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Jueves, 28 de octubre de 2010
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El pez volador

Por Jorge Isaías
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A Antonio Conde le decían "El pez volador" y se había ganado el mote atajando en la primera división del Huracán, allá en década del cuarenta. No era oriundo del pueblo, pero se había casado con una señorita local, concretamente con Teresa Gago, hermana de mi amigo Osvaldo.

No lo vi atajar, pero el sobrenombre es francamente abrumador. Uno se lo imagina realmente volando por el aire. Con las manos extendidas, como yo me lo imaginaba cuando oía sus hazañas en la edad escolar, contadas por los mayores. En verdad todos los niños de entonces las conocíamos, sobre todo la barra huracanista, la que portaba casaca color sangre y pantaloncitos blancos y medias del mismo color.

Raúl, digo, el gran memorioso: Raúl Carmen Aquilano me tira información con una celeridad y una precisión apabullantes. Por él me entero de que en los campeonatos de verano en la cancha del Club, él, digo, Antonio Conde o sea El pez volador supo jugar para el bazar La Primitiva, de don José Bessone. Y arrima, rápido casi sin respirar el resto de los defensores de esa casaca, imposible ya de calcular, pero que recuperaré en mi próximo encuentro con el bueno de Raúl.

Paso entonces a suscribir sus nombres antes que el óxido del tiempo lo empiece a corroer con una saña sostenida: Harvey Bessone (quien murió muy joven) y su hermano Derby, ambos hijos de don José, Cholo Hidalgo, Chato y Tila Collere, Marino Aquilano, Negro Peiró, Baltasar Gago, Luis Ibarra, Carlos Stanley. Y los Bessone, de la otra rama parientes de don José: Santiago, Delqui y Ronald.

Haydée supo contarme que los muchachos que jugaban para La Primitiva, habían hecho su cancha frente al bazar y el bar de don Juan Triacchini, en los terrenos del ferrocarril, que habían prolijamente desmalezado.

Cómo serían de importantes estos campeonatos que llamaban "libres", y se realizaban en el verano, que cierta vez el equipo del bazar La Primitiva incorporó a sus filas a un crack indiscutible de entonces, el inefable y recordado Pelado Míguez y salió la noticia en el diario La Capital de cuya corresponsalía --así como del diario La Nación era titular el mismísimo don José Bessone.

Hubiera sido bueno vivir en esa hora prima del mundo cuando la ilusión no se vendía por ninguna monedita y el pueblo mantenía los altos sueños de ser una gran ciudad y se pensaba todo a lo grande. No fue así, indudablemente, pero uno no puede sino endulzarse con la nostalgia de lo que no fue y de lo que no viví por razones antes expuestas. Les digo la verdad, a mí me hubiese gustado ver a ese equipo, y a Los Fugitivos, o El Refugio, o Los vasquitos, o El Fortín, o El taladro, o El Blanco y Negro, o La Catalana, o Los Tamberos, o Maldonado, o La Terrassón y tantos otros que se tragó el olvido irremediable.

Cuando yo era niño un arquero casildense, Hernán López, que integró la hueste huracanista pretendió reeditarlos, pero sólo pudo hacer una especie de Baby Fútbol con los pibes en las instalaciones del Club, es decir en la cancha donde habían puesto los arquitos cruzados y creo recordar que se habían clavado unos altos tirantes con unas luces para jugar de noche, Pero no estoy seguro, debería preguntarle a Roberto Escudero que jugó en ese campeonato y además tiene una feroz memoria obsesiva de la que se suele preciar.

Como aquella vez que me contó de sus interesadas asistencias a la parroquia porque el cura les había dado a cada uno un número porque dijo que rifaría una pelota (de tientos, aclara). Y allí iban, pacientes con Justito Pezzino y los hermanos Correa y hasta el díscolo, el desventurado Adelqui Mansilla.

Fueron pacientes porque el interés era grande.

Al final, tanta pasión rindió sus frutos y el agraciado fue Justito Pezzino, quien con el número 240 -certero recuerda Roberto ganó el preciado trofeo y la llevó para su casa que tenía "el pino más alto del pueblo" según recuerda. Estaba en la vereda de don Vicente Tallarico, de feliz y agradecida memoria para todos los que lo conocieron, donde años después supo estar el Bar de Tía Hilda, memoriosa y eterna.

Y allí, me dice Roberto Escudero con un dejo de antiguo dolor, no olvidado, él, Justito, elegía a su gusto los compañeros de siempre, condición que le daba el ser dueño de la pelota. Acá los de siempre: dice que Justito decía, y los de siempre eran los que jugaban mejor y los que elegía para su equipo: los hermanos Míguez, los hermanos Correa y Lorenzo Miranda y enfrente "el resto", es decir nosotros, me dice Roberto con una carcajada.

Pero volviendo al Pez Volador, yo me pregunto si entre esos compañeros y representantes de La Primitiva lo había acompañado además del Chato Collere, que llegó al profesionalismo, el mismísimo Charino, sobrenombre que respondía en su documento de identidad, al ciudadano Rosalino Mansilla, o también a Ignacio Funes que supieron llamar El Tabudo, y que dejó una ristra ingeniosa de anécdotas.

Como habrán sido esos años, cuando pasaban todavía los trenes y un hombre que se llamó Antonio Conde, volaba en los atardeceres apretando pelotas imposibles hasta que el ingenio popular lo condecoró con el mote que aún hoy se lo recuerda: ¡Salud, famoso y querido Pez Volador!

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