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Sábado, 13 de junio de 2009
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PALABRA POR PALABRA

Por Miriam Cairo
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Puen Sung ling (1651 1719) fue un escritor y poeta que vivió a comienzos de la dinastía Ching (1368 1911). Era oriundo de la provincia de Shantung, en la China del este, tierra de rica y larga tradición cultural y literaria. Patria, entre otros famosos, de Confucio, Mencio y Sun zu.

En uno de sus relatos cuenta que en la ciudad de Chang An, los hombres evolucionaban o envilecían por el poder de los palabras.

Así, las madres creaban niños hermosos y valientes al prodigarles un beso y una máxima amorosa cada noche, antes de dormir. Los niños crecían con un alto convencimiento de su hidalguía y su hermosura. No le temían ni a las luciérnagas ni a los dragones. Y toda vez que una madre le decía a un niño "has crecido más de dos chi", el niño inmediatamente crecía más de dos chi. Si la madre decía, "memorizarás los poemas de Tíen Hung", el niño memorizaba "El rocío sobre las primeras hojas de ajo", de Tíen Hung. Besos en las noches y palabras en el día, eran los poderes creadores.

En el caso de aquellos niños, cuyas madres severas los regañaban diciéndoles cabeza de mono, cabeza de chorlito, cabeza de zapallo, cabeza hueca, las cosas eran distintas. El poder de esas invectivas acumuladas los hacían crecer con el karma de Kapila y se convertían en monstruos de cien cabezas que más tarde habitarían los ríos y devorarían a los náufragos.

Si estas madres sentenciaban: "Tus manos son torpes para la labranza", inmediatamente las manos eran torpes para la labranza. Estos hábitos destructivos eran utilizados sólo por una minoría tan repudiable como necesaria, ya que la mayoría de los habitantes de Chang An, precisaban de las faltas ajenas para reprobarlas y por comparación, sentirse ejemplares, virtuosos.

Cuando los ejemplares niños amados se hacían muchachos, las novias besaban sus labios añorándolos príncipes y los jóvenes se hacían príncipes: hablaban como príncipes, amaban como príncipes, enfrentaban peligros como príncipes, empuñaban dagas como príncipes. Sus ojos transparentes y sus pasos activos merecían la adoración de las muchachas que comenzaban a soñar con la boda, el traje bordado con hilos de oro, las sandalias de seda, las esencias de sándalo, los banquetes con ojos de codorniz, lenguas de lagarto, escamas de culebra.

Las novias, el día de la boda, tenían la piel iluminada de poder y hermosura pero los labios, tomaban una apariencia dura y los besos no se alternaban ya con bellas palabras. Una transformación perfectamente natural en la región se iba gestando, y el discurso amoroso de los enamorados iba dando lugar al discurso ominoso de los casados.

Día tras día, las palabras que antes nombraban los esplendores principescos, ahora hacían un recuento de flaquezas y reproches domésticos. Los hombres que habían nacido príncipes, palabra por palabra se iban haciendo renacuajos. Pero aún con su corazón y su falo de batracios, los hombres se esmeraban por hacer concebir, en lo posible, un niño macho para que la hembra, durante algunos años, volviera a decir aquellas palabras que a él mismo tan dulcemente lo habían engañado. Ya cuando fuera muchacho, alguna jovencita haría de él un príncipe, hasta que después ella misma lo hiciera sapo.

Según parece, este relato situado en Chang An, fue en cierto modo autobiográfico, ya que por esta tradición presuntamente sórdida, Pu Sung ling conservó un odio imperecedero para con todos los suyos sin distinción de género. Apenas si guardó cierto aprecio por el cordero vegetal de Tartaria, también llamado borametz o polipodio chino, planta cuya forma es la de un cordero, cubierta de pelusa dorada. El poeta, hacedor de irreprochables alegorías, para ejercitar el cariño, eligió un helecho carnívoro que no hablara.

Puen Sung ling, dedicado a la jardinería exótica y la observación del mundo, gestó una frondosa creatividad literaria que florecería en exorcizantes matricidios y ensalmadoras decapitaciones. A la provincia de Shantung no llegó el arte etéreo de las diecisiete sílabas que condensan el esplendor natural del universo, porque el espectáculo de los individuos, que echan mano a cualquier palabra con tal de masacrarse eficazmente, inspiró de manera diferente a Puen Sung ling, quien sólo supo escribir sobre hombres sapos y mujeres serpientes. Sólo de vez en cuando pudo imaginar bellos árboles que se alimentaban de pájaros y a los cuales les crecían plumas en vez de hojas.

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