En este claustro al que se accede por estricta invitación personal, detrás del pupitre o escritorio las paredes se abarrotan de fotos y recortes periodÃsticos que cubren casi completamente los cuatro ángulos; escasea algún hueco vacante que pueda alojar a su próximo huésped o vÃctima. Peculiar galerÃa. "Usted imaginará por qué lo he citado", se presenta la doctora Luján Carmona, trota, se ubica en su sitio, se acomoda entre los chales flotantes, repite la frase: "Se imaginará para qué lo convoqué", imaginar, imagino con ese telón elocuente de notas gráficas, centenares de rostros, la mayorÃa bajo gigantescos tÃtulos encabezados por un apellido y un escándalo, pero la doctora me impide seguir el recuento de cabezas de su cosecha, saca y exhibe una carpeta etiquetada con mis datos, "la cosa viene complicada para usted, Manzur", por lo visto ya completó un legajo con los antecedentes y pecados de este servidor; abre documentos que extiende en mazo, "vaya avales peligrosos los que usted se animó a firmar". Los examino, pero también las piezas de su colección; aunque no termino de reconocer a todos los presentes detrás de su vidrio y su marco, cada uno corresponde a alguien que la doctora ha derrotado en su carrera jurÃdica y polÃtica, trofeos, "usted se hizo cargo de avalar una deuda casi millonaria a Clarisa RÃos", "¿Y?", "imagÃnese el efecto que producirÃa esa noticia, si trascendiera".
Clarisa RÃos, mujer de vida fácil; mujer pública. Queda sobreentendido. Si la Luján me ha citado en su bufete, seguramente pilotearé una de estas noticias y me incorporaré al cuadro de vencidos aquà presentes; le sigo el juego, "quizá usted sepa de alguna manera para que esto no se filtre, doctora"; colgadas de un clavo, testas de hombres llorosos, mujeres vociferantes, oponentes en derrota, un suicida derribado sobre su despacho, a su lado la banderita argentina en el mástil pequeño, caÃda; "no sé si hay una salida, Manzur, en todo caso, no la que usted imagina", "Entonces, dinero: no"."¿Me permite hacerle una pregunta?", deriva la doctora Carmona, cazadora de botines, la que sabe poner la cámara fotográfica en el terreno de la debilidad ajena, en la apuesta comprometedora, el sobre acusador, la entrevista indiscreta con el enemigo de banca, el brazo sobre el hombro equivocado, "sin embargo, el dinero siempre abre puertas, doctora", "sÃ, pero ¿puedo hacerle la pregunta?" me va a enlazar, "hágala, abogada", "usted es astuto, no llegó donde llegó cometiendo gaffes". Titilan los anillos en los dedos de esta mujer. "Y este aval... usted sabÃa el costo que le acarrearÃa. Y sabÃa que esta mujerzuela se dejarÃa... sobornar".
Clarisa RÃos. Mujer de vida fácil. Clarisita. Amante de hombres ajenos. Pero ¿sobornable? No.
"Me atrapó, doctora ¿Qué pretende de m�". Cuelgan aquà las fotos de ex intendentes, ex diputados, ex agregados culturales, calidad permanente de "ex" que les abrochara su enfrentamiento con la Carmona.
"Vea, Manzur", y se despacha con su juego de ajedrez parlamentario donde va moviendo piezas y comiendo peones, torres, alfiles. "Necesito un voto", sÃntesis del canje que me propone.
"Mi voto en la cámara".
Se rÃe; "eso serÃa demasiado pedir. Pero... con alguien de segunda lÃnea de su bancada, bastarÃa, Manzur".
"¿Balzano? ¿Con el voto de Balzano quedarÃa satisfecha?" Creo que acabo de distinguir en aquel cuadro a ese diplomático honesto de caÃda estrepitosa; desconocÃa la conexión del hecho con la titular de este estudio; aguzo la mirada para distinguir mejor, lo que me delata ante la doctora.
"Veo que le atraen mis fotos, Manzur".
"Un interesante repertorio, señora".
La abogada da por sentado que el acuerdo se ha sellado. "No tendrá que firmarme papel alguno... Entre gente como nosotros , la palabra basta". Bromista.
El honor de Balzano. Tal el precio que me pide que pague por Clarisita RÃos. Clarisita, aquel amor prematuro de la secundaria. Una pasión viboreante, que reaparece una y otra vez y de la que soy devoto pese a sus desventajas.
"¿Me permite?". Tomo el espejito de su mesa. Me acomodo las crenchas, el cuello de la camisa. "Tómeme la foto", le pido. "¿Cómo?", "La foto para su colección", insisto. Su ira. Que me saque la imagen, que luego la cuelgue en el lugar de su despacho que mejor le cuadre. Que haga lo que quiera con los avales. ¿Cuánto hace que no nos vemos con Clarisita? Demasiados meses. Quedo firme, aguantando la pose hasta que la doctora se convenza y cuando se decida, que dispare el flash y pueda yo marcharme de una vez. ¿Tendrá Clarisa el mismo número de celular? De todas maneras, antes telefonearé a Ricardo, de Argen Press. Él encontrará el modo de acceder a este recinto cuasi secreto y filmar, con semejante volumen de material, la nota que conmueva a los telespectadores y enerve la opinión pública. "La legisladora vengativa". Ricardo encontrará el "sésamo ábrete", llegará, se apoderará del escenario, armará el cuadro y la moraleja. Ricardo sÃ. Ricardo sabe.
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