla a cada rato.

Quiero una ciudad para mí, para mí sola, quiero robarme todos los zaguanes, ranchos techados bien, iglesias de verdad o de tomate, personas picantes; quiero que baje un arcángel en plena calle Alvear e incite a transitar tranquilos otra vez, quiero que las personas no se corten con cordones filosos y malheridos por motos y autos chocadores, que vuelvan las ganas esplendorosas de entrar a un primer mundo o, simplemente, de entrar primero al mundo.

Necesito que esta crisis venida de Europa o de la isla a todo humo, venida entre los chicos limpiando vidrios con sus huesitos, que vino por agua no gloriosa, deje de tener presencia urbana, permita que los abogados no nutran más conflictos.

Que un cardiólogo logre que este mal no se vaya a vivir al pecho.

Hoy no sé qué decirte Rosario, con tus panaderías henchidas donde se queman las facturas y tus hijos de cabellos fabulosos, no quiero que tu gente se arrastre por un laburo hasta adquirir vida de serpiente.

Cuando haya que hablar con alguien yo lo haré con los perros, con las parteras acosadas por horas extra, con señores que tengan vida de viejos caballeros, con tus azahares y los Jacarandas que nos salpican tornasol y no miseria.

Mientras tanto la caterva de chicas acurrucadas en colas, currículum en mano, ojala logren no tu progreso sino un robo de dulzura a mano armada.

Y seas Rosario de las grullas.

Y las fiestas.

Con tardes aflorando como en la época que nacieron todos los abuelos.

Rosario, no sé qué decirte, que quiero que, aún con crímenes y lástimas, con tu gente, chapas, cuernos y carros, sigas convirtiendo clavos oxidados en pepas de Paraíso. De tu edad verdecita.

Y la crisis quede solo en presagios.

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