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Viernes, 2 de octubre de 2009
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Con derecho a la penumbra

Por Bea Suárez
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Cierta arquitectura moderna promulga espacios abiertos, ventilados, luminosos.

De esa idea salen en el diario ofrecimientos del tipo "Depto. Muy luminoso" ( en los clasificados) para vender los mismos a cuánta luz mejor, cuánto más aire mejor, cerca del cielo azul.

Creo que esa premisa arquitectónica está de acuerdo con el perfil exitoso que hoy rige al ser humano, es decir, los espacios preciados son éstos dado que al hombre se le pide ser igual de luminoso.

(Arquitectura y humanidad son parientes cercanos, edificios para el hombre, o el hombre en sus edificios).

De hecho se premia el primer puesto, la aspiración a gerente, jugar en equipos conocidos, trabajar en cadenas famosas, escuelas de nombre, empresas. El sol en las cosas es el mismo que se exige en el alma.

El hábitat se necesita luminoso, lleno de claridad, no sólo para curar los hongos sino porque así estamos, confusamente aspirando permanentemente a la luz, a las luces que otorga la fama, Tinelli, la tele en general, los primeros planos, las primeras planas, salir en tapa, parecerse a Messi.

En la sociedad prolifera el rojo encendido (aún inalcanzable para muchos, para la mayoría) asociado además a algo instantáneo, rápido y urgente.

Los edificios que se inauguran tienen ventanas amplias y pasión sin territorio, se vende la voluntad que apunta al top ten de la persona, vivir en esos bloques de cien mil dólares implica beberse la luz con el sonido estruendoso de las mejores estatuillas, en claridad, por unos pesos más, con portero, sauna, piletita en terraza, y paja (para no olvidar la Pampa) en el frente.

Recuerdo las iglesias, los cementerios, los bustos, las esculturas, los homenajes; recuerdo los antigüos pasillos, las casas italianas, las chorizo, las que hoy se demuelen sin cesar. Recuerdo los andenes, los baños públicos, las salas de espera de viejos hospitales.

Recuerdo con nostalgia la oscuridad.

Creo tener derecho a la penumbra.

Que tengo, que tenemos, derecho a la penumbra.

Quiero tener derecho a la penumbra.

Hay situaciones que deben seguir viviéndose en crisálidas, en capullos de silencio, en el sereno transcurrir de un duelo, hasta la penosa observación de los más pobres.

Hay tumbas que merecen música callada, que tienen derecho al claroscuro, sitios de reflexión y no de reflectores, donde ponerse uno a pensar.

Es cierto que la luz prolifera, (y que amanece, es cierto), pero el derecho a la penumbra se va perdiendo, y con él se van la confusión y la tristeza (sentires humanos, si los hay), se va el tiempo sereno de no saber qué pasa, los lentos momentos de la incertidumbre, la mágica sensación del llanto, y lo que no sabemos ni sabremos jamás de esta ciudad o del mundo.

"Cómprelo bien luminoso" es una consigna que desconoce la magia de las medias tintas de la vida.

No estoy invitando a que nadie se compre una abadía (o un buzón, para el caso), sí a que pensemos este derecho primordial que conlleva la duda, el futuro incierto, la lentitud, la cálculo, el reloj con sus instantes al cuadrado.

Cosas que suelen ejercerse con la puerta cerrada y en íntima oscuridad.

Tal vez la más propia que tengamos.

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