Para Maia
¿No hay nada? Cómo saber que hay detrás de sus ojos, negros, negrÃsimos, más negros que una noche sin luna, que un dÃa de apagón en el centro, que la remera de los Rollin?
Pero a veces no son tan negros, o será porque reflejan algo claro y pareciera que cambiaron de color, como el pelaje brilloso de un caballo azabache.
Yo prefiero imaginar que hay muchas cosas. Un dÃa en un bosque encantado, por ejemplo. O una mañana de lluvia, ideal para no ir a la escuela, quedarse durmiendo, escuchar cómo cae la lluvia.
Hace tiempo que quiero saber y un dÃa me animé a preguntarle. Me acerqué cuando vi que se habÃa quedado sola y que miraba por la ventana del salón como pensando o acordándose de algo. Me llevé mi carpeta, por las dudas no pudiera preguntarle lo que querÃa y tuviera que buscar una excusa. Es que nunca habÃamos hablado. Apenas nos saludábamos cuando llegábamos y ella se unÃa a su grupo de amigas y yo a mi lugar.
Le toqué el hombro y le pregunté qué hacÃa. Giró la cabeza y el pelo negro, que lleva largo, y que a veces se lo recoge con un moño blanco, se le corrió por la espalda y el flequillo le tapó los ojos. Me miró con una sonrisa, se aclaró la frente y me dijo que miraba por la ventana. Yo le contesté sonriendo, porque no pensé que me iba a responder asÃ, y me quedé pensando pero no pude mucho. Sólo pude volver a pensar cuando pestañeó, y por un instante dejé de ver sus ojos.
Para cuando los volvió a abrir, el salón se habÃa transformado en un lugar extraño, en penumbras, fresco y húmedo, con aroma a árboles parecidos a los pinos, no habÃa paredes, ni ventanas, ni puertas. Ella miraba a su alrededor y me encontró, yo le sonreÃa, nos tomábamos de la mano y comenzamos a caminar juntas sin rumbo, explorando ese sitio.
Luego de un rato de caminata sin encontrar nada, escuchando apenas el ruido de nuestros pasos sobre las hojas secas del suelo, vimos un claro. Caminamos más rápido, ella más que yo, y su mano me arrastraba levemente. Allà vimos a otras personas, que parecÃa que no se daban por enteradas que estábamos ahÃ. HabÃa un poco de agitación, parecÃa que iban y venÃan en una especie de preparativo celebratorio. Nos acercamos al centro de la reunión y nos ubicamos sobre unos troncos.
Luego de que nos sentáramos aparecieron unos músicos y empezaron a tocar una música rara. ParecÃa la percusión de Charlie Watts pero sin la guitarra de Keith Richards. Sonaban muy bien. Yo seguÃa el ritmo con las palmas de mis manos golpeando sobre mis piernas, y ella se movÃa un poquito, se balanceaba y el cabello negro también se movÃa. A veces me miraba y yo sabÃa que estaba en el lugar en el que querÃa estar. Nos reÃamos sin decirnos nada. Le toqué el cabello y le corrà el flequillo para mirarle bien los ojos y se sonrojó. Miró al suelo como buscando algo.
Entonces me animé. Le tomé una de las manos y le dije que querÃa preguntarle algo. Me miró extrañada. Le repetà el pedido, y me miró como si no entendiese lo que le decÃa. Entonces le hablé más fuerte porque pensé que el ruido de los tambores no le permitÃa oÃrme. Movió la cabeza en señal negativa. Entonces casi a los gritos le pregunté: "¿¡qué tenés detrás de los ojos!?"
La música se paró en seco. Los percusionistas me miraron y yo no entendÃa nada. Me puse colorada, creo, o al menos sentà un calor en la cara. Cuando miré para el costado ella ya no estaba, la busqué con la mirada y supe que se habÃa ido.
Me levanté, y me fui a mi lugar con la carpeta en la mano, casi estrujándola. Afuera se habÃa nublado. ParecÃa que iba a llover.
Al dÃa siguiente nos saludamos como siempre. Pero no se fue con sus amigas, se quedó conmigo. Me sonrió. Y yo le pregunté qué habÃa hecho el dÃa anterior. Charlamos un poquito antes de que comenzara la clase. La invité a ver unos videos de los Rollin a mi casa y me dijo que sÃ. Esa fue la única vez que nos vimos fuera de la escuela.
Ahora que sus padres se mudaron de barrio nos vamos a ver menos. Pero igual nos seguiremos viendo en clase, y yo seguiré intentando saber qué hay detrás de sus ojos negros.
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