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Domingo, 3 de mayo de 2009
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Trabajosamente

Por Bea Suárez
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Ahí vamos los trabajadores con nuestras letras salvajes a predicarle al mundo un pedazo grande de pan. Vamos lejanamente, impulsados por varias cosas, a trabajar. Invitados por el hijo, la coyuntura, el sentido más epidérmico de la vida y también por mujeres largas y blancas que laburan siglo veintiuno hasta el cansancio, hasta morir.

Orillando el bosque, movilizando farmacias, dándole picotazos a diarios, rastras, arados, chatas, jeringas o tizas, inaugurando hoteles, atrás de los divanes, haciendo la instalación eléctrica de un corazón.

Huimos del hogar cada mañana a techar y encontrar a nuestros huecesitos fabulosos arriba de los taxis, somos un racimo de nación que apaga pequeñas hogueras marcando tarjeta.

Nos descubren enseguida, no nos paramos ante frutillas o luciérnagas, seguimos de largo desandando la espiral blanca del apuro con una única pregunta ¿dónde está el camino, dónde está el reloj?.

Nos golpean ideas como martillo y, en abanico de decisiones infantiles, siempre queremos dejar, cambiar, no hacer horario cortado, ni las noches. Tenemos estructura rotativa en nuestra esperanza, pocas veces vemos el interior del nácar que producimos día tras día.

Somos los trabajadores no de mayo sino de todos los siglos, somos también Grito de Alcorta, Fuentealba, Salk, el almíbar de miles de cocinas, los presidentes dignos, un médico que descubrió algo adentro de una célula; somos mucho cielo científico envuelto en capas larguísimas de carteros, zapateros, comerciantes, portuarios, porteros, peluqueros, enfermeros, basureros que cruzan madrugadas.

Llegan los días lunes suavemente atados, alguien nos los deja en la puerta de casa, el ritmo de sangre aumenta, oprimimos las manos y allá salimos los trabajadores a enriquecer el habla, a pensar que el mismo será gallardo si una pala lo trabaja o un camión lo transporta.

Salimos de los huevos y las cáscaras, nos pijotearon sueldos, aportes y salarios, igual repartimos cálidas margaritas cada vez que nos tocó, soñando con regresar y tener el chango cargado de blanco, la cocina florecida o el firmamento en buen estado.

Vamos a trabajar en primera persona del singular, con el talento puesto y el aguinaldo remoto, tornasolados por la ciudad y sus movimientos, la ciudad que aúlla esperándonos para quizás modificarse.

O no, o tal vez nada se modifica y el trabajo es eterno, nos promete un sepulcro, y en la noche tormentosa del dinero lo vemos, y nos queremos ir.

Joyas, piezas de oro, mariposas de lata, escobillones, desazones, cuevas, todo lo hacemos, fabricamos proyectos, damos clases sin que el mundo se abalance a vernos; vamos los trabajadores inquietos, adivinando cuánto han de descontarnos por la obra social que se obstina en no cubrirnos un by pass a la paz, el recibo atrasado, los locos en negro (en que nos convertimos más de una vez).

Monstruos de sol a sol que levantaron las paredes del país este fin de semana comerán asado (antes locro, cuando hacía calor) y repetirán frases de cuando hicieron iglesias, puntas, rocíos, calles y diademas, por la costumbre de vivir en yugo.

Hombros hondos a quienes les debemos la Argentina puedan gritar la cotidiana labor el primero de mayo. Y festejar una vez el descanso, distraídos y pensando que ha servido de algo.

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