Recorriendo las calles de mi antiguo barrio, donde pasé mi infancia, pude reconocer algunas viejas casas, y también ver lo cambiada que está la cuadra por la que pasé seis años de mi vida, más de tres décadas atrás.
Extraña sensación. Subir la vereda por la que llegué a conocer lo que era "la calle", identificar la vieja casita en la que funcionó durante mucho tiempo el Almacén de Tita.
La casa en la que vivà no existe más hace mucho tiempo. En su lugar una nueva casona de tres plantas ocupa todo el terreno al que pertenecÃa la humilde casita de dos habitaciones cocina, baño y patio en la que vivimos con mi madre.
Ella trabajaba a 3 cuadras de allÃ. El moderno Hospital Ferroviario fue acompañando los cambios en el barrio, aunque el viejo edificio fue incorporado al nuevo como un anexo.
La primera escuela a la que asistÃ, a una cuadra del Ferroviario, como le decÃamos al hospital, era la Padre Claret. Una escuela pública al lado de la Iglesia Medalla Milagrosa, por lo que la libertad religiosa era bastante teórica. En segundo grado ya tuvimos catecismo, y tomábamos clase en un patio por el que pasaban curas y maestras.
Cuando le contesté a mi madre que yo no me creÃa el cuento de Jesús -me habÃa preguntado si me gustaba la clase de los sábados-, el cambio de colegio se hizo esperar un poco, pero llegó inexorablemente. A unas cuadras más estaba la querida Juana Manso. La nena, un poco más grande, podÃa caminar sola cinco cuadras hasta el colegio, primero de tarde y luego de mañana.
Hoy el recuerdo más intenso viene de "la cuadra", mi gran patio de jugar, de hacer amigos, charlar con vecinos, conocer el mundo. En el umbral de esa puerta me senté una mañana de domingo a esperar el regreso de mi vieja del trabajo, mientras me rascaba la espalda con insistencia. Pensaba que hacÃa mucho calor o que habÃa bichitos que me picaban. Cuando ella llegó y me revisó, nos fuimos directo hasta la guardia del Ferroviario donde me dijeron que tenÃa varicela. Consecuencia: dos semanas adentro, con fiebre en plenas vacaciones de verano, pero fueron muy divertidas.
La primera Navidad que pasé allà me trajo de regalo una bicicleta hermosa, plegable color verde oscuro metalizado. Quise llegar hasta casa andando, pero Urcal quedaba lejos del nuevo barrio -antes sólo quedaba a tres cuadras de la pensión donde vivÃamos en el centro- y hubo que llevarla en un taxi, con mi más terco berrinche, y mi vieja echa una furia, pero contenta.
La bici no era sólo un juguete, me llevaba por toda la manzana de mi casa, y también por la de enfrente, en donde me hice de mis primeros amigos del otro lado de la calle. Chicos y chicas de mi edad o más grandes, además del kiosquero, y la modista, la abuela de dos de los nuevos amigos. También me "compré" la vereda de enfrente con la bici. En un podrÃamos decir avance de lo que luego se llamaron las piruetas en bmx, salà volando y aterricé sobre la vereda, con tanta fuerza que no tengo el menor recuerdo, tal fue el golpe que perdà la conciencia.
Desde el patio de la casa se veÃan las casas de enfrente, por encima de la puerta de chapa. Asà una noche escuchamos pasar los tanques por la calle. Estaba todo oscuro y sólo se sentÃa el ruido de los motores. Yo querÃa salir a verlos pasar, como hacÃamos muchas veces, pero mi vieja esa vez se negó con insistencia, sin parar de decirme que podÃa morir acribillada de una bala perdida o quién sabÃa qué otra cosa más terrible podÃa suceder. Mi recuerdo es el estar a punto de vivir en un lugar parecido a la Franja de Gaza. ¿Estábamos en guerra? ¿Quiénes eran los enemigos? No se entendÃa mucho. Me pareció entender que eran los chilenos. Pero luego comprendà que era un poco difÃcil que llegaran hasta Rosario, incluso aún pasando la Cordillera, estábamos muy lejos. Pero si llegaban, estábamos casi indefensos. Yo por eso contaba con mi bici para salir corriendo.
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