Me acusan de excesivo realismo y trasfondo violento, marca y hasta vicio en mis cuentos. Disimulo, dibujo flores textuales y les echo perfume. Tengo que despistar. Alguien puede caer por aquà y encontrar el cadáver de Miriam, la desdichada protagonista de mi relato "Malicia", asesinada por un tal Gómez; yace sobre mi escritorio, rubia como la escribÃ. Apareció simultáneamente con la publicación. Viste el jean y la remera indicadas, con el meñique cortado según mis prescripciones literarias. También está el charco sanguinolento que debÃa haber y en el sitio señalado. Me culparÃan. Entre sobresaltos, paso dos dÃas velándola a la espera de que se esfume y desaparezca. Se mira y no se toca. No me animo a conocerla al tacto. Ayer a la tarde, cuando sonó el timbre y Petra se asomó por la mirilla, entré en pánico ¿debÃa negarme, fingirme ausente, enferma, callar? CorrÃ, cerré mi biblioteca con llave y aparecà ante la visita inoportuna; tras un abrazo, la invité a ir a tomar un capuccino en el bar que acababa de inaugurarse en la esquina. Pero ella habÃa venido a tomar su clase de análisis de textos. Hablaba con recelo. Argumenté: "Sin embargo, trabajar en un bar con librerÃa, entre mesas que acogen a parroquianos de intelecto... Flaubert creó 'Madame Bovary' en un ambiente como ése". Eso la empujó. Cuando me desembaracé de la potencial fisgona, se me ocurrió una solución ¿y si reescribÃa la narración? Pero nadie resucita, ni siquiera en los cuentos. Lo extraño es que Miriam no se pudre ni toma mal olor. Hallándome dándole vueltas al cadáver, con una lupa en la mano, sufrà otra irrupción: un electricista enviado por el consorcio a chequear la red eléctrica por problemas en los medidores de luz. Me hallé a un tris de tirarme en sus brazos cuando encaró la puerta de la biblioteca. Pero ante la hoja cerrada, el hombre, tono lastimero, se explayó con que su hija Mara anda mal en Lengua, séptimo grado, todavÃa no aprendió a leer (¿séptimo grado?) y que enterado de mis habilidades habÃa entrado con el pretexto de la electricidad, pero en verdad, para suplicarme le enseñara a la niña las artes o ardides para salir del paso y que le expidieran el certificado de aprobación de la primaria de una buena vez. Acepté el voluntariado gratuito y que se marchara ahora ya.
Porque aunque no se descomponga ni lance miasmas, Miriam se conserva porfiadamente Ãntegra. No se volatiliza. Tomé otra iniciativa también desechada por la realidad: ¿Cómo localizar al Gómez homicida de ficción? Telefoneé al universo de Gómez alojados en la guÃa en pos del restaurador de vitrales y gobelinos antiguos de mi cuento. No existe. ¿Cómo podrÃa?
Miriam se reseca. Se apergamina, se resquebraja como un pellejo viejo. La velo con aprensión. El piso se cubre de las laminillas que desprende su cadáver. Tomo una de esas hebras entre los dedos. Es papel. Puro papel.
Empiezo a sudar. Hace un par de dÃas envié mi último cuento a la revista "Varieté", En "Genes" (asà se llama el relato) se produce el nacimiento de un niño con una discapacidad motora; él, MartÃn, termina, años después, atropellado por la propia madre, en traumático drama. ¿Qué tal si se aparece en mi departamento el flamante bebé con las connotaciones previsibles? ¿Me convertirÃa en progenitora y accidental homicida? Trato de detener la inclusión de la pieza en la edición de inminente salida; aduzco que debo reverla pero que la sustituiré de inmediato con otra de mejor calidad. Lamentablemente, no pueden complacerme. Ya se halla en prensa. La encrucijada se vuelve irreversible.
Decididamente, tendré que darle un vuelco a mi literatura. Cultivar la lÃrica o inclinarme a arte abstracto. Cavilo volviendo del kiosko, hojeando la revista y constatando que mi cuento ha sido publicado. Planto la mano sobre el picaporte. Se escucha un ruido extraño proveniente del interior de mi departamento. Se parece tanto al llanto de una criatura.
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