Como los peces que eluden el destino de morir en las redes, o como el néctar del gladiolo que sólo existe en la lengua de las mariposas, la culona odalisca entra y sale del harem del viento, entusiasmada por el arrullo de sus disparates sexuales. Hasta una mÃnima partÃcula del universo comprende, que serÃa irracional destrozar esa red de velos con meros fines espirituales. La odalisca ignora que hay un mundo Ãnfimo al acecho y creyéndose sola, sin remilgos guarda y quita, guarda y quita un tallo de varón en su otro corazón extremo.
Alguien busca algo encima del abismo. Algo que pueda explicar por qué las ondas deben transportar energÃa sólo en arandelas nimias. Alguien no cree que esos Ãnfimos objetos puedan ser algo más que un artificio poético, matemático o religioso.
Desde un punto de vista filosófico, las partÃculas podrÃan discutir eternamente: ¿los que caen en el cenicero transparente sin hacer pie, las dobladoras de sombras, los hombres caracol y las odaliscas culonas son reales o son seres ideales que esconden una especie de as bajo la manga?
La dobladora de sombras agita el pañuelo de la oscuridad con ademanes de sueñera empedernida que no ve en lo soñado una antÃtesis de lo vivido. Tal vez por eso, sea tan cuidadosa con los pliegues de la noche, tan paciente en el conteo de lágrimas. Si ella empuña el corazón extremo, es porque no busca la palabra acomodada. Hacia el final de las inquietudes y las brumas, la dobladora no se jacta de crepúsculos porque su arte se alborea de manera pudorosa.
A medida que transcurre el tiempo, las partÃculas, guiadas por los resultados de ciertos experimentos, comprenden que su vida en el universo se volverÃa más atractiva si empezaran a parecerse a los seres que esconden una especie de as bajo la manga. AsÃ, comienzan a emitir destellos cuando son iluminados por una luz humana. La razón por la cual algunas de estas criaturas provocan electricidad es porque están aptas para moverse saltando desde un átomo hacia un espejismo. Desde una molécula hacia una esperanza.
El que cae en el cenicero transparente sin hacer pie se siente incómodo y débil en los relatos del campo, de laboratorios o de montaña. Cree que la naturaleza y la ciencia, como las mujeres, son bellas pero incomprensibles. Tampoco es hábil para mover una pila de escombros, piedra por piedra, porque está harto del cliché pero sigue confiando en la dopamina. Por la misma razón ignora aquella regla de tres por la cual "un gigante invisible quitando sólo un dÃa por vez, poco a poco termina llevándose la vida."
Para los fotones, es un hecho comprobado que los seres no están firmemente ligados a la realidad, como a otras sustancias. Por lo tanto, cuando alguien de la misma especie, pero con faldas, se agita la energÃa debajo de las enaguas, pueden salir en tropel a golpetear electrones y sacar corpúsculos del confinamiento. Para el fenómeno, existen una serie de detalles epilépticos que eluden explicaciones morales. Los fotones, boquiabiertos, necesitan de una poética cuántica para explicar este costado del universo.
El hombre caracol recorre el mundo con pasos que apenas pueden sostenerse sobre la fuerza áspera de lo precariamente verdadero. Es impresionante cómo ese movimiento tan pequeño, desata el pensamiento y ahonda la confusión. El hombre caracol es sensible a los estragos y a los besos, pero eso no impide que siga buscando los rastros de plenitud fuera del surco de los dÃas. Agita la bandera del sexo endulzado con sexo que vuelve transitoriamente habitable el generalizado error de la existencia.
Las partÃculas, desde los macroscopios, miran el enorme mundo que a simple vista las ciega, y detectan que, una vez comenzada la liberación de calzones, se incrementa la energÃa de los seres que esconden un as bajo la manga. Y aunque el mundo se halle en estado de cornisa, aunque los últimos estén muy lejos de aceptar el lugar de los primeros, aunque el pájaro no cante hasta morir y prefiera el silencio, las partÃculas, trémulas, a veces herméticas en su lirismo impenetrable, se abren paso en una suerte de búsqueda de vida amorosa que dé más fuego al orden y desorden de su dialéctica existencia.
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