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Lunes, 9 de noviembre de 2009
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Sin resuello

Por Sonia Catela
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De eso no pasaría: una movilización de tantas, diluyéndose en el racimo apretado de la agenda del día: la marcha de los municipales (una hora después de la nuestra), el paro de los trabajadores de la salud (a jornada completa) y la huelga de hambre de los jubilados en protesta. Todos a la calle. Quién no sufre algo por lo que patalear.

Habría algún detenido entre nuestras filas debido a exceso de insubordinación, algún desborde, una vidriera rota. Punto. Una de tantas, así debió ser. Pero no.

El Tano había caído con su propuesta: "Hagamos lo del himno; mi viejo cuenta que cuando los milicos se les abalanzaban a machete pelado, ellos se cuadraban y se ponían a cantar el himno nacional; hay que ver, dice, cómo los tipos se congelaban, duros, hacían la venia y se les cortaban la eyaculación, el orgasmo", "se podría", se entusiasmó alguno de la mesa, creo que Marimón, y Camila se rió: "Dale"; una movilización hasta de rutina aunque no por el motivo, conseguir la renuncia de ese decano injertado para embarcarnos en investigaciones dudosas, "así que en los '70 los paraban con el himno...", "por un rato. Pero hay que saberse la letra completa ensayamos...", en el auditorio de la facultad, planeando, "no jodan che", y a la tardecita, desgreñados y contabilizando corridas y panfletos repartidos, nos juntaríamos en el bar de la calle Buenos Aires, a afinar estrategias que acabaran con este decano que se venía con que compuestos agroquímicos (condenados a muerte en casi el mundo entero), no pueden ser declarados culpables sin pruebas y nos presionaba por un fallo de inocencia convalidado desde la universidad; nos va a usar, sí; en la mesa contra la vidriera, un café y siete cervezas, sobre mi hombro los dedos jesuíticos de David, casi grises con sus vellos tan oscuros tecleándome en morse que después de la guerra seguía el amor, y ya habríamos charlado con la familia de Rosales, detenido y a la seccional por puro empecinamiento en torear a un agente, pero todo en orden, señora, Mauricio está bien, mañana lo sueltan, una manifestación de tantas si hasta nos conocemos con muchos de los policías, no en una connivencia espuria, sino por el contacto asiduo con gente desganada de repetir a diario el mismo rol de villanos, en el que ya no ponen empeño; hasta nos hemos aprendido algunos nombres mutuos de tanto vernos, no van a venir a disparar contra nosotros, sentados en el Boulevard, bloqueando el tránsito,"aflojen, señores, no pueden interrumpir la circulación, no nos obliguen a desalojarlos por la fuerza" y cuando los obligamos a la expulsión nos pusimos paraditos, duros como colegiales o soldaditos de plomo que recitan el "Oíd mortales" y los detuvimos como en un conjuro, el oficial Rotela meneaba la cabeza, cansado de todos los días lo mismo, y el guión de esta movilización iba a desembocar en el final consabido, las necesarias declaraciones ante la tele, el desborde aislado y el esposado hacia la seccional por desorden, cuando el acelerador de esa cuatro por cuatro enfocó, atropelló y trituró nuestros alaridos dejando la víctima que proclaman los titulares, una cuatro por cuatro sin patente, vidrios polarizados, la víctima fatal por fractura craneana debido al impacto, más dos heridos de consideración pronóstico reservado, vehículo que se dio a la fuga, trágico desenlace de una manifestación estudiantil, mientras yo me puse a correr tras esa carroza funeraria, la corría, perro jadeante que se extenúa ladrando, persiguiendo inútilmente al motor que no confesar su culpa ni derramar lágrimas. Lágrimas que han sido negociadas. David y los otros encarando al comisario, saque un celular y que lo sigan, no ve que se manda a mudar, se va, huye, lo ha dejado escapar, sacudiéndolo a Rotela de las solapas: "Esa es una acusación seria y corre por su cuenta", se desprende el policía, "corre, sí, somos testigos". Manotazos. Intentos de agresión a la autoridad. A la seccional.

Y el chico caído, Matías Palacios. Hay que verla a la madre, preguntándose todos los por qué de esa muerte y tocando hasta los por qué del país.

Por eso elegí este lugar para lo que voy a hacer. Ondean los banderines coloridos, los jinetes con boinas que viborean entre los grupitos apiñados, alguien que me pone en la mano un sobre con muestras de transgénicos, granos de pura raza; gente de rastra y bombacha campera que cotejan campeones; enfilo hacia el palco principal sorteando carpas repletas de químicos con virtudes milagrosas. Me gusta atar cabos así sean locos sueltos. El decano, la inocencia del glifosato, la cuatro por cuatro, en fin, ninguna línea en común, pero todo el sentido de una ecuación para mí. Vengo por mi cuenta. Espero a que las personalidades, autoridades y productores comiencen a entonar el himno nacional en la presente inauguración Expo Tierra 2009 en el predio ruralista. Apenas se desata el oíd mortales, salto al pie del palco, arranco la gran bandera argentina que cuelga del centro, ¿Qué tiene que estar aquí? ¿Y si no dónde? ¿Entonces dónde?, y en medio de la atención que recabaría un torero en el ruedo, y las corridas, párenla, saco el encendedor, lo acerco al tejido a franjas y pese al griterío de que me detenga, bestia eso no se hace, le prendo fuego a la albiceleste aunque a lo mejor se halla donde debe estar. ¿O no? ¿Dónde entonces? Quemo lo que no se quema. Quemo la bandera.

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