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Martes, 15 de diciembre de 2009
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Relatos de viajes

Por Sergio Rossi
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El género de "relatos de viajes" se reinauguró para la civilización occidental con las andanzas que Marco Polo dictara en prisión a un francés que tuvo por compañero de celda. Enrique "el Navegante" dio racionalidad y tradujo en cartografía los comentarios de múltiples aventureros y exploradores. Los diarios de viaje de Colón y las desventuras de Alvar Núñez cimentaron esa narrativa.

El género, al expandirse y prestigiarse, generó falsos relatos de viajeros imaginarios. Cyrano de Bergerac y sus "viaje a la Luna" y "a los dominios del Sol"; y Moro, con Utopía, cultivaron un relato moralizante y esperanzador. Swift, y los viajes del médico Gulliver, combinaron humor y acidez para describir los males de no sólo su tiempo. Defoe, con su realismo pedagógico, buscó afirmar el individualismo y la racionalidad de la ilustración burguesa, al tiempo que mostrar el dominio de la humanidad sobre el resto de la Naturaleza. Que era decir sobre la Naturaleza.

A diferencia de la razón del Celeste Imperio -exageradamente expuesta y restaurada en las pasadas olimpíadas , razón que se cerrara sobre sí misma, negando los comentarios de viajeros y prohibiendo visitas de extranjeros; la razón europea se derramó sobre el mundo. Y así el pobre campesino italiano, el burgués austríaco, el modesto español del Cantábrico, recibían -y vivían las aventuras de sus compatriotas globalizados y globalizadores.

Salgari o Verne, siglos después, pusieron su impronta para equiparar a la masividad industrial aquella difusión. Sin salir de Italia o de Francia, inventaron y popularizaron relatos del mundo.

En nuestro país se produjeron paradojas, quizás vinculadas a nuestra modernidad periférica, a veces pretenciosa o acomplejada.

Relatos de viajeros del siglo XIX son fuente donde nada perderán si abrevan jóvenes generaciones. Las mejores descripciones del río Paraná se deben a sus plumas y sus recuerdos.

Ya en el siglo XX se popularizó el relato inverso: el visitante extranjero que nos descubre, denigra y orienta. De Keysserling a Julián Marías.

También el siglo XX alumbró a la singular Misia Pepa, viajera rural que previo visitar la ciudad presumía ante el vecindario de influencias y bienestar que contrastaban gravemente con la realidad.

En paralelo, y consecuencia de la mejora de las comunicaciones y el esplendor del ferrocarril y el vapor, surgió el turismo como actividad, primero de las élites y luego -estado de bienestar mediante de las clases medias y las masas obreras.

Con la masividad y la comodidad el viajar fue perdiendo sus atributos de aventura y se introdujo como un hábito de consumo, bien que con variantes exóticas, hedonistas, espirituales o culturales. El avión ha hecho que un viaje a la China insuma menos tiempo y menos riesgos que el que le llevaba a los Polo cruzar el Bósforo. Del Sputnik al GPS la naturaleza fue englobada por la artificialidad humana.

Viajar ha perdido excepcionalidad. No es cosa de exploradores ni pioneros. Los jesuitas ya no se internan en la tierra incógnita. No hay "excursión a los indios ranqueles" ni "viaje al país de los matreros". Los agrimensores, avanzada de la razón instrumental, han completado la medición de la superficie del planeta.

Corolario de esto ha sido que ya no pueden traerse regalos particulares de un viaje. Hasta la artesanía se ha globalizado. Hace sólo 40 años una tía vieja que venía de Buenos Aires traía sorpresas inhallables en la modesta capital entrerriana. También en los '60, gracias a la habilidad de suizos y japoneses, se extendió una costumbre: el viajero fotógrafo, que al regresar atosigaba a sus amigos con diapositivas infinitas.

Los finales de los '70 desviaron el eje del viaje soñado ya iniciático, ya cúlmine de las clases medias ilustradas argentinas: de Europa a Miami. De la vaca en barco al "deme dos". Y en los '90 el nuevo dólar subsidiado tuvo como pequeña contrapartida el que un estándar de calidad se incorporara en los hábitos y las exigencias turísticas de los argentinos.

Y así fue extinguiéndose el recuerdo del viaje de exploración y aventura, de riesgo y descubrimiento. Ahora puede uno descubrir lo descubierto, llegar a donde todos han llegado antes, y pasar del sentimiento de aventura que explicara Sartre en La náusea al turismo aventura asistido por guía turístico o entrenador personalizado.

Así y todo, con estos antecedentes y fundamentos, casi saliendo y no antes de entrar a la conciencia, sigo disfrutando los cuentos de viajeros. En el fondo se trata de que el relato sea consistente y esté bien contado. Cualidades del narrador.

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