Un beso dicho y no dado, se suspende entre dos nadas. Transporta el ser de uno a otro aislamiento. Un beso es la soledad más desnuda y abre el umbral de la noche inmensa.
Se nos dirá que el peaje es, precisamente, el lÃmite geográfico que separa tus acontecimientos de los mÃos.
Para vencernos mejor, dirán que nuestra cercanÃa carece de proximidad cuando no nos movemos de nuestras respectivas ciudades para encontrarnos.
Yo sugiero que no les digamos de cuántos modos el mundo puede ser recorrido. Hay gente que si no tuviera alas no podrÃa volar.
l dice: no soy geómetra en el sentido euclidiano del término. Quepo mejor en los espacios ficticios, donde son otros los ángulos y los centros.
Caramba, responde ella, acompañando esa sola palabra con gestos bien escogidos. ¿Acaso le gustarÃa entrar en ellos?, pregunta él. Ella acepta porque le gusta entrar en los lugares y en las personas dando pasos muy entregados. No se sabe cuidar.
D
╔l me lleva clavada en su arpón. Me empuja. Sabe que he sangrado y que aún puedo gritar. ╔l me llama cuando paso corriendo, cuando estoy quieta, cuando lo sobrevuelo. ╔l me llama porque soy relámpago de sus borrascas, navÃo de su libertad, oleaje de sus mares. ╔l me habla de sà mismo como un marino que ha regresado de un viaje y no busca sosiego. ╔l me empuja a los cÃrculos de sus cÃrculos y yo le hago conjugar mis delirios. ╔l me suspende. Me engruda. Me babea. ╔l me mata y me despierta. Clava su lengua en mi divinidad. Me hace saltar hacia delante. (Le agradan mis caÃdas.) ╔l nada en las mismas corrientes que yo. El mismo pensamiento que forcejea en mÃ, forcejea en él. No somos pulgas ni gusanos. No somos arces ni conejos. Apenas pequeñÃsimos detalles. Ideas de nosotros mismos. SÃmbolos de nosotros mismos. Silencios. Poemas.
1.
El hecho es que ella relacionaba el corazón con el cuerpo. Esta relación no fue expresa con barricadas y ha permitido echar un vistazo a sus caÃdas.
Ella no es una falible en el sentido habitual de la palabra.
Para explicar su rareza diremos que su padre no era orfebre aunque ella haya heredado el gusto por el preciosismo y los detalles. Su madre no hacÃa puntillismo y aún asÃ, la falible padeció las secuelas de haber adquirido algo minucioso y difÃcil a la hora de escribir mosaicos.
2.
A veces la soledad y a veces la euforia, la llevan a cometer travesuras carnales sin moraleja. No son pocas las mañanas en las que encuentra los dientes de un extraño marcados en el cuello y en el corazón.
Nunca dirÃa que trato de huir de vos y que siempre escapo hacia donde me estás esperando.
l la lleva a la azotea de un viejo edificio. Tiende una manta y le hace escuchar los latidos de su corazón. Le asegura que ese es un buen lugar para besarse tranquilos.
¿Dónde venden ataúdes?, pregunta ella, porque un beso a esa altura es muy parecido a tirar de los pelos a la muerte. ╔l no sabe dónde venden ataúdes pero tiene un auto rojo.
Ella, en cuatro patas recorre todo el territorio de la manta. El viento levanta la pequeña pollera de tablas y muestra qué poco su prenda Ãntima le cubre las nalgas. ¿De qué está hecha la vida? pregunta, porque no sabe cómo pedirle que le dé meriendas.
De pelos, dice él, con ojos de codorniz alzada que se llena de pecas. Hablan de morder la luna mientras ella siente la entrepierna muy ventilada. Después, apenas pueden ver una escapada del lucero, porque él es lo suficientemente fuerte como para entrar y salir del crepúsculo, cuantas veces ella se lo pida.
A veces me parece que no te veo, entonces otras cosas se reúnen alrededor de mÃ. Es la labor de la memoria. Aunque quitara el musgo de todas las piedras no dejarÃa de verte cuando no te veo. Para salvarme de esta obsesión voy a quererte siempre, porque siempre no existe.
La primera vez que él vio esos pies, terriblemente humanos, atravesar el pasillo hasta llegar al cuarto, hasta pisar las sábanas, hasta anudarse contra su espalda, no pensó que tan severamente lo iban a convertir en intemporal, que en pocos minutos lo harÃan viajar a uno y otro hemisferio, a uno y otro orificio, a uno y otro silencio. Afortunadamente después se dio cuenta de que los pies terriblemente humanos ni en sueños pueden caminar asà y ya no volvió a abrirles la puerta de su casa.
Otra vez lo digo: ojalá nunca, vos y yo, seamos uno solo. Es tu individualidad soberbia la que espero. Mi persona, por entero mÃa necesito par salvarme del mundo, de su enorme impersonalidad.
Rápidamente nos desnudamos, nos tendimos en la alfombra. Nos besamos hasta que nos dolió la boca. Hicimos el amor sin saber cómo se amaba. Nos tuvimos sin saber cómo era tenerse. Lo que sentÃamos parecÃa una enfermedad en la piel. Una enfermedad por completo incurable.
He aquà una esposa algo desalentada que va a una cena de caridad. Come platos sobrecargados en compañÃa de ancianas que huelen a antipolillas mechado con Givenchy. Un desconocido, que actuó como orador, ofrece acercarla hasta su casa. Hablan dentro del auto. Luego se dirigen a un Free Shop en busca de algo para beber. Al cabo de un rato se encuentran en una habitación alquilada. El desconocido, mientras asegura que la realidad es una cosa inconsistente, busca con la lengua todo lo que no sea una boca. El mundo, que antes estaba en el suelo que ella pisaba, ahora se halla a un metro de sus pies.
No estoy reproduciendo frases sino echando agua sobre los hombros de todos los que aquà se bañan. Anoto de un tirón lo que observo, lo que presiento, lo que no puedo imaginar. Luego me detengo durante un siglo.
Los que aquà se bañan se abandonan a mis procedimientos. Me confÃan sus cuitas porque yo no actúo como un código civil ni social. Soy su anfitriona.
Seamos cautos: nuestra vitalidad es desbordante. No se entiende con la hora amarga de quemar deseos. Estamos juntos de un modo artÃstico y sexual, con el dolor y el placer que ello implica.
No les procuremos respuestas a los que instigan. Nuestro sexo es asÃ: bello y difÃcil. (Es evidente que estamos conquistando nuestra propia realidad.)
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