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Domingo, 6 de diciembre de 2009
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Aventuras nocturnas del Doctor Merengue

Por Adrián Abonizio
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Al quinielero lo había bautizado Dr.Merengue como el personaje de Divito; un tanto por su parecido y otro poco por ironía pues el tipo era ya una fotocopia en ruinas, un mal dibujo entrazado sobre una hoja sucia comparado con el pechudo y elegante personaje de la revista. Pero el mote avanzó hasta instalarse y allí quedó, dentro de su plexo hundido, sus cachetes grises y sus lindos pares de zapatos siempre lustrosos. Vivía casa de por medio y era una luz con los números. Algunos decían que podía acordarse de las redoblonas salidas diez años atrás y hasta lo aparecido a segunda. La virilidad compuesta de los buenos ciudadanos lo miraban andar con el desdén de ciudadanos satisfechos porque ellos sí trabajaban y no eran vagos. En el fondo lo envidiaban, hubiesen querido estarse como él, al sol, fumando uno tras otro, la nariz de delfín en punta, camisa blanca encomendando algún pedido gomina o Cliftons a cualquier pibe por una moneda.

Poco había de interesante en él: Estaba mirando siempre otra cosa, abstraído con su cara poceada, sin saludar, mirando el suelo cuando pasaba por una esquina. A nosotros nos bastaba porque dejaba jugar en su vereda y el frontón de su cocina nos servía de arco, con la rebarba irregular de una símil columna griega que un albañil trasnochado había pretendido eregir. A veces, presintiendo la llegada de la policía nos llamaba de un chiflido y nos daba a cada uno un rolllito de papel con infinitas cifras para que cada uno la tuviera por si caían los de azul. A veces lo sorprendíamos y el hacía un gesto de silencio poniéndolos en un hueco del árbol más cercano o en el reborde de una tapa de luz. Nadie tocaba aquello pues provenía de un duende protector del fútbol que nos prestaba su pared a pesar de los manchones.

Todo era normal, previsible, el Dr. Merengue jugando a los bandidos con la cana, nosotros sus escuderos. Pero un día un anochecer de verano precisamente-, con una luna enorme detrás del mundo y los bichitos de la luz girando alrededor del faro, fue cuando empezó aquello. Allí estaba el Dr.Merengue ¿era él? Dudamos. Sí, es flaco, es él arriba del techo de su cocina de chapa, encaramado como para saltar pero en un postura de quietud cómica y algo oscuro rebatiendo por detrás. Fue un instante y luego desapareció en la terraza. Luego las noches trajeron susurros en el viento y se empezó a hablar del quinielero ya convertido en un sólido rumor: Andaba en la noches blancas del verano, sobre los techos con una gran capa brillante y negra en un remedo de vampiro.

No puede ser él, replicaba Toledo que no lo había visto. Fuimos esa noche como a un safari a espiarlo asomarse entre las almenas de cemento y los enanitos de jardín puestos sobre el vértigo de la altura. Allí estaba. Se movía tras un breve cortinado de cables que le cortaban con rayitas la camisa blanca: Detrás, como un vestido de novia mortuorio la capa negra. ¿Viste: viste? Lo codeamos anhelantes a Toledo ¿Y? ¿era o no era él? ¿eh?.Toledo se mordía el labio superior como no encontrando respuesta.

Unos vecinos se asomaron entre risas; ya el vampiro colosal de los bordes ni asustaba siquiera. La mofa lo invadía todo y hablaban de un Bela Lugosi inofensivo que andaba espiando ventanas. Un Dr. Merengue averiado, sin nada de étereo a no ser su flacura de tuberculoso, su locura carnavalesca, su manso terror nocturno que la calle festejaba. Al día siguiente lo vimos fumando, oteando al horizonte con un rollito encanutado entre sus uñas largas como marfiles. Toledo dió un salto. !Ya está. Ya está! !No se hace el vampiro..es otra cosa! Y justo en ese momento el Dr. Merengue se acercó a darnos por lo bajo unos rollitos. Escuéndanlos, escuéndanlos de la yuta, hermanitos. Toledo se le paró, le llegaba a la panza esquelética. Le apuntó con el dedo. Usted no es vampiro, !Ud es el Zorro! ¿Cómo es que anda a la luz del sol y no se seca, eh?. Lo que sucedió luego configuró leyendas y relatos varios pero doy fe que el quinielero lo miró como si un rayo precioso lo hubiese rozado. Lo abrazó y nos miraba a todos sin mirar Este es, este es el único que se dió cuenta y descubrió mi misterio. Ah..inteligente muchacho. -Tomá...tomá y le vació en las manos un montón de billetes de todos los colores. Hubo un revuelo. Solo Toledo no rapiñó nada asombrado como estaba. Luego se sucedieron días y noches iguales, ya no salió más al techo nuestro vampiro ficticio. Dicen que enfermó de los pulmones o enloqueció. O ambas cosas. Una ambulancia blanca con faros puntudos como una nave espacial lo cargó un día, atadito en la camilla y juro que chistó a Toledo y le pidió que además de resguardar su secreto le jugara a primera el número impreso del tubo de oxígeno que lo acompañaba en su viaje rumbo al hospital de los Aventureros.

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