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Domingo, 4 de abril de 2010
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El último de los republicanos

Por Gary Vila Ortiz
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La definición que podemos encontrar en los diccionarios o en libros dedicados específicamente a las formas de gobierno dicen en general que la república es el sistema político opuesto a la monarquía. Pero las definiciones no alcanzan para dar al termino república el hondo contenido que los ciudadanos le otorgan. No hay necesidad de pasar revista a todos aquellos pensadores que se han ocupado de la república de tan diferentes maneras. Lo que importa es comprender que la república significa, ante todo, aquel régimen político que no se perfecciona tan sólo con el sufragio universal sino que proclama otros contenidos que son tan esenciales como el del voto. A lo largo del siglo veinte y de los diez años que van de este nuevo recién nacido siglo veintiuno, ha habido sistemas totalitarios, brutales en su autoritarismo, sin conciencia alguna para cometer los crímenes más horrendos, que desde el punto de visto del sufragio eran legítimos en la medida en que eran votados por una mayoría. Y esa mayoría es tan responsable de los crímenes cometidos como el mismo poder que los cometió.

Es en este sentido profundo de lo que significa la república es un hecho, personalmente indiscutible, un ejemplo magnífico de ese entender, lo que significó el triunfo de los republicanos españoles el 14 de abril de 1931. Fue un triunfo formidable en un mundo que estaba signado por el infame sentido de lo irracional que implicaron el fascismo, el nazismo y luego de su triunfo, el franquismo. La proclamación de lo que alguien ha llamado el "episodio republicano" tuvo el rechazo instintivo de la España Católica y de las fuerzas tradicionales. Es que sabían bien, tanto los católicos como los tradicionales, que hasta ese momento dominaban el país que eso podía terminarse. Y por cierto lo comprendieron bien los gobiernos que ayudaron a Franco sin ningún tipo de reparos: había que terminar con los republicanos cuánto antes porque representaban lo que se llamaba, equivocadamente, el peligro "rojo". Es cierto que en el gobierno republicano confluyeron las fuerzas más dispares, todas con la misma convicción de impedir el triunfo del fascismo, pero de manera harto diferentes.

Los sublevados ya habían comenzado a utilizar el término "cruzada" que después se aplicaría oficialmente como una cruzada cristiana contra aquellos que no lo eran. Por cierto partían de una mentira que los únicos que se atrevieron a denunciar fueron los católicos franceses, como Jacques Maritain, que les decía con tono admonitorio que no usaran el término cristiano para avalar las múltiples crueldades que cometieron. Y otros, como Georges Bernanos, que fue testigo de la particular crueldad de la represión en Mallorca. Pero también la voz de los sacerdotes vascos, muchos de ellos fusilados en nombre del cristianismo. Y Guernica, centro de la nación vasca que se caracteriza por su larga tradición católica. Y fue justamente contra Guernica que Franco le permitió a los nazis experimentar el efecto que causaría un bombardeo atroz en contra de una ciudad indefensa y a la hora en que la mayoría de la población se encontraba en la calle.

La composición de las cortes muestran cifras que sorprenden y ponen en evidencia que la mayoría de los representantes no llegaban a constituir ese peligro "rojo" que fue el pretexto de eso que Southworth llamaba el "mito de la cruzada de Franco". En 1931 los socialistas obtuvieron una mayoría de 117 votos; en 1933, las derechas logran 212 diputados y las izquierdas 98. En 1936, los socialistas llevan 102 diputados; la izquierda republicana, 87; la Unión Republicana, 38; 17 son los que obtiene el partido Comunista; por la CEDA, de derechas, se eligen 87. Hay otros grupos, pero el miedo ya hizo que Franco pensara que era necesaria la declaración del estado de guerra.

Para los franquistas, que representaban el tradicionalismo más avieso y al catolicismo fundamentalista, cualquier cosa que se les opusiera era calificada como "roja". Mientras tanto, al correr del tiempo, en el campo de los defensores de la república se encontraban cada vez más divisiones y en algunos casos manifestadas con violencia. Es bien sabido que los comunistas quisieron dar fin a los socialistas del POUM, a los anarquistas y a todos aquellos que no aceptaran las reglas impuestas en España por el estalinismo. Los testimonios de George Orwell son irrefutables, pero como uno de los signos de estos tiempos de decadencia, han sido olvidados (aún cuando de vez en cuando se recuerde a uno de los intelectuales más puros del siglo XX) y en ocasiones se utiliza el sistema de la falsificación de la historia que siempre se encuentra a la orden del día.

Pero lo cierto es que en tanto que los nazis y los fascistas italianos ayudaran a Franco hasta el final, el comunismo estalinista traicionó a España de la manera más vil. Primero la ayudó, pero luego lo que más convenía a Stalin era dejar que en España triunfara el franquismo. Y terminada la guerra, las "democracias" que habían peleado contra las fuerzas del nazi fascismo uno de sus principales socios, Franco, fuese más útil dejarlo en el poder que dar paso a los republicanos en el exilio. Y Franco siguió practicando la barbarie de sus socios vencidos, hasta su muerte.

Pero hay algo más en este evocación de la república española. La instauración de del sistema republicano significó, además, hacer flamear la bandera republicana. Esta bandera, roja, amarilla y morada, fue establecida por decreto el 27 de abril de 193l, se utilizó durante toda la guerra y se la siguió utilizando entre los exilados. Actualmente, convertida España en una monarquía constitucional, se sigue utilizando la bandera del franquismo, sin que parece que nadie recuerda la otra o muy pocos.

Aquí en Rosario, para nuestro orgullo, hay por lo menos dos que sí la recordaban. A uno de ellos lo conocí bastante y con él compartíamos largos cafés en el desaparecido Sorocabana. El, el inolvidable don Antonio Valencia, ya muerto, había peleado del lado de los republicanos (era socialista hasta la médula de los huesos) y terminó sus días en Rosario trabajando como albañil. Al otro lo acabo de conocer por Pablo Grasso y se llama Francisco Mengibar. Es oriundo de Málaga pero su apellido es de origen gallego. Es a él a quien lo llamo el último republicano. Y hay una razón clara para que así sea. Don Francisco, es hijo de quienes estuvieron en la guerra y su memoria del adolescente de aquellos años recuerda todo lo que debe recordarse y no se recuerda.

Es un republicano que no puede dejar de olvidar lo que significó la república, con su bandera, su himno, su sentido republicano de la vida. Todo ese se perdió, menos para este hombre que no sólo no olvida sino que rescata la memoria para los que quieran ver, que cada vez son menos. Su acto es simple, y yo diría que heroico. Desde hace unos años hace un pequeño barquito, como si fuera uno de papel, que debe ser arrastrado por el Paraná, por una lancha que él mismo consigue, desde el balneario La Florida hasta el Monumento Nacional a la Bandera. En ese barquito que se parece tanto a uno de papel, flamea la bandera republicana, esa que ya no se usa en España.

Esa bandera, roja, amarilla y morada, trae a la memoria de don Francisco, la figura de Mariana Pineda, esa que Federico García Lorca retrató con pasión en su obra de teatro. Mariana Pineda, fue esa figura granadina, condenada a morir por el garrote vil, por el hecho de haberla encontrada, hacia 1831, con una bandera que reflejaba el concepto liberal de esta mujer que no quiso dar el nombre de sus compañeros de ideas. Ella había bordado, con hilo rojo, el lema de los liberales de aquel entonces, "igualdad, libertad y ley", que son por otra parte conceptos que el viejo liberalismo comparte con los republicanos.

¿Quién acompaña a don Francisco en este simple y bello acto de la memoria? Nadie, nos responde con una sonrisa, nadie, aún cuando a veces aparece algún amigo. Los que verán pasar a ese barquichuelo por el río se preguntarán de qué locura se trata eso. A quienes se les puede explicar que se trata de un homenaje solitario, que se trata de la bandera de los republicanos españoles, preguntarán, con seguridad, primero de qué diablos se trata eso de la república. Ante esa pregunta no encontraría hoy respuesta alguna. La esencia de lo republicano se ha perdido de tal manera que nada puede responder a una pregunta que, ante todo, suena a indiferencia.

Nos alegra pensar que queda alguien que sabe bien lo que significa el espíritu de una República. Podemos empezar con ese uno, con ese don Francisco Mengibar que arroja su botecito y la bandera al Paraná como si se tratara de una botella al mar que alguna vez alguien abrirá y comprenderá de qué se trata. Por ahora nos tenemos que conformar con eso. La de este año volverá a ser la bandera de la República, con el escudo en su centro, pero no el escudo de la monarquía.

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