Se ha escrito tanto sobre la obra de Borges. Es casi un lugar común apelar a su insaciable ironÃa, al desenfado por mostrar las cartas como procedimiento de la creación, de la tarea.
¿Qué se puede decir de Borges, hoy?
Tal vez repetir aquella opinión premonitorio de los setenta que hiciera el crÃtico Nicolás Rosa: en este paÃs ya nadie puede escribir si no parte de Borges. Hay como un quiebre, como un punto de inflexión con su obra. Un antes y un después de Jorge Luis Borges.
Borges, ha escrito Cioran, "es el último delicado". Borges abusó del matiz en la literatura, dice. Eso es lo que hace grande a un escritor: el matiz. Pero a renglón seguido, con cierto malhumor sostiene que a Borges lo ha perjudicado el hecho de ser un hombre a quien los profesores de literatura que curiosamente son los que dispensan la fama, según el propio Borges al fin de su vida dieran cuenta de él y de su obra.
Cada uno tendrá a esta altura su propio Borges.
Yo prefiero aquel que busca en los intersticios más ricos de nuestra lengua ese espesor jadeante que puede hacer vivir un poco menos solo a un semejante, un poco menos triste, tal vez. Un poco menos miserable, en fin.
Mi amigo, el doctor en jurisprudencia José Humberto Donati, decÃa cuando no era doctor en jurisprudencia sino mi amigo Pepito Donati, allá en mi pueblo hace 45 años, que cada uno de nosotros era capaz de tener un dÃa una "agachada" (hasta San MartÃn fue capaz, me decÃa). La "agachada" era una especie de defección, ¿verdad?
Y Borges, a qué negarlo las tuvo en profusión y no tendrá disculpas por más que lo haya hecho aunque más no sea para dar que hablar, para no ser del coro, para ser original, para ser él, para ser distinto.
Esa puerilidad fingida para mÃ, genial según el tándem SarloPiglia, de enmendarle la plana al mismÃsimo Pepe Hernández, mejor llamado "Matraca". Modificar una tradición tal vez sea refundarla, y dicen ellos (el tándem) que Borges supera una tradición. Ignoro con qué tablas medÃan esos valores (Gelman supo escribir en un poema: "son refranes/habrá que ver quién inventa los refranes").
Yo creo que hay que buscar a Borges en esa lengua sin fisuras, sin jadeos, sin grisuras, en ese puro esplendor verbal para nuestro regocijo, su verdadera faz. O lo más interesante. ¿Acaso él mismo no se cansó de decir que lo que menos se debÃa tener en cuenta eran las opiniones polÃticas de un escritor?
Borges está siempre lejos de esas "tinelladas" a que nos somete la cultura multimediática. Borges, "mi" Borges, el menos, está en el tono medio donde nada es estentóreo, pero todo, absolutamente todo, es necesario.
Pienso, en El Aleph, en Sur, en Funes el memorioso, pienso el fabuloso Poema conjetural o en El General Quiroga va en coche al muere, pienso en tantos textos que me han hecho feliz.
Esa felicidad que al propio Borges le deparaban los textos de sus escritores favoritos. Esa felicidad que me parece ver como una búsqueda ausente en los escritores de hoy, Una felicidad a la cual el destino no parece depararles un favor, ni nadie que pueda asegurarles el fervor de un público adicto.
Las anécdotas cuando de Borges se trata pueden ser un modo de abonar una teorÃa (mi humilde teorÃa sobre Borges, al menos) que fue un hombre signado (y decididamente voluntario también) a ser un grande.
La primera de ellas se refiere a ese otro grande que fue el humilde Ricardo Molinari. En un reportaje hacia el final de sus dÃas alguien le preguntó sobre su antigua amistad con el autor de Fervor de Buenos Aires.
Sà dijo fuimos amigos de jóvenes, pero cuando supe que él querÃa ser el primero me alejé. A mà eso no me interesaba.
La otra fue una charla personal de las tantas que tuve con el profesor Adolfo Prieto, en los pasillos de la antigua Facultad de FilosofÃa y Letras de Rosario, siendo yo alumno.
-FÃjese me dijo que Borges se cuida de ponderar a un autor de primera lÃnea, a alguien que pueda hacerle sombra. El se dedica a halagar a los segundones.
Con el tiempo note que llevaba la razón.
En su envidia a José Hernández, el cofundador de nuestra literatura junto con Sarmiento, suele notarse esto.
Nadie en su sano juicio o en plena honestidad puede poner en duda que el MartÃn Fierro oblitera y sepulta toda la gauchesca anterior y clausura la por venir.
Mata incluso la farragosa obra de don Hilario Ascasubi, resentido y unitario, bravucón de nuestras luchas civiles que sin embargo dejó un texto de los más violentos de nuestra literatura: La Refalosa. Ascasubi, según criterio de Borges, era superior a Hernández.
Yo creo que allà Borges pone en movimiento su célebre "Arte de injuriar".
Por eso, en el desvÃo que pretende hacer con esos dos cuentos que son deleite de los repetitivos y aburridos que profesan las letras en la aulas (me refiero a "El Fin" y a "Muerte de Isidoro Tadeo Cruz") está la cifra de sus ganas de medirse con aquel grande.
Creo que a la grandeza de Borges no le hacÃa falta esta y otras bajezas que él supo alentar y a las que apeló más de una vez, como aquella en un periodista le preguntó qué pensaba de la poesÃa de Juan L. Ortiz.
¿Es un sacerdote el hombre, no? replicó haciéndose el tonto.
Cuando le conté esto a Juanele, beatÃficamente, según su estilo me dijo: No puedo enojarme con Jorge Luis. ImagÃnese, cuando yo era jovencito y andaba por Buenos Aires, sabÃa tomar el té con doña Leonor, que era una mujer encantadora. Y otra vez, hablando de la obra borgeana le pregunté si esa nostalgia del coraje que uno parece percibir en sus cuentos de cuchilleros no será una sublimación de su cobardÃa.
No se crea me dijo él no tiene coraje fÃsico, pero del otro le sobra.
Estábamos en los setenta y eran famosas sus intervenciones periodÃsticas donde emergÃa de la pirotecnia de la revolución su porte de provocador. Ostentaba su reciente afiliación al Partido Conservador, que era como un crimen para los que éramos jóvenes entonces.
Soy conservador, porque allà no encontraré sorpresas, decÃa, cachador.
Y con esa afirmación producÃa la hilaridad o la inquina. Que parecÃa divertirlo mucho.
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