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Sábado, 24 de julio de 2010
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MIEDO

Por Miriam Cairo
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Miedo de ver una patrulla policial frente a mi casa. Hay muchas formas de robar. A veces, lo robado viene solo a nuestros brazos. Se roba a sí mismo y se nos entrega.

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Miedo de quedarme dormida. Lo robado, una vez satisfecho en nuestros brazos, queda en una zona de derrumbe eterno, donde nada acaba definitivamente y todo agoniza para siempre.

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Miedo a la narradora que suspira. En ningún lugar está escrito que una mujer sólo deba suspirar en brazos de un hombre. También estßn los almohadones. Y el silencio.

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Miedo de que la noche no emprenda el vuelo. Un se vuelve ave, una se vuelve maga, una se vuelve pez, una huele el sexo universal de los que aman.

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Miedo de que mi narradora cambie de pies. Hay ocasiones en que la noche está llena de penurias, se vuelve indigente, tan pobre que ya no es capaz de sentir la falta de amor como una falta.

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Miedo a las esferas. Cuando lo robado se te entrega, trae consigo el oscuro vuelo. Lo robado llega ávido de palabras que no han tenido lugar entre las palabras, llega para completarse y revivirse, pero trae consigo cierto castigo, cierta pena. A cuestas con su crimen llega rendido hasta los besos y los besos lo redimen.

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Miedo a los perros de doble mirada. Pero lo robado no viene solo y oscuro, sino que trae también una inocencia.

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Miedo al las flores de perfume rebelde. Lo robado viene con el sueño de una flor desnuda entre los labios y se va con el perfume de la flor en los dedos, en el aliento, en el pelo, en la boca, en los zapatos. Y no hay ninguna flor igual. Ninguna. Y lo robado miente.

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Miedo a identificar a los muertos que no están muertos. Miedo de dormir con ellos, de ir al shopping los domingos, de que llamen por teléfono, de que nos preparen algo de comer con ese sabor triste y funeral de los sepelios.

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Miedo a que el cuerpo y el alma desaparezcan juntos. Lejos de la zona de muerte, lo robado ve resurgir la propiedad de sí mismo, sus trastornos vitales se fortalecen y se vuelve invencible: es capaz de sostener el derrumbe, es capaz de mantener con vida lo que estaba muerto, y encuentra en ello toda la paz del mundo.

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Miedo a quedar sin preguntas. Qué sería de mi cuerpo sin sus preguntas. Qué sería de mi alma sin sus espasmos. Quien está conmigo cree que ve mi cuerpo pero lo que está a la vista es el alma. El cuerpo anda escondido dentro del alma, agitado de lucubraciones y ensueños. Yo pongo el alma ahí, a simple vista para ver quién es capaza de perdonar lo que tengo de imperdonable.

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Miedo a los destiladores del tiempo. Lo robado viene a hurtadillas a levitar disimuladamente para no escandalizar los pies afirmados en el asfalto del mundo.

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Miedo de la existencia de Dios. En cuanto lo robado es acogido, lo que se derrumba empieza a caer en cuenta gotas. Aquello que estaba a punto de morir irremediablemente, prolonga su vida. Entonces una debe tener el pulso firme para soltar la muerte que no es de una.

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