Llamale Avignon si te gusta, es la calle de las putas; una calle de putas como las de cualquier ciudad. En Rosario cambia seguido de nombre. Un dÃa podés encontrarla en el centro, otro en la zona de la terminal, otro por el oeste, depende de las ganas de joder que tengan los vecinos. Pero siempre es la misma, es igual en todos lados, en Buenos Aires, en RÃo, en Montevideo.
Ahà está Selena, es la que masca chicle con más espamentos que las otras chicas; apura el paso, parece que con cada taco quisiese perforar el asfalto. Pac, pac, pac, pac. ¿Sabés por qué camina asÃ? Porque el taconeo la alivia, le dice que es ella, que hay algo más en ese cuerpo que unas tetas inventadas y un culo desmesurado. No para de caminar mientras las otras chicas secretean debajo de aquél árbol gris, ése de corteza roÃda y embichada. Qué actitud esquiva, decime si me equivoco. ¿Viste? ¿Viste que es asÃ? Dejame que te cuente por qué anda con esa cara, ella no actúa siempre de esa manera.
Esta noche se mantiene al margen porque espera a Paco.
Y Paco no llega. Eso la entristece mucho; y encima, como para no dejar morir la melancolÃa en un instante de nada, se revuelca en el pasado.
Selena taconea fuerte para confirmarse mientras sufre los bocinazos y cierra los ojos para volar a esa mierda de pasado que no la deja en paz. Le echa la culpa al pasado, pero vos y yo sabemos que el tiempo no tiene culpas. Lo sabés, supongo, ¿no?
¡Che, nos falta un "win"!, ¿te prendés, macho?
Estos pendejos, yo no sé quién les da letra; siempre las mismas boludeces, ¿no se cansan? No, qué se van a cansar, si no son los mismos. Son pero no son, ¿me entendés? Una pendejada arquetÃpica, como para que entiendas, vos, que gastás el berretÃn de los libros.
Es viernes; Selena ama y sufre los viernes; son los dÃas de Paco, tan educado y tÃmido, tan inteligente detrás de la mirada medrosa; pero también son los dÃas de los nenes de papá, siempre en grupos, insultándola.
Selena sabe que son pendejos cagones, porque cuando ella se les arrima, rajan despavoridos; fijate los del Ford beige. ¿Qué le dicen? No sé, no los oigo. Ahora seguro que Selena se les acerca con ese paso de gata que. ¿No te digo? Ahà va; ja, son todos iguales, puñeteros de viernes; mirá cómo aceleran y se pierden en un estruendo agudo de ruedas arando el asfalto.
--¡Puto de mierda!
El grito se pierde en la distancia.
Selena consulta el reloj por quinta vez en un minuto; está ansiosa porque Paco no llega. ¿Cuánto hacÃa ya que soñaba con Paco? Ella, la verdad, no lo recuerda con exactitud; Paco llegó a la vida de Selena casi como un fantasma: vestÃa de negro, llevaba un pequeño maletÃn debajo del brazo, caminaba con pasos cortos y apurados; se sujetaba los pantalones por encima de la cintura; sus movimientos eran torpes y hablaba apelotonando las palabras.
¿Será distraÃdo o sencillamente estúpido?, se preguntó Selena cuando lo vio.
Aquella vez, sin rodeos, Selena le comunicó la tarifa y él aceptó sin discutir. Fueron al hotel de la otra esquina (en Avignon, hay hoteles en todas las esquinas, vos sabés). El se quitó la ropa cuidando de no arrugarla; colgó la camisa en el respaldo de una silla y dobló el pantalón respetando meticulosamente la lÃnea del planchado; temblaba de miedo. Selena, sentada en la cama, tuvo que reprimir una carcajada para no acobardarlo más: Paco la miraba desde la punta de la habitación, todavÃa llevaba puestos los zapatos. Y las medias azules; vestÃa calzoncillos blancos con rayas rojas; una musculosa blanca ceñida al cuerpo le resaltaba el abdomen. El habÃa entrelazado las manos delante de la bragueta: sentÃa vergüenza por la erección. Selena estaba confundida; habÃa visto infinidad de tipos desnudos, pero nunca tan patéticos, tan tiernos como Paco.
El se acercó lentamente y se sentó junto a ella; no hablaba; sudaba y temblequeaba como ya te dije. Ella lo acarició para tranquilizarlo. Le tomó una mano, la besó con dulzura, y se la llevó a esos pechos medio duritos que le implantó un cirujano plástico chileno. Paco le mostró los ojos; habÃa en ellos un brillo que antes no tenÃa y que le otorgaban otra identidad. Ese instante, para Paco, fue un salir de la burbuja; entreabrió los labios y los acercó a los de Selena; le rodeó la cintura con un brazo renacido y se abalanzó sobre ella; le apretó con más fuerzas las tetas; metió las manos en la entrepierna y..
Paco, Paco...
HabÃa creÃdo que Selena era mujer y cuando descubrió la verdad se asustó. Selena no supo si por esa reacción debÃa ofenderse o qué: en parte le hacÃa feliz pensar que alguien la habÃa creÃdo una mujer de verdad.
Asà fue el primer viernes. Paco le pagó y se fue sin decir palabra.
Regresó la semana siguiente. Llegó a la misma hora, llevaba puestas las mismas ropas. Selena lo reconoció a la distancia.
"¡Negro fiero!" gritó alguien.
Selena iba a putear, pero se contuvo por Paco.
"Usted no me parece fea... feo. Fea. Perdón", le dijo.
Selena, avergonzada, bajó los ojos; fue una reacción espontánea, real, una sensación que experimentaba por primera vez.
Fueron al mismo hotel, a la misma habitación; repitieron cada una de las secuencias del viernes anterior. Pero dentro del cuarto, la simetrÃa se quebró: Paco no se quitó la ropa; permanecÃa de pie junto a la puerta, vestido y acobardado.
"Sólo quisiera hablar con usted; lo mismo le pagaré por su tiempo", le dijo.
Esa fue la noche que Selena se enamoró de Paco. Casi no pudo seguirle la conversación porque le atormentaba la duda de si debÃa aceptarle el dinero y ensuciar aquel momento. Tal vez él. Tal vez él tampoco. Pero al cabo de dos horas, Paco le extendió dos billetes de cincuenta. Ella los tomó; le quemaron las manos, eran billetes de tristeza, te juro.
El tercer viernes...
--¡Puto mugriento!
Fue idéntico al anterior. Y el cuarto. Y el quinto. Y todos los que le siguieron; Selena no recuerda cuántos viernes han sido de Paco; no los cuenta, no le interesa el tiempo salvo ahora, que mira una y otra vez ese reloj mal parido.
"Usted no me parece fea", le habÃa dicho él.
Los viernes de Paco, dos horas de Paco. Selena vive porque existen los viernes y porque durante ese dÃa dos horas son de Paco; de ella y de Paco.
Paco se demora; el minutero ahora vuela y Paco que no llega.
--¡Por qué no te vas a lavar el orto, negro puto!
Paco es la vida...
--¡Puto del orto!
Pero no llega.
Llora.
Llora.
Selena llora.
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