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Martes, 30 de noviembre de 2010
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En clave de Tango

Por Dali López
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Voy a recurrir al tango, a sus voces de sabiduría y hermosura para intentar decirte lo que siento. No porque sea tanguero, que lo soy, sino porque amo la belleza con contenido poético filosófico popular e inequívocamente Nacional, y en esto El Tango puede decir mejor que nadie.

Mis conocimientos sobre el género son muy pobres a pesar de lo mucho que aprendo en el café, instruido por Quilici. Aprendo también de los pibes (muy pibes) que se esfuerzan en su romántica tozudez de difundir El Tango como forma de resistencia cultural y por la identidad. Entre los tantos, como la agrupación La Novata, o como Leonel Capitano, que no se vende al tango for export, sin pueblo y disfrazado.

Recurro al Tango, también, porque me crié entre gente así, derecha, con valores, luchadora, que creía en un país mejor. Gente de corazón, de esa con la rebeldía del que es fuerte y tiene que cruzar los brazos cuando el hambre llega, pero nunca claudica. Como mi abuelo Celedonio Ferreyra, que fue despedido de su trabajo de camionero, sin cobrar un sope, un año antes de jubilarse, por llevar adelante un paro. Allá se fueron Celedonio y su mujer, Yolanda, a vender empanadas a un parque de diversiones de la periferia para campear el hambre y no morfarse la dignidad. Esa gente me heredó la convicción de ese país mejor al que aspiraban y por el que lucharon siempre, y me poblaron de sueños y esperanzas el futuro, que siempre se construye en el constante presente.

Como en el Tango, crecí con la ñata contra el vidrio, en un azul de frío, viendo ese posible país mejor, como esas cosas que nunca se alcanzan. Como en esos tangos, la vida también me dio en oro un puñado de amigos que son los mismos que alientan mis horas.

Y ahora, El Flaco se nos fue, pero aún me guía.

Yo estuve entre los giles, entre los que bautizaron gil por pensar, por creer. Y hubo en mi vida, como en la de todos los argentinos, de esas a las que se les puede enrostrar me robaste la casiya de la feria, la ganchera, el mostrador; y estuve entre los que cuando grité una injusticia la fuerza me hizo callar.

Mi eterna y vieja juventud transcurrió en los 70, una década que se inició latiendo en un corazón de bombo, machacando lo mucho que vale buscar lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias. Pero la lucha fue cruel y mucha; mucha la sangre y mucho más el horror. Me sentí decepcionado, vigilado, sospechado, con el botón de la esquina que me miraba como diciendo: "en qué cosas andarás".

En esa época estuvieron los que callaron por ignorancia, por miedo o por impotencia. No soy quién para juzgar; pero también los que callaron por complicidad. Los peores (a los cómplices me refiero) fueron los que callaron, y hasta bendijeron todo el horror, al punto de hacer que uno se preguntara ¿dónde estaba Dios cuando se los llevaron? Y por eso, como en los tangos, tuvieron su protagonismo Las Madres, que alguna vez mecieron en sus cunas nuevas esperanzas y después se quedaron muy solas, y sin medallas, y sin justicia. La gente que es brutal cuando se ensaña las tildó de locas.

Quiero aclarar en este punto que no estuve entre los héroes y las víctimas. No padecí proscripciones personales. No estuve en el sacrificio que Perón agradecía desde el exilio y después echó de la Plaza. Apenas en un teatro militante (era Independiente, no undergronund), resistiendo, gracias a una voz interior que me decía dale, vos sabés que ganar no está en llegar sino en seguir.

Pero después vino otra primavera, justo cuando yo andaba por el mundo sin amor y sin fe; y aunque era de otro palo, estuve lleno de esperanza como un gaucho pobre cuando llega al pueblo, porque tras la noche más oscura sale el sol, y entonces...

y entonces...

otra vez...

me engrupiste bien debute con el cuento 'e la tristeza.

Sí, sí, ya sé, no me digás, tenés razón, la vida es una herida absurda; ya lo había aprendido por aquel entonces; pero que salgas a la calle a poner el grito y el cuero para defender lo que se había recuperado padeciendo palos, dolor, desaparición y muerte; a resguardarlo de esos que añoran que todo retorne del pasado, los nombres repetidos y que te salgan con un Felices Pascuas, no sé. Ahí se las vería negras hasta el mismo Cátulo para poner en palabras el absurdo de una herida así.

Y bueno, chau, no va más, ya gastamos las balas y el fusil; pero lo nuestro fue perder y ya truncada la fe, no nos quedó ni yerba de ayer secándose al sol. Está listo, sentenciaron las comadres, y entonces, un anticipo del final, y otra vez a remontar la esperanza caída.

La esperanza duró poco esa vez. No había transcurrido mucho cuando lo empezamos a ver pasar del brazo con quien no debía pasar. Y fue el auge del despilfarro y de la venta de las joyas de la abuela. Adiós patrimonio del Estado, adiós a la dignidad y a los valores.

Mientras tanto, el Turco se bailaba unos tangos que bailaba mal; lo hacía como un turquito cocoliche recién desembarcado que cree poder seducir con cortes a la Morocha argentina. Pero sedujo la estupidez, la frivolidad. Todo importado y todo por dos pesos: la corrupción, la impunidad, el indulto. Salían todos de farra. Todos ellos (el pueblo lo miraba por tevé nomás), esos que, sospechados de merqueros, se largaron con una tanda de afiches que empapeló Buenos Aires (sin darse cuenta que el inconsciente los mandaba en cana o quizás dopados de soberbia) diciendo: "Sigamos para adelante". ¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón!

Fue el auge de la Testa Rossa y de facilitarle el camino al viejo verde que emborrcha a Lulú con su rubio champán y le negaba a un obrero un cacho más de pan. Después le negó la fábrica también. No quedó nada.

Nada.

No se sabía para dónde rajar, así es que hubo que hacer una alianza. Me decían que ahí estaba la cosa y, aunque castigado, remonté una tibia esperanza. Después de todo, si un presidente "divertido", con algún fato estudiado que venía del setenta y seis, nos había dejado en Pampa y la vía, quizás, a uno aburrido se le diera por devolvernos algo. Pero no. Pa' qué te voy a contar, si vos ya lo sabés.

En la apoteosis de la desesperanza, al mejor estilo de un tal Loyola (pero se llama Domingo Cavallo), nos embrocó en un guay fulero. Ellos se la llevaron toda a esos paraísos fiscales, y a nosotros nos dejaron batida, bronca, taquero, celular, biaba y gayola. Y hubo muertos, otra vez hubo muertos. Y una vez más los muertos eran del pueblo. El aburrido se alejó en un helicóptero, quizás bostezando mientras miraba desde arriba la plaza de humo y sangre.

Hubo de todo, Puerta de escape y un Rodríguez ¡zas!, hasta que le hicieron una oferta que no podía rechazar y entonces se rajó, cobardemente, a refugiarse en su provincia. Y ahí entró a tallar Duhalde.

Y ahí fue también que decidimos no creer más. íMinga de versos y esperanzas vanas! íBasta de desengaños! Yo juré mil veces no vuelvo a insistir. ¡A contársela a Magoya! ¡Andate, nomás, andate! Que se vayan todos.

La experiencia fue mi amante; el desengaño mi amigoà Pero como toda carta tiene su contra y toda contra se da...

La vida da más vueltas que un trompo de juguete, el ciclo volvió a empezar. Claro, esta vez sin plata y sin fe, y sin el menor ánimo de remontar una esperanza, por nada y por nadie.

El Flaco pedía votos desde un afiche con una propuesta: Por un país en serio. Recién ahora me desayuno que había una propuesta y no una promesa. Habrá que tenerlo en cuenta, porque una promesa la hace cualquiera, una propuesta no.

Pero nadie le creía al Flaco. Al menos, yo no, vacío ya de amar y de sentir tanta traición... Y además a este Flaco no lo conocía nadie y encima venía del riñón de Duhalde, riñón que nadie pudo devorar de atrás ni de adelante, hasta ahora. Y mirá vos cómo son las cosas, porque en ese desencuentro con la fe, después de tanta araña que nos picó y tanto hombre que ayudaste y te hizo mal, y tanta mina que nos plantó para irse con el bacán, no tuvimos más remedio que aceptarlo; porque el tape, al mejor estilo de Rosendo Juárez, el compadrito de Hombre de la esquina rosada, rehuyó la pelea, dejando que el Flaco ganara por abandono, y así quedara como un descarte, siempre solo, siempre aparte.

Pero esta vez, a poco, a muy poco, la que se empezó a caer fue la desesperanza. El Flaco arrancó haciendo bajar el retrato del guerrero, ése que está preso, prontuariado por agente 'e la camorra, profesor de cachiporra, malandrín, estafador y asesino.

Y asesino.

Y de ahí en adelante el Flaco no paró de mostrar su corazón de pueblo y se enfrentó, taura, a los viejos verde del champán y de Lulú, y a los bacanazos que quieren seguir llevándonos la mina, la mina de oro que es este país. Y... y nos devolvió la esperanza, la plata y la fe. Y me hizo soñar, a mí al menos, como cuando era pibe. Y no me defraudó.

Los enemigos de todo lo bueno, con la complicidad de las corporaciones de la desinformación, de los traidores no positivos y también de los que siempre hacen que te preguntes ¿dónde estaba Dios cuando te fuiste?, lo único que tenían para decir es que eras confrontador, soberbio, cachafaz, mal entrazado y, encima, con un ojo chanfleado. Peor ellos, que tienen chanfleada el alma; y el corazón (si es que lo tienen) ciego y más seco que su vientre.

Por eso, así, en clave de tango, yo quiero agradecerte lo que hiciste: nada más y nada menos que el habernos devuelto la esperanza; con valentía, y con hechos, como mi abuelo Celedonio. Y me devolviste el corazón discepoleano para creer y salir de ese punto muerto de las almas, tumba horrenda de mi amor, y sentir de nuevo que no toda la política e porca. Que hay puercos, sí, y algunos muy gordos; pero hay fulanos como vos, que nos devolvieron el corazón para cerrarle los ojos con besos a la Patria.

Gracias.

Gracias, Flaco, por la esperanza y por las ganas que nos devolviste haciendo. Además nos las devolviste joven como la inmensa masa que sintió tu adiós como el arco de un violín clavado en un gorrión, y fue a despedirte, y a decir que no te fuiste, que vas a seguir porque están intactas las cosas que dejaste y hay quién las continúe.

Encima, nos dejaste una mina bien debute, de las minas fieles de buen corazón, a quien vamos a acompañar hasta las últimas. Si no lo hacemos, el Fuerza Cristina, habrá sido un chamuyo barato como el de los enemigos de todo lo bueno, nada más. Si no lo hacemos, no te hemos merecido y, entonces, que nos condene para siempre la desesperanza y el olvido.

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