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Jueves, 14 de mayo de 2009
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Compromisos y falacias

Por Armando Cassinera*
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Quiero responder a la decana y al secretario general de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Rosario, Liliana Ramírez y Hugo Permingeat, que en la edición del domingo 19 de abril pasado de Rosario/12 defendieron la relación institucional con la empresa Monsanto. En una Resolución del 2004, el Comité Nacional de Etica en la Ciencia y la Tecnología (CECTE), ante la convocatoria al Premio "Animarse a Emprender", instituido por el Conicet y la empresa Monsanto, estimó que es "inconveniente que una institución pública de la ciencia y la tecnología se asocie en el otorgamiento de premios a la investigación científica o tecnológica con organizaciones o empresas que son objeto de cuestionamientos éticos por sus responsabilidades y acciones concretas en detrimento del bienestar general y el ambiente". En consecuencia, el Comité Nacional de Etica en la Ciencia y la Tecnología recomienda que la evaluación ética sea la condición previa para toda asociación de instituciones públicas de investigación científica y tecnológica con organizaciones o empresas nacionales o internacionales.

Por una cuestión de espacio, resulta imposible detallar los antecedentes y accionar de Monsanto en la Argentina y en el mundo. Para Marie﷓Monique Robin, autora del libro "El mundo según Monsanto", se trata de una "empresa delincuente", muchas veces condenada por sus actividades, como por ejemplo la producción del PCB.

Una historia similar, dice la autora, es la del "agente naranja" (mezcla de 2,4D y 2,4,5T) utilizado en la guerra de Vietnam. "La empresa nunca aceptó su pasado ni aceptó responsabilidades. Siempre trató de negar todo. Es una línea de conducta. Y hoy sucede lo mismo con los transgénicos y el Raund﷓Up", indica Marie-Monique Robin.

"Monsanto esconde datos de sus productos, pero no sólo eso, también miente y falsea estudios sobre sus productos", continúa la investigadora. Monsanto tiene el derecho de propiedad intelectual de las semillas transgénicas. "Es una dictadura en el sentido de un poder totalitario, que abarca todo. Hay que tener claro que quien controla las semillas controla la comida y controla la vida. En ese sentido, Monsanto tiene un poder totalitario."

Sigue Robin: "En muchas partes del mundo, Estados Unidos o Argentina, los laboratorios de investigación son pagados por grandes empresas. Y cuando el tema es semillas, transgénicos o agroquímicos, Monsanto siempre está presente y siempre condiciona las investigaciones"

La autora francesa le dijo a Página/12, en una entrevista publicada el 30 de marzo pasado, que su libro "deja claro que hay científicos, en todos los países, cuya única función es legitimar el trabajo de la empresa".

La serie de grandes multas contra Monsanto en Estados Unidos incluyen responsabilidades en casos de muerte por leucemia y multas por el vertido de productos peligrosos al medio ambiente. La lista de proezas continúa, en momentos en que se suman nuevas evidencias sobre la toxicidad del Glifosato que también se empeñan en esconder.

En la nota realizada por José Maggi, Ramírez y Permingeat revelan el sentimiento de orgullo que les produce contar con un laboratorio donado por empresas como la que se acaba de describir.

Parece que los antecedentes de Monsanto no importan a la hora de evaluar las relaciones institucionales, o tal vez podrían brindar argumentos como "no nos constan", o "tenemos una relación de mutuo beneficio con la empresa", o "con nosotros fueron muy generosos" o "se trata de relaciones técnico profesionales que no tienen vinculaciones con otros aspectos ajenos a la actividad académica y científica". Discurso conocido.

Siguen los conceptos. "Yo siempre trato de separar todo lo ideológico de lo técnico", dice el secretario y aquí no sólo está planteando un imposible sino que además deja de lado que él mismo ha ido a defender el modelo transgénico a cuanto foro de discusión se ha organizado en la universidad y fuera de ella.

La contaminación ideológica fue el criterio utilizado por la última dictadura para sacar la investigación científica del seno de la Universidad y trasladarla al Conicet, con el resultado conocido de una corrupción mayúscula y persecución a quienes se atrevieron a alzar la voz.

Al analizar el modelo sojero a partir de las divisas que produce ("Ojalá este modelo sea multiplicador de otros proyectos que tengan el mismo éxito que tuvo éste, porque el ingreso de divisas que tuvo el país desde el 2000 no fue casual"), deja deliberadamente de lado las consecuencias sociales, económicas y ambientales y muy lejos de tratarse de una opinión ingenua es una clara posición política.

Deja de lado, entre otras cosas, que Argentina siembra soja transgénica en más de la mitad de la superficie cultivable, que con el proceso de sojización impulsado por Monsanto se incrementó el uso de agrotóxicos, que se expulsó de sus tierras a decenas de miles de productores y campesinos, que se taló gran parte del monte nativo, que se abandonaron variedades tradicionales, que se descuidó la soberanía alimentaria en favor de la exportación de un forraje y de agrocombustibles, etc.

Con gran habilidad, Permingeat soslaya el análisis global del modelo y sus consecuencias y centra el discurso en algunas parcialidades como la supuesta inocuidad de los alimentos transgénicos o el cuidado a tener en el uso y evaluación de agroquímicos.

Según Permingeat, las restricciones a los transgénicos en Europa se deben a que "la sociedad europea no tiene un conocimiento profundo de estos temas" y a que "lo ecológico está de moda". Seguramente la sociedad europea en su conjunto no tiene un conocimiento profundo del tema pero está bien informada y es la razón principal por la cual se generan presiones para restringir esos alimentos por parte de los gobiernos.

La defensa de los transgénicos como discurso único pretende tapar las evidencias y opiniones de científicos, organizaciones de científicos, organizaciones populares y campesinas del mundo entero que se oponen al modelo.

Atribuir a una moda la preocupación mundial por la crisis alimentaria, energética, el cambio climático y el deterioro del medio ambiente supone ubicarse en la posición de los grandes responsables de estas crisis.

Hay muchas opiniones vertidas a lo largo del reportaje que dan lugar a la polémica pero prefiero dejarlas para referirme a la cuestión institucional del problema. No es nuevo que en el ámbito científico y académico se reciba dinero para investigar y se callen algunos temas. Cuando se indagan las razones, aparecen la falta de interés por los temas públicos y políticos, la falta de presupuesto y la presencia de dinero, cualquiera sea su procedencia, como mecanismo para acallar conciencias.

Sin embargo, la universidad sigue siendo el lugar adecuado para producir conocimientos y es necesario seguir batallando y discutiendo para que vuelva a constituir el espacio por excelencia de la libertad y autonomía científica y de los pensamientos críticos.

La actividad científica es una actividad social imbricada con las relaciones sociales y de poder, es por eso que debe estar imbuida del pensamiento social crítico para que contribuya al bienestar de las grandes mayorías. Los peligros que acechan al sistema científico residen en la articulación manifiesta entre ciencia y negocios y la reproducción de un orden social profundamente injusto y desigual.

*Ex consejero del claustro de graduados de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNR.

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