Que nada moleste ni altere lo que el hombre ha unido. Porque las plantas en esa ventana corren peligro, no sólo por el color bien definido y vivo, demasiado vivo para una ventana que da al sur, sino por la tentación irresistible de llevarse un gajito a ver si prende en casa.
En realidad no es un balcón, es apenas el antepecho de una ventana de planta baja que ilumina solita y sola un monoambiente. Pero sirve para que Romero (tiene que llamarse asÃ, no se me ocurre un nombre más apropiado, su persona es igual a la de una planta aromática, se nota enseguida. Es un hombre bajo, anda cerca de los cincuenta, es muy movedizo y del todo pendiente de si se fijan en él o no) arme su jardÃn poniendo expectativa y mucha dedicación.
Recién llegado del trabajo todavÃa conservaba su equipo de batalla, pantalón y camisa muy cuidados con los que seguramente trató de convencer sobre el beneficio de algún producto a algún comerciante de Rosario. Flaco y acelerado, salió del departamento con un rociador en la mano, mientras le preguntaba por su jardÃn hizo una demostración de cómo lo trabaja, roció las plantas de las macetas con delicadeza, demorándose, sonreÃa tiernamente como si recién terminara de plantarlas. Me habló con seriedad: nunca cometa el error de poner mucha agua en la maceta, solamente un poco por la mañana, después use el rociador. Cada vez que vuelvo del trabajo las rocÃo, la tardecita es ideal, ya ve el resultado.
-¿No le tapan el aire? -dije mirando las hojas lanceoladas que avanzaban tenaces hacia la vereda, nacÃan en dos macetas idénticas y crecÃan al mismo ritmo afortunado.
-Tapan visión. Mi vieja y mi novia se quejan- se encogió de hombros.
HabrÃa que verlas, juntas o separadas, tratando de echar un vistazo a la calle y encontrarse con ese muro de hojas. La madre magra, brazos flacos y una cara angulosa, según informa la nariz de Romero: una ramita quebrada entre los pómulos (para seguir en la lÃnea de la botánica) en un óvalo atractivo; para compensar, una novia gordita, pelo rizado y resistente, de gran crecimiento como las plantas de las macetas. O madre y novia serán casi idénticas por ese afán que tiene Romero por la repetición. Hay que tener en cuenta el jardÃn: dos macetas iguales en el centro, dos iguales para los extremos y otras dos también iguales que se alternan entre las del centro y los extremos. Una simetrÃa rigurosa, una alineación perfecta, en el jardincito brilla el amor obsesivo por el detalle.
Me dieron ganas de regalarle una maceta, de tentarlo con alguna planta irresistible para escucharlo decir ?Bien, bien, gracias... pero en este espacio... ¡De ninguna manera!? y verlo levantar y volver a colocar en su lugar, sin deslizarla ni un milÃmetro, su maceta con la mancha en la panza, seguro para colocarla ligeramente hacia la derecha, tal cual la puso la primera vez.
Truman Capote no se obsesionaba por las plantas pero sà por los animales, se desesperó cuando perdió a Lola, cuando su cuervo se cayó del balcón y fue a parar al camión que pasaba en ese momento por el número 33 de la vÃa Margutta -¡Tanta coincidencia!- cuando vivÃa en Roma. Roma se llevó a su cuervo, se lo llevó para siempre en medio del escándalo del tránsito de esa mañana, después de la confianza mutua que tanto a Capote como a Lola les costó tanto consolidar, de que a Lola le crecieran el cuerpo y las alas hasta parecerse a un pollo, de que fuera jinete del bulldog, después de haber terminado su baño en el plato de plata y mientras dormitaba de placer, ¡justo ese gatazo para trastabillar asÃ! Capote se desesperó.
Si me llevan alguna planta me desespero.
-¡Cómo se criaron!- le digo.
-¿Y qué le parece que puedo criar aquÃ? -señaló con la cabeza el monoambiente. Como yo miraba las plantas sin precaución le marqué a Romero un yuyito en la maceta del centro, era apenas una hojita de hierba mala que despuntaba. ¡Qué vista!, dijo, pero no la tocó, me parecÃa que sufrÃa pero trataba de hacerse el desentendido. Movió su reloj. Yo anoté algo en una hoja.
Detrás de la puerta de ingreso se despidió por segunda vez agitando el rociador (la primera vez habÃa estado conmigo demasiado seco), tuve la impresión de que me llegaba agua frÃa. "Ya me saco el yuyo de encima", me gritó -¡Adiós!
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.