I. El ave no atina a partir. Cómo va partir si después del estremecimiento no hay nada.
II. Apenas envuelto en una sábana, aprovechaste todas las ocasiones que se te presentaron. No perdÃas oportunidad de paralizarme, y al hacerlo hincabas el colmillo del mundo en mi espalda. En aquellas ocasiones, descansabas el peso de tu cuerpo en mi cuerpo, resistiéndote a soltarlo. TodavÃa no habÃamos aprendido a descansar. No sabÃas resistirte a emplear aquellos abrazos de agilidad asombrosa y cuando yo me apretaba contra vos, aferrándome, abriendo el ojo del mundo, el universo descorrÃa su prepucio celeste y una luna entera se derramaba. Entonces descansabas la cabeza sobre el hombro izquierdo, dabas impulso al grito que venÃa desde abajo y lanzabas tu estela azul sobre mi cara.
III. Una vez fingimos que no nos conocÃamos, jugamos a no querer dar, a que tu flauta estaba dormida y olvidada, y que mi guirnalda estaba incompleta. Se te salÃa el corazón por la boca. Hasta que gritaste: No estoy muerto. No estoy muerto, comprobabas. En tanto me reclinabas clandestinamente. De las pestañas pendÃan luces, no lágrimas. CobardÃa es asunto de los hombres, murmurabas, de los hombres, no de los amantes, repetÃas, mientras tu empuñadura voraz se agigantaba. Yo aguardaba en puntas de pie tu arremetida de toro y luego me levantabas en el aire y girabas. Era la danza de los limpios, limpios de tristeza.
IV. Personas del silencio. De la flor acuática sin nombre. De la hora única. De los navÃos con cáscaras de naranjas. De las brisas menos fuertes pero más bellas que la niebla. De la abanicada perseverancia que promete otra mañana de cópula. Personas como espejos que miran a aquel que mira con sus ojos. Del infinito morir apaciguado. De la brevedad que alivia el tiempo.
V. Hay quienes perciben ciertos ángeles endemoniados con puñales bondadosos. Con cabellos calientes y piernas de arañas. Con lenguas de sabueso y penes de burros. Vayámonos, decÃs. Que no nos vean, que no nos reconozcan. No somos impalpables como fantasmas sino de carne insistente.
VI. Mejor es que recuerdes el tiempo que sostiene la brevedad, doblando las horas de nuestra historia. El ingreso al paraÃso desconocido. La corriente que se torna cada vez más impetuosa, y cómo puedo yo hacer el inventario de mis modestas ilusiones, mis extrañas pertenencias de alma y de cuerpo.
Cuando te escucho, acudo a tu llamado de auxilio y dejo todo atrás. Me apuro. Trabajo hasta tarde, amanezco temprano. Soy el contenido de tu sueño. Mejor es que recuerdes que para mà sos bello, aun cuando aplastás el pávido temor entre los dientes. Cuando te hacés más temblor que pirámide. Aun cuando preparás los detalles de tu muerte como un encaje de salvación.
Mejor es que recuerdes con cuánta esperanza venÃs al fondo de mi abismo a lamentar las falsas luces del cielo. Y no te preguntes qué has hecho porque la maldición dice que de inmediato aflora lo que no has hecho.
Mejor es que recuerdes el fuego volcánico, las anémonas como ascuas, la tersura de la corola en un suspenso de música y Martirio. No olvides que tus ojos pueden ver el milagro y que el milagro se oculta de los ojos que se dan por vencidos.
Palabras fueron escritas en papel. Palabras fueron escritas en los labios. Cada palabra es dirigida a otra palabra y se hace el ritmo. Palabras son cuidadosamente separadas como pétalos. Palabras al filo de sà mismas, amenazadas por lo que no se debe nombrar y resistentes como junco ante el viento tempestuoso. Palabras que se doblan hasta el dolor, pero perfuman con sus blancas flores en la altura. Y es cierto que bien debajo de los pies ruge la tumba, se muere la hierba. Pero mejor es que recuerdes la palabra siempre.
*Vicente Aleixandre
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