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Viernes, 10 de julio de 2009
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Independencia

Por Bea Suárez
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"Argentina es un país in the pendiente". Quino.

Hay que dejarla ir, a la Patria hay que dejarla, a la idea de Patria, soltarla, soltar sus elementos fónicos, que surja del cosmos, que largue la vida de imágenes y no el remanido lenguaje de bandera e himno seco que no sirve.

Tengo que dejarla ir, que la Nación vibre y no sea instrumento de nadie, de la matización reiterativa de gobiernos, o una loca figura multinacional.

Independencia portadora del peligro del solo, pero a la vez sintáctica, resuelta; independencia necesaria, fresca, pero a la vez extrema y de extrañas cadencias al principio.

Todos agarraditos de Argentina, conforme el poemario familiar que une, estremeciéndonos con lo que dice Macri. Hay de que dejar que la Patria cante y para eso va a tener que estar sola un rato, sin nosotros.

Se agita una idea sobre el río y es la de navegarlo hasta el extremo, un hondo viento corre desde el norte, ya no soy niña ni tengo el lujo de la piel.

Debo dejar la Patria en su vago correr, transferirle el corazón desde unos párpados aunque cometa el error de mojarme en su rocío.

Rocío de ella. Lindo.

Debo independizarme en la corriente vegetal, fluir en el marrón largo hasta ver al país como quien viera a Dios desnudo, desprenderme de la política ligera, del panfleto, de todo lo que no sea Estévez Boero, por ejemplo.

Dejar que a este lugar lo fecunden.

Hay que permitirle navegar bajo un sol nuevo, que se desmaye o descomponga porque el quebranto no se soporte; aunque tenerla o retenerla así le sirva aún a alguien, aunque caer en la tentación sea más fuerte incluso que el padrenuestro. O que estar en los cielos.

Debo dejarla ir y ayúdenme los pastos, las serpientes, el humo inentendible me escriba una receta, las uñas opalinas de mi abuela regresen a darme sus raspones.

Vengan a mí las esmeraldas para independizar a una Argentina en corruptela, pedirle auxilio a las frutillas de Coronda para declarar la independencia.

Necesitar su independencia. Eso me gusta.

Por algún tiempo siento pisar terreno blando, morirme a cada rato y en cada pequeña despedida. Que se vaya, pedirle que se vaya me hace rodar la sangre de todas las generaciones, pero el futuro me apunta con un arma, no puedo cortarla en rodajas, almorzarla y beberla (y olvidarme después de lo que hice).

Dejarla ir es tener necesidad de que vuelen lámparas y soles, flores, guerreros, propuestas indecentes, tarimas inservibles, boletas sábana, locura, los amarillos largos de los diarios, las decenas de pelotudeces que ha dicho De Narváez, que el alikate le corte el chorro de aire y de rojo se ponga blanco, porque al azul purísimo de la primavera lo ha opacado con su lúgubre fanfarronería, sí, su lúgubre y triste pedantería adherida a su cuello, lugar que el ser humano elige cuando se ahorca.

Hay que dejarla ir a que enumere tardes, a que apague sus alas encendidas de nada. Debe ingerir mucha clavelina, intoxicarse de manzana para trizar la muerte de ideas y, en todo caso, elaborar arroyos cargados de una Argentina nueva.

Tengo que dejarla ir para:

Polar la luna

Dejar de despertar heladas y hambre

Permitir el duelo hasta que llegue a la cintura

Aprender a saltar árboles y medianeras nuevamente

Probar serenidad y no gloria arrepentida

Pasar el arco iris

Sanarnos de afiches

Volver a aprender y resistir.

Debe venir la independencia urgente, irse la garza maligna del poder (que levanta iglesias y destruye casas).

Tengo que permitir su huida, que una Argentina remonte vuelo y nos quedemos solos de ésa para poder pensar otra, no sólo mirarla obstinadamente.

Que vuelva a llamarse Argentina; que se llame Argentina, como todas las mujeres en este mediodía.

Ayer me aferré a un lecho, me preparé y no sé porqué de color anaranjado, envuelta en lana vaporosa, sé que vendrá el frío suficiente, soy hija de ésta, ella es a su vez amiga o madre, todo se ha hecho en base a trofeos con su nombre, por eso va a ser dificultoso permitir que se vaya.

Se agolpan nueve de julios que parecen mentiras.

Se irá epiléptica o mansa.

No lo sé.

Es muy difícil.

Desde Tucumán me lo preguntan.

Y yo no tengo el mapa.

Y por eso me da tanta tristeza poder pensarlo.

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