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Martes, 20 de julio de 2010
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Jirones

Por Candela Siale
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Jirones de mi vida, en la esquina céntrica de tu hogar frecuentado por militantes de causas dispersas, he dejado. Sobre tu velador, he dejado. Junto al nido de tu ropa sucia, entre los libros mal leídos pero aquerenciados, debajo del aluvión de polvo que cubre el titulo universitario cursi pero entre las sábanas, también he dejado.

De qué me ha valido la represión, la sublimación, la proyección, la sobre compensación, la racionalización. Dispuse parsimoniosamente el despliegue de los cinco mecanismos de la defensa psíquica. Utilicé un muestreo no aleatorio, seguí el proceso con agente testigo y, sin embargo, no he podido aprensar una sola regularidad que me permitiese predecir el curso del objeto. Me enamoré sin la venia del test de factibilidad. ¡Y te fuiste carajo!... Fracasé como mujer y como científica. Es vergonzoso que no haya podido siquiera preverlo como posibilidad.

Y luego, cunetié. Me embarré hasta la garganta. Llegué al borde en el que nuestra palabra vale menos de $ 2,20. Recorte tempo espacial anodino; una no acierta a descubrir qué la sostiene. No hay de qué agarrarse, todo lo que se toca es jabonoso. De a poco sin embargo, te encuadran en la escalada del desprecio. Sí nena, comprendes que este es el sitio afín para el sórdido veraneo. "Estas nominada, Margot". No te contesta el teléfono, ni los e mails, te elimina de la lista de contactos y les dice a tus íntimos: "No la quiero joder". ¡Pero la jodiste! Si al menos hubiese tenido la delicadeza de fingir solemnidad, una podría fantasear con que alguna vez, alguna vez, tuvo ascendencia sobre el humor de sus mañanas. Y entonces, la tenaza sobre el cráneo me otorgaría respiros más amplios (pocos la notan porque cuento con una peluquera extraordinaria que lava mis rulos con Wellapon pero, allí está la Verduga).

El deguace esperablemente ha reestructurado mi vida en torno a una rutina inalterable:

Momento 1º: Por la mañana antes de levantarme de la cama, llevo oxígeno al bajo abdomen y retengo la imagen "0", esa sobre la cual estúpidamente construí los futuros treinta años de vida: un hombre de Estado escucha con calma las inquietudes de una jovencita. Su voluntad transformadora no es menos explicable que el gusto por el dulce de leche o por las medias lunas en el desayuno. La "trascendentalidad política" que algunos seres necesitamos para imprimir sentido a esta existencia coja no es más relevante que la pulcritud con la que una madre alista a sus hijas por la mañana para ir a la escuela. Claro, cuando se es jovencita una no se da cuenta de ello y supone que el mundo debe honrar tu espíritu "altruista". Pero, aquel hombre de Estado lo supo, detecto rápidamente la precariedad en los soportes de las significaciones que humedecían los ojos de la niña; el Peronismo, la justicia social, los condenados de la tierra, la épica emancipatoria, bla, bla, bla. Y sin embargo, la escuchó. La oyó sin celulares endiablados, sin intervenciones de asesores obsecuentes. Cerró la puerta del gabinete y eligió seguirla con una mirada clara. Aquí yace el magma de la historia. Un vínculo que se remite a una mujer que no sabe cabalmente porque tiene facilidad para desplazar energía y conmoverse hondamente, y un hombre que pese a saberlo hasta el hartazgo se dispone a renovar su respeto frente a la trillada escena de la emoción militante.

Momento 2º: Cuando por fin exhalo, sólo imploro ayuda para desprenderme de esa imagen, por el resto de la jornada. Librarme de su escucha calma y su mirada clara. El llamado a la solidaridad suelo hacerlo extensivo a Shiva, a Madre Teresa tanto como a mi capacidad de resiliencia. Antes de salir, me bien predispongo a cubrir mis ojeras, a ocultar la herramienta de manijas coloradas adherida a mi cráneo y a no confiar nunca más.

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