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Sábado, 23 de mayo de 2009
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LENTA DESNUDEZ DE MUSA

Por Miriam Cairo
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PAJAROS EN FORMA DE HOJAS

La musa soledad se ha expresado en colores tan generosos que las figuras humanas dejan de ser un triste error del Dios que las crea. Es posible ver a través de ellas, pájaros que buscan otros empleos primaverales. Quien haya recorrido sin prisa cualquiera de las calles de la ciudad, podrá sentir el viento de la musa soledad en los talones. Aquellos que de día luchan contra la angustia, de noche contra la muerte del deseo y siempre contra el vacío, sabrán que la ausencia de Dios es alentadora. Cuando la musa soledad baja a la ciudad, el que todo lo juzga se avergüenza de sí mismo y se llama a reposo.

A LA CIUDAD HIRVIENTE

Con su progresiva tendencia a prolongar el detalle y el incidente, la musa soledad lleva a cabo transacciones silenciosas. Aunque la mayoría de las figuras humanas se desenvuelven en sus tareas más simples, ella promueve una tensión sexual, una calma desesperación, exhibidas en la arena pública de las veredas. De nada valen las delicadas advertencias del diablo. Las amapolas humanas expanden su olor de durazno y hasta los postes de luz explican el sentido de la añoranza. Hay fugas vertiginosas. Las bocacalles emanan el apetito de placer y la mañana mete en un paréntesis las medidas del yugo. Pero la epifanía no puede ser alentada por el apuntador invisible. Es la musa soledad la que descubre el claroscuro.

EL PALADAR DE DIOS

La soledad no nació en 1887, pero sí en la provincia. A los veinticinco años, inesperadamente no se embarcó y luego desembarcó. En una librería compró el célebre almanaque editado en cierta fecha en otra ciudad del mismo mundo. El largo peregrinar de la soledad por las librerías, las calles y los mares inexistentes, la condujo a navegar como pez en el agua por acuarelas montiondas y a no extraviarse en una drola. Ella ofrece motivos de aullido a los hombres y las mujeres sin importancia. Mujeres que se inclinan, mujeres que se levantan. Hombres que van al otro extremo y vuelven empezar. Hombres y mujeres fuera del paladar de Dios.

TRAMPAS EN LA HIERBA

Como es sabido, los padres de la musa soledad no eran polacos, aunque bien pudieron serlo, si los hubiera tenido. De chica, todos la conocían por su apodo. Se pintaba las uñas con pétalos de malvones. A los once años hizo sus primeros plagios de jinetes azules para hacer presente la otra mitad del universo. Ya había en su pulso y en su manera de mirar, un turbio erotismo. En ese tiempo, Dios era rico y famoso, por lo que la musa soledad le tenía antipatía y cambiaba de canal. Ella se escondía de la luz para hacer sus juegos femeninos en lo oscuro.

EL CALIBRE DE LA SOLEDAD

La musa soledad siempre tuvo algo muscular combinado al mismo tiempo con características de ensueño. Alentada por las señales optimistas de la ausencia de Dios, hoy sigue afilando el cuchillo con el que gusta abrirse el corazón. Su imaginación imagina. Como aquel pintor de amantes voladores, de tejados en los que habitan violinistas y de animales fulgurantes. La soledad no tiene cable a tierra, ni a aire, ni a sol, ni mar. Por ello no es fácil hallarle la punta del ovillo aunque sea habitual encontrarla acariciando figuras femeninas de grueso calibre. Hay una constante entre la ausencia de Dios y el grueso calibre de la soledad.

NADA ESCAPA AL RELAMPAGO

Normalmente, una musa soledad argentina, debido a la presión económica y social, tiene que trabajar duro para cerrarle la puerta a Dios, atrapar la seducción de los sueños intuidos y pagar el alquiler. Sin embargo, la soledad cree que su amistad temprana con el demonio la ayudó a no perder la habilidad de romperse. En ausencia de Dios ha aprendido a tomar con su mano gigante el ser frágil de las mujeres de grueso calibre y de los hombres sumergidos en el fulgor lunar. A pleno sol les enseña a dar el paso en falso que los haga caer en la esperanza.

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