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Domingo, 29 de marzo de 2009
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Las mujeres siempre triunfan

Por Adrián Abonizio
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Yo tenía catorce años y debía trabajar, por eso mis padres me enviaron a lo del doctor Monteleone, a su casa, a su estudio a ver si me ganaba los garbanzos en la escribanía. ¿Qué hacía yo allí? Diría que nada y todo. No limpiaba. Era mandadero. Solía atender el portero eléctrico que se multiplicaba en sus rings por toda la mañana. Luego, al mediodía, iba a los bancos a realizar pagos o trámites y pasada la hora pico me dejaban ir a almorzar a mi casa. Al otro día rendía los papeles y seguía la rutina. Creo que el doctor me descubrió y me pidió: había visto mi esmero entre ceja y ceja, mi seriedad y claro, la necesidad en los muebles de mi casa, las pocas veces que estuvo retenido en el living, por mi madre y un café torrado.

Allí habrá comprobado los cuadros imitación, las paredes sin reboque, el olor a comida y se le habrá ocurrido darle una mano a mi papá. Al que puntualmente le cobraba el crédito por la casa. Yo le hice creer que era aplicado, mi padre exageró "-Un técnico propiamente", dijo absurdamente para definir mi precisión. No pudo ser más desubicado. El DT que me dirigía habíame echado la semana anterior. Fue en un córner, marqué el primer palo y un negro -Pelé le decían- me anticipó y cabeceó a la red, -"¿Pero usted es puto que no marca?", gritó. Un fracasado de apellido Gamez. Lo cierto es que me saqué la casaca y me fui al vestuario. Nunca más pisé el club. Y me había puesto raro: Un huracancito rojo, lleno de humo y apisonada violencia me empezaba a ladrar en los intestinos.

Al otro día me trompée con Claudio, el gordo de la imprenta por una pavada. Por esas jornadas en que andaba en pie de guerra me pidió Monteleone. Los adultos confunden seriedad con contracción al trabajo. Laboraba en su estudio﷓casa de luna oval con entrada de vitreaux, una servidumbre extensa, especie de familia portátil que el doctor había fabricado tratando a todos bien, pagando en término, regalando de vez en cuando camisas para el chofer, cuadernos para la hija de la mucama, ropa nueva para Sarita la secretaria que se decía andaba con él a pesar de estar casada.

Un dios malefico, ponzoñoso, cobrizo y maloliente me condujo hasta la verdad, esa ganzúa que abre el cofre personal cuando solo uno tiene la réplica, pues se sabe, para la verdad nunca hay una llave original: La tal Sarita resultó ser la esposa del técnico que me habia echado. En el cordón de Castellanos dirimíamos la escena mientras una luna rojiza subía por los álamos. López razonaba como ante una batalla. "Si la mandás en cana lo jodés al técnico, pero también al doctor que decís es buen tipo, y tiene la hipoteca de la casa". Toledo extendió su mano con el gesto de los cuernitos. "Además de que se enteren que está coronado también te ponés en evidencia". Lo miramos, usaba una jerga magnífica. "Un técnico en el arte del análisis de los casos policiales", dictaminó Antonioni. "Termínenla con la palabra técnico", rogué yo. La cuestión es que se venía la noche, encendimos el primer cigarrillo y buscamos aquello que significaba hacer el daño sin que se sepa el causante.

-"¿Está buena la Sarita?", ofertó Lopez. -"Unas tetas así grafiqué". -"Bueno, con esas tetas y mi labia vamos a hacer el negocio", levantándose, magnífico con la idea, cerrándose la campera y feliz en haberle encontrado la vuelta al asunto. Al día siguiente suena el portero y abro. Lo veo a Lópecito con un morral al hombro como los que usan los carteros. Vacilé, lo miré como a un zombie. "Qué..¿qué haces acá vos?" -"!Carta para la señora Sarita Zampapietro de Gámez!", chilló estruendosamente. Al oir su nombre vino por el corredor, con sus labios rojos, su perfume a naranjas y su escote. "Sí, precioso, ¿qué es?. Qué raro ¿acá?".

-"Soy correo privado, señora. Suyo", extendió la bic sin dejar de mirarle los pechos; firme acá y alargó un papel. Los dejé en la puerta y me metí en el estudio. Regresó Sarita y no pude soportar verla abrir el sobre asi que salí como alma que lleva al diablo para los bancos. El sábado por la mañana me llamaron del club que vuelva a entrenar porque "Ese bruto de Gamez se rajó sin avisar y usted, mi viejo, sabemos si que abandonó el club fue por él y ahora lo necesitamos ya!", me urgía el Señor Floritti, el propio presidente del Horizonte Club. Jugué, hice un gol y por el atardecer vimos a López que venía fumando y nos invitaba a sentarnos al cordón. Contó todo, el anónimo escrito en la máquina de su hermana, la obligación que deje el club su marido caso contrario se iba a enterar que ella lo gorreba con Monteleone. Una luna enorme y perfecta crecía tras él."¿Y cómo habrá hecho para convencer al cornudo?", inquirió Toledo. Lopecito, mirando el humear de su pucho susurró. Estaba sobre el tobogán, las manos en la nuca. "Ah, las mujeres. Cuando quieren algo lo logran.. las mujeres. Qué tetas lindas que tiene la señora Sarita. Las mujeres, para que vayan sabiendo siempre triunfan, che".

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