Para Laura, in memoriam, y los 43, para siempre no cumplidos, un 20 de junio.
¡Hay que poder llevar una bandera! ¿Eh?
Pero no la del paÃs solamente, pero sà la de algo, algo en lo que uno crea; de lo que uno se sienta convencido.
Llevar una bandera por el mundo o que ella te lleve a vos, un color, de tierra y olores propios, hacerla flamear ante todo y ante todos, sin barreras o vergüenza.
Una bandera pulida a mano, hecha de bancarrotas, memoria, equilibrio e intersticios. Poder arriarla cada dÃa, volverla más portátil que uno, y que al izar su tahalà alguien diga, él o ella están ahÃ.
Hay que poder llevar una bandera, no dos, una.
Una enseña simple que, aunque fascine y arruine, sea y vibre; una que a su vez se vuelva vela y nos lleve por la explosión del rÃo, y en lo súbito del Paraná no estemos solos.
Una bandera con la extraña promesa de pertenecer a algo, a alguien, que brille superpuesta a nuestro paso, aunque no sea legal ni necesariamente normal, usual, ordinaria, común, derecha, familiar o adentro de un sistema.
Una bandera producto de la no división, sino de la unión de todas nuestras partes, una de la aceptación, de lo más hondo, de la arista y la luz, del error.
Hay que poder llevar una bandera. ¡Qué bonita bandera! Que fulgure en el exiguo u oscuro paisaje de nuestras existencias, con el color de la tarde, la somnolencia o los sachets de ganas.
Hay que poder levantarla cejijunta al apellido y poder con ella pescar un titular en que reconocerse.
Hay gente que pudo, que puede, que (al menos) yo creo que asà fue.
Fernando Peña llevaba una bandera, no sé si de gay, artista raro, puto del orto, hombre picante, nieto feliz, comisario de a bordo, actor, escritor, muchacho de la extravagancia, la vagancia, la puta oligarquÃa; no sé si llevaba con él la bandera de la vanidad de un personaje. No lo sé. Pero llevaba una. Se notaba a la legua, al abanderado.
SÃ (estoy segura) que llevaba una, se escuchaba, la llevaba en la palabra, en la boca, en los agujeros de la tele o el vacÃo de argumentos que hay por ahÃ.
Y por eso, como el 20 de junio está tan cerca, y Rosario es cuna, ya se sabe qué pasa.
No querÃa ponerme densa ni vestirme de celeste y blanco.
Sólo invitar a que cada uno sostenga y levante la de uno, la esponjosa, la cuestionada o la inverosÃmil, la que no se entiende o no tiene remedio.
Tal vez algún dÃa podamos alzar la otra, la de todos, ésa que sin la tolerancia por la singularidad, parece tan pesada.
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