No recuerdo ahora cuál fue mi primer libro de lectura argentina que leÃ, pero supongo que fue aquel que era el libro que se usaba como texto en el "Mariano Moreno" durante mi escuela primaria. En la escuela secundaria, que la hice en los Maristas, tuve buenos profesores de historia entre los hermanos pero ellos recomendaban libros más que dar alguno en especial. Recuerdo que las enseñanzas del hermano Tiburcio me hicieron tener otro ángulo de la historia argentina. En mi casa la historia argentina tenÃa una especie de tradición oral, si bien habÃa muchos libros, pero todos, o casi todos, pertenecÃan a la historiografÃa liberal. Y habÃa muchos pertenecientes a sus representantes, como Alberdi (después supe, por Luis Alberto Murray sobre todo, que se trataba del primer Alberdi) de Sarmiento, de Moreno, de EcheverrÃa, de Lisandro de la Torre, algunas biografÃas de Alem y casi como curiosidad una obra en tres tomos favorable a Juan Manuel de Rosas, a quien no lo querÃan demasiado en mi familia. HabÃa, si, en la casa de uno de mis abuelos, libros de los hermanos Irazusta, que tenÃan una particular forma de encarar al revisionismo histórico.
Pero en realidad el primer libro de historia que leà y cada tanto sigo releyendo, es la "Breve historia del Mundo", de H.G. Wells, escrita hacia 1922 y que la traducción que tengo es de mediados de los cuarenta. Su lectura me trae el recuerdo de mi padre, pues tiene tantas anotaciones a mano hechas por él que es como leer dos libros. Sé que en algún lugar de mis bibliotecas tengo una edición inglesa de ese libro de Wells, pero no puedo encontrarlo. De cualquier manera el que realmente quiero profundamente es el volumen anotado por mi viejo que leÃa y releÃa con fruición y que le gustaba más que una edición posterior, en dos tomos, con un apéndice sobre historia argentina. TodavÃa lo debo tener, pero no sé dónde.
En cuanto a nuestra historia, a lo largo de los años siguientes recibÃ, de entrañables personajes que tuve el placer de conocer a lo largo de mi vida, consejos que me llevaron a otras lecturas. Por Sergio DÃaz de Britos entendà que era necesario que leyera tanto "La historia de una pasión argentina" de Eduardo Mallea como la "RadiografÃa de la pampa", de Ezequiel MartÃnez Estrada. Creo que la obra de MartÃnez Estrada se sigue leyendo, pero no me parece que pase lo mismo con la de Mallea, cuyas obras de ficción también parecen haber caÃdo en un olvido un tanto injusto.
Por el inolvidable Charo Correas pude aproximarme a José Luis Busaniche, primero por aquellos viajeros que él supo compilar y traducir magnÃficamente, que conocieron nuestro paÃs y hablaron de él en distintos textos (libros, cartas personales, informes) como finalmente por su "Historia Argentina", que su lamentable y temprana muerte impidió que terminara. Hay otras tres obras de Busaniche que hace tiempo no veo en nuevas ediciones, estaban dedicadas a San MartÃn, Bolivar y Rosas vistos por sus contemporáneos, tres tomos que datan de distintas épocas que tienen un particular interés por que muestran una visión despojada de partidismo alguno, aún cuándo si pueden tener una visión interesada, sobre todo en lo económico, de los paÃses de origen de los distintos viajeros.
Después seguà o lo intenté al menos mi propio camino. Tomé simpatÃa por una colección llamada "Coyoacán", que llegué a tener completa y he perdido, y que en su momento la Academia Argentina de Historia "condenó" sin mayores argumentos, con la única excepción del padre Guillermo Furlong, que se opuso a esa condena global sin demasiados argumentos que la sustentaran. Fue en esos pequeños libros donde pude leer por vez primera "Las guerras civiles argentinas", de Juan Alvarez, de la cual no conozco si se ha hecho alguna edición reciente. No es de extrañar, ya que gran parte de la obra de Alvarez sigue sin ser reeditada. Un ejemplo un tanto curioso, la obra temprana que dedicó a la influencia negra en la música de hispanoamérica, libro que admiraba particularmente Néstor Ortiz Oderigo. Pero antes de esa colección descubrà la "Vida de muertos", en la cual Ignacio B. Anzoátegui pasaba a "degüello" en un libro muy bien escrito a todos esos hombres del pasado argentino por los cuales yo sentÃa un particular aprecio. Me pasaba, y me sigue pasando, como con Pound: me son soberanamente antipáticas sus ideas polÃticas, pero no puedo dejar de leerlos. Alguna vez, en una tardecita en la redacción del diario, hablé con Charo sobre el tema y él, conocedor como pocos de nuestra historia, me decÃa que los más talentosos de los brulotistas argentinos eran de extrema derecha, como el caso de Anzoátegui y el del jesuita Leonardo Castellani, que con el pseudónimo de Jerónimo del Rey escribió excelentes cuentos policiales. Rodolfo Walsh incluye uno de sus relatos en su "Diez cuentos policiales argentinos".
Creo que finalmente el padre Castellani tuvo problemas con su congregación que lo envió a España y allà lo mandaban todas las semanas a un tratamiento psicoanalÃtico, hasta que quien lo atendÃa le dijo que él no tenÃa problema alguno, por lo cual se bajara en el consultorio pero dedicara ese par de horas a buscar libros en una librerÃa cercana. En mis años de estudiante de Derecho, seguÃa la carrera como alumno libre en Santa Fe, tuve la certidumbre, por si necesitaba alguna más, de la imposibilidad de los argentinos en comprenderse los unos con los otros. Creo que llegué a rendir y aprobar unas quince materias. Una parte de ellas las hice estudiando durante los años anteriores a 1955, y luego. Entre el 55 hasta el 58 después del movimiento que derrocó a Perón, con profesores que no pensaban de la misma manera.
Aún cuando sobre mà sentÃa el peso de que mi padre, profesor en la facultad de medicina, habÃa tenido que renunciar, hacia el 44 o 45, en solidaridad con los profesores que fueron echados por sus posiciones polÃtica. Fue la facultad del paÃs que más sufrió ese tipo de discriminación ideológica. Sin embargo (yo ya habÃa estudiado medicina durante poco más de un año, y durante ese año la comisión que formábamos para anatomÃa éramos todos, o casi todos, hijos de profesores que se habÃan tenido que ir, entre ellos Tejerina, Ameriso, Roncoroni, y fuimos discriminados pero de una manera altamente positiva , es decir nos trataban particularmente bien) decÃa que cuando se decidió la expulsión de los profesores de derecho que lo fueron durante el tiempo del gobierno peronista, tuve que estar de acuerdo, pero me pareció una actitud negativa que repetÃa el mismo tipo de discriminación, pero con otro signo.
Pero no querÃa referirme tanto a esto sino a los apuntes que leÃamos, las opiniones que sentÃa de parte de los profesores de un tiempo y de otro, solÃan ser diametralmente opuestas, y eso provocaba una permanente inquietud espiritual que se agravarÃa años después. Fue el tiempo en el cual creo haber leÃdo mayor cantidad de libros de historia y tratar de comprender ese odio que luego se transformarÃa en terror. Buscaba un poco de claridad en los libros más dispares, releÃa a los escritores liberales y a los revisionistas de ese entonces, comparaba, la claridad que querÃa era poca para mis anhelos de saber. Buscaba en escritores que no se encontraban en ninguna de esas posiciones, algo que me ofreciera algunas certidumbres. Obtuve muy pocas. Un ejemplo serÃa ese magnÃfico libro de Miron Burgin, polaco de nacimiento, estudiante de una universidad norteamericana, que habÃa elegido para su tesis los aspectos económicos del federalismo argentino. ¿Era solamente un extranjero el que podÃa comprendernos mejor? Yo leÃa con frecuencia a José Luis Romero, a Leonardo Paso, lo que conseguÃa de Sarmiento, lo que podÃa encontrar de los escritos póstumos de Alberdi, a Mitre, también a Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde (el primero de ellos asesinado por la Triple A); a Jauretche, a José MarÃa Rosa, a Scalabrini Ortiz, a Luis Alberto Murray, es decir querÃa abarcar un espectro lo suficientemente amplio para entender, mejor dicho para entendernos. No lo logré, pero ese intento me enriqueció. En el diario donde trabajaba en ese entonces habÃa por los menos dos colecciones completas de los escritos póstumos de Alberdi y tenÃa el privilegio que cada tanto se los permitiera leer. Ignoro qué se habrá hecho de esas coleciones.
Por cierto que mi interés particular por la historia argentina también estaba ligada a mi interés por la historia internacional. En eso no sólo no he cambiado, todo lo contrario, me he afirmado en mis ideas: detesto al nazismo en primer lugar y sobre todas las cosas, no tengo simpatÃa alguna por el fascismo de Mussolini, su creador, y creo firmemente que Franco fue un individuo de una gran crueldad que la ejerció, en una brutal blasfemia, en nombre de Cristo, lo que bien le recalcaba uno de los mayores, sino el mayor, pensador católico del siglo XX, Jacques Maritain. En los escritores revisionistas me molesta mucho más ese apego a lo irracional de ese pensamiento, su simpatÃa por el fascismo, que su revisión de nuestra propia historia.
Del 73 al 76 lo que se publicaba sobre distintos aspectos de la historia argentina no fueron de mi mayor interés, con algunas contadas excepciones. A partir del 76 todo fue oscuro y mentiroso sobre esta materia. A partir de 1983, comenzó a publicarse en abundancia, se hicieron múltiples reediciones. No agregaron nada a mi mala conciencia por lo consideraba habÃa sido una mala actitud polÃtica. Poco a poco el revisionismo histórico del ayer tomó nuevas caracterÃsticas y en muchos casos se transformó en un show televisivo. Han pasado muchos años y lo que leo, con no demasiadas excepciones, tienden con frecuencia lamentable a decir verdades a medias, tal vez por ignorancia acaso en la mayorÃa de los casos por mala fe: No hay mejor manera de ocultar la verdad que expresar una verdad a medias que significa, entre otras cosas, esa oscura tendencia a la falsificación de los hechos históricos. SeñalarÃa dos excepciones que son reconfortantes: Las de Juan Gelman y las de Osvaldo Bayer. No tienen pelos en la lengua y dicen la verdad tal cual es. Un reconfortante ejemplo es el artÃculo de Bayer sobre las masacres cometidas por los turcos en contra de los armenios. Aparte, recupera la figura de un verdadero pensador del siglo veinte: Gramsci. No uso el término genocidio, pues este neologismo fue puesto en circulación por Raphael Lemkin en 1944, partiendo del término griego genos y del verbo latino caedere.
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