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Lunes, 30 de enero de 2006
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Lapicera en mano

Por Sonia Catela
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Llegué puntual y sin embargo ocupé uno de los últimos puestos de la enroscada fila de pretendientes a la única vacante disponible de empleo. Pasaron diez minutos, la cola se movía pero nadie aceptaba el puesto. Cargo 19 del escalafón. Remuneración acorde. En casa me lloran tres críos y ojalá tuviera una cita diaria con sopa de huesos que ni eso. La gente que me precedía en la columna llegaba a la mesa de reclutamiento, mantenía quieta su espalda unos minutos ante el contratista, meneaba la cabeza, se retiraba.

Desdoblo el diario, el recuadro del aviso sigue ofreciendo: cargo 19 del escalafón. Remuneración acorde. ¿Por qué no agarran? Es buena plata. Condición ineludible: ser hombre. El tipo de adelante se entretiene mortificándome: "No se ilusione, yo no voy a rechazar sea lo que sea" y sea lo que sea origina demoras, vacilaciones, sombreros que se soban, manos que aflojan aire sobre la garganta, que se restriegan, finalmente rehúsan, y marcan el paso hacia el bar de Berman, donde gastar las últimas monedas en la barra, "¿qué les pasará?" codeo al de adelante, quien se acomoda contra la pared y busca sombra bajo el alerito, "le tienen miedo al trabajo; yo no le tengo miedo al trabajo, yo acepto"; piden sexo masculino, 80 kilos de peso como mínimo y el tipo reúne los requisitos; fuma la mitad del último cigarrillo de su atado y se quema los dedos con la hilacha final de la pitada. No hay sino andrajosos en esta columna que se desarma, y mi competidor, que se quedará con la colocación por llegar antes, increpa a alguien de la delantera: "epa, pero usted es mujer", y se le echa encima, a los puñetazos, "no me vas a quitar el puesto, so puta", y la tumba al piso; la mujer, corpulenta, con su kilaje apropiado, devuelve trompadas pero pierde el disfraz; a desgarros el tipo de adelante le arranca la camisa y las fajas y hay tetas y grita "tetas"; acomete contra el pantalón, tirándolo hacia abajo, mientras todos cuidamos nuestro turno en la hilera porque si los otros desisten es cuestión de ellos pero uno sabe que hay tres críos con boca abiertas como pichones flacos esperando que se les tire una lombriz; la mujer gorda se desase y sale a los tumbos, ubres al aire, y el tipo de adelante la amenaza con los puños "estafadora, metan presa a esa estafadora" pero la matrona no entra al bar de Berman a acodarse en el estaño y pedir una copita de ginebra, corre hasta la otra esquina, apretándose el pecho con los brazos en cruz y sólo restan cuatro cuerpos entre este servidor y la mesa pero el tipo de adelante: "a mí me van a joder, sí", y se vuelve: "¿y usted para qué pierde el tiempo, yo agarro lo que venga"; empiezo a creer que a lo mejor hay dos puestos, o algo, algo para que eche lombrices o leche dentro de esos picos que se abren en casa. En la mesa, el reclutador susurra, extiende la lapicera para que el postulante, un hombre de boina roja, firme, pero el de la boina mantiene las manos en el bolsillo, menea el rabo y se cruza al bar de Berman, ¿será que nadie quiere ser, por ejemplo, sepulturero? pues a mí no me arredraría enterrar cadáveres o cortarlos en pedazos en una morgue y ya le toca al tipo de adelante; jactancioso, toma la lapicera enfilándola a firmar pero se detiene; dice: "repítame", y dice: "ah, francamente". Y estrella la lapicera contra la mesa y me mira, y se ríe, se ríe, se queda a ver qué hago yo ahora que el contratista me saluda y explica que el puesto es de escalafón 19, remuneración tanto, "que deberá practicar con animales" "¿cómo veterinario?" "en el matadero", "no le voy a hacer asco, ¿por qué dice practicar?", porque "el trabajo es en la colonia penal, para aplicar el artículo pertinente del código", "¿qué artículo pertinente de qué código? "usted me entiende", no, no le entiendo", "como con los animales en el matadero", "pero cómo", "pena... muerte... ahorcamiento". Se van hundiendo las palabras entre muerte, pena, ahorcamiento, gente. Verdugo. El empleo es de verdugo. En la vereda del bar, algunos parroquianos se petrifican con sus vasos alzados pendientes de lo que haré, y el tipo de adelante levanta el brazo en brindis, feliz, enganchado a esta mesa; en la esquina, la mujer que ha tirado un trapo sobre sus vergüenzas lentifica su desplazamiento, cabeza vuelta hacia mí; coagulados en mis gestos, contienen la respiración, igual que yo, aliento contenido, estómago sin aire, lapicera en mano.

(Elliot, un verdugo norteamericano, ejecutó a 387 personas y escribió un libro titulado Agent of Death. Hay alrededor de 90 países donde se aplica la pena de muerte)

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