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Viernes, 12 de noviembre de 2010
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Una noche en un planeta

Por Iván Fernández
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La puerta de la entrada está cerrada y si se golpea y se entra, hay que volver a entornarla. Las entradas a los planetas son curiosas, y en este caso, consiste en una puerta que deriva inmediatamente en una escalera. Para jugar a ser astronauta hay que pagar unos pesos. La noche, quizá, no es la mejor para volar: llovizna y hace calor.

Un planeta no es otra cosa que un sitio más en la noche dónde se encuentran quienes saben cómo llegar. El cuerpo luminoso está ciego a los telescopios, hay que saber encontrarlo en la oscuridad. La vida en el planeta se organiza exactamente como una órbita: volviendo a pasar, reanudando.

La escalera lleva una primera sala con un gran velador, se puede subir la bicicleta y dejarla allí. La sala da una terraza semi techada y con una barra, y, por otro lado, a un pasillo que comunica con otra sala.

Itinerancia.

La terraza es amplia y tiene una especie de gran claraboya en el medio que, de todos modos, no dificulta el paso. De la llovizna nos cubre una lona y en la barra se venden cervezas. En una pared se proyectan videos. Hay mesas con gente sentada y parada alrededor. En la pantalla suele aparecer un hombre de pelo corto, bajo y, a veces, otro hombre, un poco más alto y barbudo. El primero parece ser el realizador de las proyecciones porque aparece en diferentes escenas en las que músicos cuentan algo. El otro quizá sea un músico, un entrevistado.

Sea como sea, el barbudo y el de pelo corto que, como otros, tiene un pantalón que se le pega a las piernas delgadas, están parados junto a la barra. Sonríen y charlan con otros mirando y señalando a veces la pared en la que se proyecta. Pero en cierto momento, el barbudo, sin más, marcha, comienza a caminar atravesando la terraza. El del pantalón que se pega levanta la vista, atento, y lo sigue por detrás sin hablar. Al rato vuelven, igual: el barbudo adelante, el otro como un satélite. Más luego, otra vez la órbita, el barbudo va hasta una mesa en el medio del espacio de la terraza, el del pantalón gira y se traslada.

Reiteración.

En la proyección se concatenan cortos de entrevistas. En todos, algunos músicos hablan. En todos, escenas similares recurren: los músicos tocando por la noche, los músicos hablando en alguna postura informal (sentados en el pasto de un parque, en el cordón de una vereda) sin mirar a la cámara, durante el día.

Los músicos hablan de sus influencias, de su música, de lo que hacen y de lo que van hacer, de los discos que salieron y de los que van a salir. Discurren durante el día, en el hablar del poco dormido, y miran al horizonte (como lo hacen los profundos).

Vibración.

Saliendo de la terraza se entra en un pasillo que lleva a una sala. En el escenario dispara el DJ.

La música se construye sobre la ida y vuelta de sonidos que se columpian. Las franjas de las alturas se reparten el resto de los parámetros del sonido. En la zona de los bajos, hace figura el ritmo, en los de los agudos, el timbre. Las duraciones se organizan retornando y todo está cruzado por las texturas.

Oscilación.

Varios grupos bailan en la sala. Dos de ellos están conformados por jóvenes, flacos y blancos. Los hombres llevan pantalones que, ya se ha dicho, se sueldan a los muslos flacos. Las chicas, con vestidos más bien negros y algunos collares mínimos. Hombres y mujeres con el mismo peinado, corto y con una forma que remite a un pequeño hongo.

Con los pies fijados al piso y los ojos cerrados, bailan como movidos por una brisa.

Recurrencia.

La calesita del planeta no parece detenerse.

La puerta de la entrada está cerrada y si se golpea y se entra, hay que volver a entornarla. Las entradas a los planetas son curiosas.

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