A Leopoldo
El Negro me habÃa invitado pero pensaba que su actuación no merecÃa la interrupción de mi trabajo: un texto renuente que me era importante; sin embargo fui y no me arrepiento; salà tan complacido que sustituà mi relato con las vicisitudes de su actuación. El Negro apareció con una capa a la usanza isabelina. Me sorprendió su majestuosidad mientras decÃa: "Romanos y romanas. Mi afecto por César no era menor que el suyo. ¿Entonces, por qué yo, Bruto, me alcé contra él?: No porque lo amase menos, sino porque me amaba más". Ese lapsus, al comenzar la obra lo turbó y se dio a caminar el escenario nerviosamente, hasta que se detuvo: "Señoras y señores, discúlpenme. Me olvidé de la letra. Tal vez sea la presencia de este querido amigo, a quien no esperaba reencontrar justamente aquÃ". Rápidamente me percaté de que se dirigÃa a mÃ. Por un momento creà que era una boutade prevista en el texto, pero no. El Negro descendió unos escalones mirándome, mientras yo desesperado me ovillaba en la butaca.
Pese al público desconcertado, el Negro siguió como si tal cosa: "Todo como en la última vez que actuamos juntos, ¿te acordás? Nos disputamos la preferencia de la primera actriz", dijo con una sonrisita irónica y guiñándome un ojo. "La que hacÃa de Alma. A vos te daba bronca que me prefiriese". Yo no sabÃa cómo matarlo y desaparecer. "Yo interpretaba a John, el médico del que se enamoraban todas sus pacientes", dijo, recitando un trozo de Verano y Humo. "La eternidad y la señorita Alma tienen las manos tan frÃas, pero eran los pies que tenÃamos helados. En pleno agosto y nos obligaron a representar junto al rÃo, por esa manÃa de realismo rosarino. El viento se habÃa llevado un panel y amenazaba con llevarse todo".
En ese momento se prendieron las luces y el Negro pareció recuperar que estaba en el teatro y que no estaba para contar su historia, sino para representar La memoria de Shakespeare. Enseguida pidió disculpas: "Querido público. Un estreno tiene estos imponderables". Los ojos desorbitados del Negro me hacÃan temer lo peor, aunque el público permanecÃa absorto y en silencio observando cómo descendÃa unos escalones y reiteraba: "Cuando la vida no nos trata muy bien, tendemos a perder la memoria. Antes yo recordaba mis entradas, mis parlamentos y hasta el parlamento de los otros. Recitaba entero el monólogo de Kovalski, por ejemplo". Titubeó, empecinado en recordar y arrancó con un cambio de tono: "Usted sabe vieja que yo me le habÃa distanciado a Don Alejo, aunque lo mismo me daba jugarme en esa ocasión, por asuntos de comité". Alguien del público le gritó: "Kovalski es del comité polaco. Eichelbaun es un judÃo entrerriano". Y otro, más atrevido, agregó: "Te equivocaste de libreto".
Sin inmutarse y como si hablara conmigo, siguió: "Yo era muy jovencito cuando comencé en el teatro independiente; nuestra convicción nos exigÃa ocuparnos de todo, hasta tal punto que Lorenzo, mi mejor amigo, ofrendó su vida. El fue elegido para hacer el protagónico en Los bandidos de Schiller, pero murió abnegadamente la noche del estreno. SalÃa en el entreacto y aprovechaba para conectar un reflector cenital, ubicado arriba de un techito entre bastidores. Como no se veÃa bien, conectó algo mal y cayó electrocutado. Un primer actor, un actor de puta madre conectando un cable de luz en un mutis, ¡a quién se le ocurre!".
Enseguida recordé el suceso y comprendà que el Negro en verdad se habÃa olvidado del texto y se jugaba entero para retener al público. "En otra oportunidad --continuó--, la Municipalidad, contrariando la polÃtica habitual, nos contrató para representar La Pasión de Cristo en Semana Santa. ¡A nosotros, activos militantes del Partido Comunista! El director nos convenció de que debÃamos contrariar la perspectiva oficial y exaltando las teorÃas brechtianas me eligió para hacer de Cristo. Tan luego a mÃ, que soy morocho y un poco gordito. Yo estaba encantado y extrañado al mismo tiempo. Por más materialismo dialéctico y distanciamiento no me imaginaba cómo iba a dar yo con la figura de Cristo. Pero, el director nos explicó que Cristo era arameo, que no son rubios ni tiene ojos claros, que podÃamos aportar veracidad histórica a un mito que no habÃa sido bien esclarecido, etc. etc. Al fin me convenció y decidà caminar descalzo por lugares pedregosos, hasta que los pies me sangraran, para intensificar la veracidad histórica. ¡Qué boludo! En el resto de la semana, ni alpargatas podÃa usar, pero todo me parecÃa justificado, porque lo cierto es que yo serÃa Jesús. Ensayar la vÃa crucis fue difÃcil, ya que la cruz no era liviana. Además, deliberadamente, mis compañeros la retenÃan, con lo cual me duplicaban el esfuerzo. Después me ataban los brazos y por medio de unas sogas, me elevaban a unos cuantos metros del suelo. Por supuesto, siempre alguno fingÃa dejarme caer. ¿Se imaginan? Con los brazos atados, yo dale que dale: `basta muchachos, a ver si algo sale mal`".
"Y algo mal salió, justo el dÃa de la función, de la única. El lugar estaba atestado de gente y cuando me elevan, a uno se le escapa la soga y me voy en banda contra la fila de las autoridades y la elite de la Catedral. `Guardaaaa mierdaaaaa`, grité desesperado. Me atajaron justo, pero ni les cuento el revuelo que se armó. ParecÃa una estampida. Una apostólica gritaba: `¡comunistas, comunistas, ya sabÃa yo, ya sabÃa yo!`. Vino la policÃa y todos en cana. MarÃa de Magdala lloraba en serio y yo trataba de explicar, pero en parábolas: `Queridos hermanos`. Yo te voy a dar hermanos, negro hijo de puta, me decÃa un vigilante, más negro que yo, mientras me flagelaba con el látigo que habÃamos usado en la escena. ¡Qué se le va a hacer, gajes del oficio! Fue la primera vez que salimos en los diarios a todo culo: Irreverencia sacrÃlega. Un Cristo comunista. A mis compañeros los soltaron al otro dÃa, en cuanto a mÃ, me costó mucho más por ser el personaje central. El dÃa que me liberaron, el director me vino a buscar, pero se olvidó que estaba casi en bolas. `Y bueno, Negro, me dijo, ¿qué querés? ¡Con el quilombo que se armó!`. Apenas estuvimos en la calle, me lancé sobre él: `Pedazo de boludo, esto me pasa por seguir tus estupideces, yo te voy a dar distanciamiento`. `Pará, Negro, pará --me decÃa--, es la conmoción del estreno. Venà que tomamos un taxi`. Pero me fui caminando. Me quedé un tiempo sin laburar, primero no iba por orgullo, por mantenerme en mis treces, después porque me daba vergüenza. No sabÃa cómo disculparme. En fin, decidà aceptar mi destino, me dije a mà mismo: `¿No fue desterrado Edipo? ¿Por qué no puedo ser desterrado yo? Sea, seré un desterrado, pero con honra. ¿Con honra? La verdad es que estaba desesperado y no sabÃa qué hacer. Jamás habÃa hecho nada fuera del teatro, nada y ahora, en ese momento, quiero decir, debÃa buscar trabajo".
"En fin, volvà a vender libros. Iba de aquà para allá. Eso sÃ. SeguÃa contrariado y no tenÃa otra manera de sobreponerme que soñar, porque el sueño, ¡ha hermano! el sueño te hace igual a todos los hombres y muchas veces, dormitando en el tranvÃa, soñaba con Falstaff: `¡Mi reino por un caballo!`, con Casa de Muñecas. El hombre más fuerte de la tierra es el que está más solo. Soñaba que era Willi Lotman. Me repetÃa una y otra vez que entre un actor y un viajante no hay diferencias, máxime si vende libros. La verdad es que tenÃa suerte: Estimada señora, tengo a Petrona de Gandulfo en cuerina verde. Doctor: tengo a su colega Somerse Maughan en cuatro tomos. Una tarde enganché para Pichincha tras una hembra deslumbrante, recitando la égloga décima de las Bucólicas, donde Virgilio canta a las desventuras amorosas de la bella Volumnia, pero la mina entendió otra cosa y me corrió a carterazos por Rosario Norte. ¡El carácter me traicionaba! Pero eso sÃ, jamás ofrecÃa una obra de teatro. Me decÃa a mà mismo: `¡El teatro se hace, la puta que lo parió!` Y en esos momentos recordaba a Lorenzo, cuando solÃamos emborracharnos. Yo gritaba: `Soy el curda Lorenzo`, ante algún transeúnte asombrado, mientras Lorenzo replicaba: `Ese, ese, soy yo`. Por supuesto el recuerdo de su muerte reafirmaba mi convicción de abandonar todo. Para colmo, cada vez vendÃa más libros y me estaba inmunizando. Cuando alguien me decÃa: `¡Cuánto hace que no lo vemos actuar!` Yo, nada, ciego, sordo y mudo".
"Es increÃble cómo ocurren las cosas. Fue una tarde lluviosa en que más libros vendÃ. Entré en un bar de la calle Arijón, pensando en poner una librerÃa. Pedà un semillón y al abrir un libro de Plauto, lo vi. Tomaba con elegancia y hablaba con alguien imaginario. El mozo me dijo: `No está loco, está borracho; pero no molesta a nadie`. Cuando salió no pude menos que seguirlo. En otros boliches repitió la misma ceremonia; lo malo es que yo lo imitaba. ¡Era un arquetipo de curda! Lo seguà hasta los lÃmites de la ciudad y lo perdà cuando una jaurÃa me acosó con saña. La lluvia persistÃa y yo trataba de cubrir los libros, pero me caà y se empaparon ante mi desconsuelo. Tuve ganas de llorar y me arrastré como un gusano, me sentÃa un gusano; lo raro es que a cada paso, me decÃa: `Dale Negro, no aflojés, ahora o nunca`. Ahora o nunca no sé de qué, si no corrÃa ningún peligro. Bah, no lo sé, tenÃa la sensación de que iban a salir los indios y me iban a cagar a flechazos. Me acordaba de John Wayne y me repetÃa: coraje, John, coraje. No sé, tonterÃas de borracho. Lo que sà sé es que a medida que avanzaba, el viento del sur iba limpiando y me enfrenté ya de pie, con el descampado, donde surgÃan, como si fuesen los foquitos de una escena, las primeras estrellas. Sobre el olor ascendente de la hierba mojada sentà como que no sabÃa bien quién era, ni hacia donde me dirigÃa. Uno de los perros me habÃa seguido y se sentó a mi lado. Nos miramos y absurdamente le pregunté: `¿Y ahora, cómo regreso? ¿Qué carajo hago?`. No sé como sucedió, pero sucedió. Grité: `Yo soy el curda Lorenzo`. Y cada vez con más fuerza, y me pareció que Lorenzo me respondÃa con una pregunta que yo no habÃa sabido escuchar, que perduraba entre bastidores, susurrándome en los oÃdos cada vez que entrábamos a un escenario. Una pregunta que volvÃa a tirar de algo mÃo, extraño e inexplicable, que no supe ni sabrÃa responder, pero me puse a representar: romanos y romanas. `Vengo a inhumar a César, no a ensalzarle. Lo que hacen los hombres perdura sobre su memoria`.
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