Con los testimonios escritos que dejaron 112 presas polÃticas de su paso por Devoto, pueden practicarse diferentes lecturas; ésta los examina como manual de resistencia, un repertorio didáctico de estrategias de supervivencia en un contexto histórico lÃmite, el que corre entre 1974 y 1983. "De aquà saldrán muertas o locas", les espetaron las autoridades del Servicio Penitenciario Federal a estas mujeres. O les dijeron: "Están vivas pero saldrán locas de aquÃ". Ellas se respondieron: "resistir y sobrevivir".
Como una herramienta de reclamo organizaron varias huelgas de hambre. El 13 de junio de 1977 resuena un grito: "Compañeras, me van a trasladar". El Tercer Cuerpo de Ejército habÃa ido a buscar a tres presas con orden de transferencia. De acuerdo a lo planificado, las mujeres pidieron la presencia de una autoridad a fin de demorar la salida. Simultáneamente, las compañeras de celda usaron sus cuerpos para formar una valla frente a los penitenciarios. Cuentan: "Tomamos con desesperación nuestros jarros de metal y empezamos a golpear los pisos, los bordes metálicos de las camas, mientras gritábamos por las ventanas: Vecinos de Villa Devoto, trasladan a Lidia Fernández, Elsa de Bazán y Alicia Weiland". Tememos por sus vidas. ¡Avisen al Colegio de Abogados, a la Iglesia, a la Cruz Roja Internacional!".
Enfrentaron con realismo la relación de fuerzas que se planteaba. "Nos pusimos de acuerdo para obstaculizar el traslado. Todas éramos conscientes de los lÃmites de nuestras posibilidades". Enseguida llegó el escarmiento colectivo, empeorado con el encierro de algunas prisioneras en calabozos de emergencia. "Cubrimos nuestros cuerpos con dos mudas de ropa, doble camisetas, doble medias, doble buzos, doble" SabÃamos que el próximo destino eran las celdas de castigo. Era el crudo invierno del "77".
Y ahà acabaron, en cubÃculos de un metro por dos, vacÃos, ubicados en un sótano, en inmovilidad.
"Abrieron una puerta y nos hicieron entrar. Una escalera muy estrecha hacia abajo desembocaba en un espacio en forma de T. Nunca se habÃa usado para presos polÃticos. Nos metieron a cada una en celdas separadas por una hilera de calabozos, para que no pudiéramos comunicarnos. Eran pequeñas, oscuras, húmedas, frÃas. Adentro, absolutamente nada. La puerta sin mirilla permanecÃa cerrada todo el dÃa y se abrÃa para sacarnos al baño. Pedà ir al sanitario pues la celda de la Cherna estaba justo frente a él. Rápidamente decidimos iniciar una huelga de hambre. Pensamos que de algún modo se conocerÃa. Comunicamos la medida a las celadoras. A medida que los dÃas transcurrÃan allà abajo se incrementaban las visitas de autoridades presiónandonos para que abandonásemos. Más de una vez con algún alimento tentador en mano. Recuerdo un chocolate impresionante que ponÃan en nuestras narices. Sólo tomábamos lÃquido: matecocido y agua. Pleno invierno. Nos dejaban dentro del calabozo la ración de comida y luego la retiraban. Yo solÃa utilizar el jarro de mate para calentarme las manos, y lo mismo hacÃa con el plato caliente, aunque no comiera. Un dÃa pasó algo diferente: al abrirse la celda vi a un mozo parado, de pantalón negro, chaqueta blanca con botones dorados, guantes blancos y moñito negro. En su mano, un plato humeante (creà que el hambre ya me hacÃa alucinar). Cuando le dijimos que no lo tomarÃamos por la huelga, dejó el plato en el suelo con corrección y se retiró. Los platos, de loza, tenÃan la inscripción del Casino de Oficiales. Era claro que nos traÃan la comida de los jefes: ravioles con estofado, pollo, papas fritas, un menú que hacÃa años que no veÃamos". Las mujeres sostuvieron once dÃas la huelga lÃquida (matecocido y agua) y luego suprimieron también esto; ya no ingerÃan alimento alguno. La consigna de estas presas "juntas o nada", las sostuvo hasta que las reintegraron a sus celdas, luego de soportar dos semanas en el lÃmite. "Yo habÃa perdido 7 kilos, pesaba 43 al terminar la huelga y tenÃa unos terribles dolores de brazos. Fue una experiencia brava, de ésas que te dejan marcas fuertes".
Cada decisión se tomaba mediante deliberaciones y debates: "Estábamos tan acostumbradas a votar cualquier cuestión que llegamos a someter a votación cuántos "puchos" debÃamos fumar por dÃa, y si las no fumadoras merecÃan, en compensación, un trozo de queso extra".
Coordinarse no constituyó un trámite fácil debido a las pronunciadas diferencias ideológicas que separaban a las presas; ellas lo grafican con una de las amenazas de los penitenciarios: "las mezclaremos de tal manera, que en las celdas, las erpias y las montos se sacarán los ojos". Sin embargo, las mujeres se empeñaron con "todos los esfuerzos para dirimir nuestras diferencias".
Plantearon los reclamos mediante una delegada que expresara los pedidos ante las autoridades en representación de todas, aunque hubo militares que se negaron a atenderla alegando que sólo consideraban pedidos individuales.
Opusieron una resistencia directa a las inspecciones: "Nos exigÃan que nos desnudáramos pero habÃamos acordado en negarnos y permanecer en ropa interior. Intentábamos poner un lÃmite al avasallamiento, ya que si hoy se nos pedÃa desnudo, mañana serÃa apertura de nalgas, pasado tacto vaginal. Nunca una medida del Servicio Penitenciario era la última. Siempre resultaba el anticipo de una peor". "La decisión fue colectiva, pero enfrentar cada una a las celadoras con un lacónico "no" a la situación del "Desnúdese", era un trago duro de apurar".
Negarse a ser requisadas como es de práctica implicaba 15 dÃas de aislamiento en las celdas de corrección. Pero las sanciones se descargaban no sólo por la negativa al desnudo sino por causas surtidas; cuando la inteligencia penitenciaria encontraba durante las revisaciones ciertos elementos "peligrosos", como hilos, naipes o telar, habÃa represalias.
Frente a estas situaciones, una táctica de resistencia diferente consistió en negarse al recuento. En la U2, en un espacio de 20 metros por 9 convivÃan 67 mujeres con 12 niños de pecho. Cansadas de reclamar en vano, expresaron su protesta moviéndose cuando las celadoras ingresaban al pabellón a contarlas; asÃ, les imposibilitaban la suma. Mantuvieron esa protesta el tiempo que pudieron.
Filtrarse al exterior se convirtió en una llave maestra de la oposición a esa cárcel "legal" que era Devoto: "debÃamos romper la vidriera para mostrar su trastienda" mediante toda la difusión posible. Se dirigieron a miembros de la iglesia, del poder judicial, a organismos internacionales buscando traspasar las fronteras del paÃs con las denuncias.
Comunicarse internamente era vital; "Descubrimos que los tornillos que ajustaban nuestras cuchetas a la pared coincidÃan con los de la celda vecina. Luego de un esmerado tallado se convirtió en orificio que hacÃa las veces de teléfono". También lo usaron para hacer circular las informaciones recogidas durante las visitas, organizando su "Noticiero". En el "76, al confirmarse el golpe de Estado, lo transmitieron en código morse a través de las paredes.
En el interior del penal dictaron cursos de historia, sociologÃa y sobre "la situación que estábamos viviendo". Escondieron libros que sacaban y devolvÃan luego a su escondite del techo "mientras Estela Favier y las otras hacÃan guardia y me esperaban abajo para ayudarme a descender y volver a poner la tapa".
Llegaron a fabricarse calentadores con tiras de cable de electricidad y una cuchara atada en la punta que se metÃa en la olla; como el cable iba conectado directamente al tomacorrientes corrÃan serio riesgo de quedar pegadas por una descarga eléctrica. Y resistieron asimismo frente a los duelos: al producirse la muerte de una compañera (Alicia PaÃs), "Subimos a las ventanas y colgamos prendas negras a modo de crespón. Estábamos de luto. Al mismo tiempo hacÃamos sonar, lentamente, nuestros jarros contra las rejas". En este contexto, sobrevivir exigÃa distraerse: "los sábados la guitarra acompañaba las peñas en las que cantábamos". "Dimos a luz el Partido Hilarante para la Liberación" que representaba "sketchs, sátiras de las discusiones entre fumadoras y no fumadoras, y musicales. También "hacÃamos gimnasia en las celdas, cuidándonos para no ser detectadas". Nene Peralta Pino decidió abrir una peluquerÃa de servicios variados y participación colectiva, "algo que inspirara cierta paz".
Finalmente algunas, no todas, pudieron como Edelveis Gallegos, vivir para contarlo: "una mañana muy frÃa de marzo, pensé en todas las compañeras de Córdoba, respiré hondo y me dije: "lo hice, estoy viva, estoy aquÃ".
(Los testimonios completos de las 112 detenidas se encuentran en el libro "Nosotras, presas polÃticas", de Nuestra América Editorial).
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