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Domingo, 13 de junio de 2010
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Sobre algunas palabras de Borges

Por Gary Vila Ortiz
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La primera edición de "0tras inquisiciones" de Borges fue publicada por Sur en 1952 y reunía trabajos escritos entre 1937 y ese año en que fue editada. En ediciones posteriores, al menos en las que conocemos, se agregaban algunos trabajos y se eliminaban otros. Entre aquellos que no aparecían en la primera edición de Emecé (junio de 1960) se encontraban incluidos la "Nota sobre Evaristo Carriego" (1950), "El encuentro en un sueño" (1948), "La inocencia de Layanon" (1951) y las "Inscripciones" que fueron escritas entre 1934 y 1936. En la edición de Emecé se incluyen piezas que van de 1937 a 1965, si bien la de este último año aparece en las impresiones posteriores a la mencionada edición. En cuanto a "Nuestro pobre individualismo" apareció por vez primera en julio de 1946 en la revista Sur.

Muchas veces, desde muy joven, me he preguntado qué significaba para mí ser argentino y si la respuesta que daba me identificaba con la de otros argentinos. En algún momento experimenté la sensación no muy agradable de ser un extranjero en mi propia tierra. No tardé demasiado en darme cuenta que no era el único. Pero fue más largo el tiempo en comprender que todos los argentinos, en ciertos tiempos, se sintieron desplazados, en ocasiones de manera inusitadamente cruel, de ese sentirse argentinos. Aún cuando sé bien que las lecturas no alcanzan para comprender con plenitud de qué se trata ese sentirse argentino, a veces son un complemento imprescindible. Es cierto, ningún libro puede explicarme con claridad eso que siento en la cancha de fútbol cuando celebro un gol de Newell`Old Boys. Tal vez porque sé bien que celebrar un gol no es lo esencial de lo argentino, sino parte de lo que algunos somos, una parte tal vez chiquita. Tampoco se puede explicar, y no quiero que se me lo explique, porque experimento esa sensación de plenitud cuando escucho "Los mareados", "Mano a mano" o "Adiós Nonino"; pero comprendo que en otros lugares de este mismo país esa sensación se experimenta escuchando una zamba, una chacarera, una canción pampeana. Lentamente voy armando ese rompecabezas (siempre se trata de un rompecabezas) para terminar entendiendo qué es ser un argentino. Todavía no he terminado ese armado, todo lo contrario, estoy lejos de encontrar todas las piezas, por lo cual lo que diga será algo provisorio.

En ocasiones creo que los argentinos en general, pese a las diferencias de todo tipo que se observan entre ellos, tienen algo en común que, como el swing en la música de jazz, no puede definirse. Al menos en la mayoría, pues es cierto que no todos los argentinos tienen ese elemento que he comparado con el swing y pertenecen no a otro país sino a otra galaxia. Me ocurre que a veces pienso si el hecho que sienta tanta predilección por la música de jazz me separa del ser argentino. Más cuando no siento el menor placer (con contadas excepciones) por el llamado rock nacional y son pocas las expresiones del folklore nacional que realmente me emocionan. Eso siempre y cuando no llamemos folklore al tanto que creo que lo es el que representa al habitante de ciudades portuarias y prostibularias. Por otra parte me ocurre que creo que un verdadero disparate escribir folklore como se pretenden escribir ahora (folclore) en nombre de un nacionalismo que deploro. Folklore es la música del pueblo en sus más genuinas expresiones, la palabra que se usa quitándole la "k" es nada más que un dislate, no es, aunque algún diccionario lo registre, un argentinismo.

De la misma manera sé que soy un argentino cuando leo alguna traducción española de algunas obras que me hacen sentir una distancia mayor que si esa traducción fuese hecha al arameo, idioma que me parece tan ajeno como el español al que se encuentran traducidas ciertas obras. Esa distancia hacia el español es también algo que creo que puede definir al argentino. Si hay tantas cosas que nos aproximan, hay muchas que nos separan.

Tengo a mano la misma edición que tuve en otras ocasiones para comentar su artículo sobre "Nuestro pobre individualismo". Me gustaría repetir ciertos subrayados que volvieron a ser subrayados en otras ocasiones. El comienzo del artículo, por ejemplo: "Las ilusiones del patriotismo no tienen límite". Luego de hablar de Plutarco, de Milton, de Fichte, dice Borges: "Aquí, los nacionalismos pululan; los mueve, según ellos, el atendible o inocente propósito de fomentar los mejores rasgos argentinos. Ignoran, sin embargo, a los argentinos; en la polémica, prefieren definirlos en función de algún hecho externo; de los conquistadores españoles. Es (digamos) o de una imaginaria tradición católica o del imperialismo sajón". Es claro que los argentinos no pueden definirse por esos hechos externos a nuestro ser, aún cuando hayan influido en el mismo.

Si podemos repetir a Borges que "a diferencia de los americanos del Norte y de casi todos los europeos, el argentino no se identifica con el Estado. Ello puede atribuirse a la circunstancia de que, en este país, los gobiernos suelen ser pésimos o al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstracción: Lo cierto es que el argentino es un individuo no un ciudadano". Escrito este artículo en 1946, justo es decir que en ese año subiría al poder un gobierno con el cual el pueblo, mayoritariamente, se sintió identificado. Pero si se sigue esa historia con cuidado uno puede percibir con los argentinos se identificaron como individuos no como ciudadanos, experimentaron una "relación personal" sobre todo en la medida que el gobierno hizo, para mal o para bien, posible esa identificación.

Para que la relación entre el ciudadano y el Estado sea posible es necesario que ese ciudadano se encuentre al tanto de lo que significa un Estado, su forma de gobierno, su constitución, sus leyes, su historia, al menos en todo aquello que implique lo esencial. En nuestro país ese conocimiento se da cada vez en menor medida, por lo cual la relación con el Estado se hace con un individuo que ignora, en muchos casos, lo esencial de la estructura republicana a que se debería ajustar nuestro país. Ignora también cuál es en realidad lo que significan cada uno de los poderes que nos gobiernan y que atribuciones y límites tiene cada uno de ellos. Ni hablemos de que teóricamente somos un país federal en el cual, ni tan siquiera históricamente, los unitarios y federales defendían tanto una forma de gobierno sino intereses económicos. Eso ocurría y sigue sucediendo. Cuando Borges afirmaba en 1946 que aforismos como el de Hegel "el Estado es la realidad de una idea moral" le parecen "una broma siniestra".

No exagera Borges cuando nos dice que si para el europeo el mundo es un cosmos, para el argentino es un caos. En este caso podríamos decir que Borges, en estos días del 2010, podría decir que el mundo en general es un caos, que tal vez, o con seguridad, ha sido dictaminado por alguien, pero me impresiona como que los argentinos nos adelantamos en comprenderlo intuitivamente, como individuos.

Borges explica luego que se dirá que los rasgos "que he señalado son meramente negativos o anárquicos; (") me atrevo a sugerir lo contrario. El más urgente de los problemas de nuestra época (ya denunciado con profética lucidez por el casi olvidado Spencer) es la gradual intromisión del Estado en los actos del individuo; en la lucha con ese mal, cuyos nombres son comunismo y nazismo, el individualismo argentino, acaso inútil o perjudicial hasta ahora encontraría justificación y deberes. Sin esperanza y con nostalgia, pienso en la abstracta posibilidad de un partido que tuviera alguna afinidad con los argentinos; un partido que nos prometiera (digamos) un severo mínimo de gobierno. El nacionalismo quiere embelesarnos con la visión de un Estado infinitamente molesto".

No puedo decir si de 1946, en que fueron escritas esas palabras, tuvimos alguna vez algún gobierno que cumpliera cabalmente con el sueño de Borges. Pero por otra parte hay que reflexionar acerca de qué manera los argentinos, a quienes me parece que cada vez comprendo menos, entiende a Borges, con quien pueden discrepar de manera absoluta, sino qué es en realidad lo que desean. Tal vez los deseos argentinos no estén tan ajenos a ese pensar borgiano, pero siempre y cuando se pierden las abismales diferencias que existen entre los grupos que componen nuestra sociedad: desde aquellos que tienen lo que ya hemos llamado una obscena obsesión por la riqueza hasta los que se conforman, porque no tienen otro remedio que aceptar que para ellos nada tiene demasiado que ofrecerles y no a muchos les interesa su destino.

Quiero terminar estas líneas con algo que veo con una conclusión, pero que entiendo que muchos no lo podrán experimentar de la misma forma. Deseo dedicar estas líneas a una mujer cuyo nombre era Mariana. Ella ha muerto hace algunos días, pero no hubiera podido leer estas líneas ya que no sabía leer ni tampoco escribir. Sin embargo era lo que Pedro Salinas llamaría una sabia en todo el sentido de la palabra. Estuvo ligada a mi familia por un enorme cariño y le ofreció a mis hijos lo que mejor puede darse a alguien: un profundo amor. Ella, además, supo darle a los suyos ese mismo amor y siempre, aún en situaciones no siempre fáciles, esa ternura que ofrecía con una sonrisa o algún gesto. Para Mariana, como diría Rodolfo Vinacua, escritor rosarino posiblemente olvidado, cada amanecer era un acto heroico. No puedo calificarlo de otra manera. Y creo que de ese ejemplo podríamos aprender mucho, sin saber leer ni escribir, pero haciendo de manera amorosa una "lectura" amorosa de los actos que van construyendo nuestra vida.

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