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Domingo, 15 de marzo de 2009
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Al pie de la letra

Por Gary Vila Ortiz
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Quisiera seguir la lección de Montaigne sobre la lectura al pie de la letra, pero nadie puede seguir al inventor del ensayo al pie de la letra. Ni Bacon, ni los que vinieron después. Continúo, entonces, impulsado por Montaigne, la desprolija y atenta lectura de los libros más dispares, porque los años me van apurando y no quisiera pensar como Borges cuando escribió que sabía bien que había libros en su biblioteca que nunca volvería a leer y acaso algunos otros que jamás había leído. Mi forma de evitarlo es sacar libros de aquí y allá, convencido de que se trata del más absoluto azar o que tal vez algo me ha quedado de las muy viejas lecturas sobre la filosofía zen: para encontrar lo que se sabe que se busca de ninguna manera hay que buscarlo. El arquero da en el blanco con su flecha siempre y cuando no piense ni por un instante que dará en el blanco.

Así encontré un libro con un ensayo de Josefina Ludmer que se ocupa de dos relatos: "La novia robada", de Juan Carlos Onetti, y "Una rosa para Emily", de William Faulkner. He leído este trabajo con la misma pasión con la que leo con frecuencia a Montaigne, a Borges, a Henríquez Ureña. Tiene un sabor tan particular que por cierto me hizo releer los dos cuentos mencionados. "Una rosa para Emily" es uno de los textos de Faulkner que vengo leyendo y releyendo desde que tuve por primera vez en mis manos "Estos trece", allá por un lejano 1958. Después perdí ese libro y lo busqué como un loco sin poder dar con él. Tal vez cuando deje de buscarlo aparezca de nuevo. Por ahora tengo que leerlo en una antología de cuentos y narraciones compilada por Carlos Rafael Giordano, publicada por la Editorial Universitaria de Córdoba hacia fines de la década del sesenta. Dicho sea de paso, una selección que no tiene desperdicio alguno, en la que cada uno de los autores parece contagiarse de los demás: Arlt, Faulkner, Marcel Schwob, Saki, Angus Wilson, James Baldwin, Arcadio Averchenko, Montague Rhodes James, Salazar Bondy, Macedonio Fernández y Tennessee Williams.

Antes de regresar al estupendo trabajo de Josefina Ludmer, que ha enriquecido la lectura de esos dos relatos que he leído con tanta frecuencia, diré que "Una rosa para Emily" no es fácil de encontrar en recopilaciones de los cuentos de Faulkner. Por ejemplo, no está en los "Relatos", cuya quinta edición en español fue realizada por Anagrama en el 2003, omisión que tal vez esté justificada en el prólogo. Pero sí se incluye en la edición de Seix Barral que lleva por título "El campo, el pueblo, el yermo". El título de este libro, que data del 2000, no es el que corresponde al original inglés. En estas dos recopilaciones hay en total 65 relatos, pero creemos -la memoria puede fallarnos- que falta alguno de los incluidos en "Estos trece".

El ensayo de Josefina Ludmer se titula "La novia (carta) robada (a Faulkner)" y tiene lo que Alfonso Reyes, en alguna de las tantas veces que escribió sobre el ensayo, llamó la temperatura de la creación. Sin dudas que es así y además, conociendo la admiración que Onetti tenía por Faulkner, creemos que a él también le hubiera gustado leer este trabajo iluminador. La belleza de los cuentos de Onetti (ignoro si el término "belleza" es el adecuado) es feroz: suele provocar una sensación de miedo que resulta difícil de disipar. Sobre todo en el que estudia Josefina Ludmer, en "El infierno tan temido" y en "Bienvenido, Bob".

Ludmer persigue a los protagonistas de ambos relatos y asombra su constancia para sorprendernos. Es posible que esos textos lo permitan mejor que otros ya que los dos juegan con el tiempo, que es una manera de jugar con los lectores, sobre todo con los lectores profanos como quien escribe estas líneas. Josefina Ludmer no es una lectora de ese tipo, aunque lo mismo parece contagiada por esos laberintos de tiempo expuestos casi con un leve temor, con una indudable pericia narrativa.

Tarde o temprano, Ludmer agrega para el lector autodidacta que sueña con poder aproximarse sobre todo a Montaigne (es decir nosotros), agrega, decíamos, a quien lee de esa manera, un nuevo capítulo en la influencia que los escritores norteamericanos como Faulkner, Hemingway, y más tardíamente (y un tanto menos comprensiblemente) Carver o hasta el mismo Bukowski, han ejercido y aún hoy ejercen sobre los escritores latinoamericanos. Aquellos que por razones obvias no tienen el conocido (o no tanto) miedo a las influencias, como el caso de García Márquez o de Onetti, y en ciertos aspectos Cabrera Infante o Severo Sarduy, han expresado lo que significó Faulkner para sus obras. Macondo, Santa María y el condado de Yoknapatawpha, "cuyo único dueño y propietario es William Faulkner", como se anota en el mapa incluido en algunas de las ediciones de "¡Absalón, Absalón!", esas tres ciudades son el laberinto de tiempo, sin centro, por el cual se mueven Emily, la Moncha Insaurralde, Díaz Grey, los Compson, los Sutpen, los Coldfiel, los Stevens, un laberinto que es el mismo que instala entre nosotros, de una nueva manera, Josefina Ludmer. Pero tal vez ahora ese laberinto sí tenga centro, y en todo caso podemos ver al minotauro borgiano dejándose matar por Teseo, apoyado por Ariadna, que en realidad lo amaba más que a Teseo (y le hubiera ido mejor). O contemplar los laberintos de solamente un día que construyó, hace tiempo y a lo lejos, un señor llamado James Joyce. Por nuestra parte (por mi parte) sigo perdido en otro laberinto, pero debo agradecerle a Josefina Ludmer que abra una ventana en la confusión para poder respirar con una mayor plenitud, si es que la alcanzamos (si es que la alcanzo).

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