A la casa la recuerdo poco, casi como en sueños, y su imagen es más que nada una sucesión que fui construyendo durante toda la vida. Estaba al costado del canal hondo en Colonia "La Catalana", creo. O tal vez no correspondiere exactamente a ella pero vamos -provisoriamente a decir (si me lo permiten los correctores de recuerdos ajenos) que estaba allÃ.
Lo que recuerdo es que no tenÃa nada que ver con todas las construcciones a la que mis escasos años estaban acostumbrados. En las chacras de entonces se levantaban las casas de ladrillos asentados en barro, con techos de chapas, tal vez galerÃa al frente y sobre el mismo techo una sobrecubierta de cañas o mero pasto, es decir alfalfa seca para defenderse de los soles machazos de la pampa.
Pero vi también casas más parecidas a ranchos, con paredes de barro que rodeaban un interior de cañas o palos secos. Y arriba chapa herrumbrosa. Lo demás lo arreglaban los árboles: ParaÃsos, sauces, fresnos o algún sauce llorón para el mate posterior a la siesta.
En cambio esta casa que recuerdo es la última chacra de mi abuelo -la única que conocà ya que en las varias y sucesivas anteriores yo no habitaba este mundo . Con mi tÃo "Pancho" diferimos en el recuerdo de esa casa, único testigo de ella que me queda, porque se la llevó un incendio.
HabÃa sido edificada en los últimos años del siglo XIX por uno de los primeros pobladores de la colonia, el alemán don Juan Burki, de generosa y fiel memoria a todos los que conocieron su humanidad, su vocación de servicio. La casa era maciza y se veÃa pronto, apenas uno se arrimaba a la tranquera de la cual la separaban un poco más de cien metros, aventuro hoy.
Una galerÃa de arcadas amplias, una balaustrada de ladrillos y mármol y los grandes baldosones rojos del piso eran una invitación a la frescura, ya que en el frente, es decir delante de esa galerÃa no recuerdo ningún árbol. HabÃa y muchos, pero estaban en los patios traseros donde reinaba un inmenso molino que proveÃa de agua no sólo a la sed de la hacienda y la caballada (que era numerosa en ese tiempo porque no habÃa llegado la mecanización rural) y tenÃa además cañerÃas de plomo que la proveÃan a toda la casa, en especial a la cocina y al baño.
Es probable que alguna vez nos hayamos quedado a dormir, porque recuerdo un alba luminosa y el ruido de un tropel desprolijo de caballos que uno de mis tÃos habÃa ido a los hondos potreros a buscarlos con el "nochero" que permanecÃa atado a un palanque para tal función.
Recuerdo o creo recordar mis pasos vacilantes de sueño que entraban a esa gran cocina donde dominaba esa inmensa "cocina económica" Nº 3 de hierro fundido donde ya la leche espumosa era entibiada por las manos hacendosas de mi abuela, quien me la servirÃa pronto en esos inmensos tazones sin asa que mi recuerdo retuvo como el utensilio usado en toda chacra que se preciara de tal. Unas cucharadas de cacao o café para acompañar el sabroso pan casero, esa generosa rodaja con esa manteca también casera que mi paladar extravió para siempre, ya que nunca más comà nada igual.
Para el tiempo de mi relato no sé si el campo pertenecÃa a don Juan Burki (que no conocÃ) o a su familia. Pero mi padre siempre se referÃa cuando hablaba de ese tiempo de esta manera: "Cuando el viejo IsaÃas estaba en la chacra de Burki". El viejo IsaÃas es obvio, era mi abuelo, pero él se referÃa como a un tercero, como si no fuese su padre. Para el caso es lo mismo porque mi familia nunca tuvo un mÃsero palmo de tierra a su nombre. Al campo sólo lo sufrieron y todos debieron emigrar en busca de mejores horizontes.
Lo cierto que esa casa sobresale como un promontorio de mi memoria por su solidez y su belleza, y cuando la recuerdo viene a mi mente los comentarios de mi hermano: Los alemanes adonde iban se procuraban las mÃnimas comodidades que traÃan de sus pueblos o lugares de origen.
Otra de las imágenes más remotas, que tengo, porque de ese campo mi abuelo se debió ir cuando yo no pasaba los cuatros años, es una tarde en que mis dos tÃos menores -Eduardo y Aurelio aún estaban con el viejo. Me llevaron a pasear por el campo, caminando (o tal vez me hayan llevado a cococho) pero yo me veo caminando con ellos por el canal, que estaba lejos de la casa y que desaguaba la inundaciones de la Colonia. Para el tiempo de mi relato estaba seco, podrÃamos andar cómodamente por su cauce.
De pronto, Aurelio, el "Rubio" como todos le decÃamos, se fue hasta el costado barrancoso y metió una mano en una especie de hueco que él mismo habÃa cavado allà y sacó una pelota de trapo, me la mostró y la volvió a guardar. Hoy colijo que la habÃa escondido allà porque mi abuelo les destruÃa todo lo que fueran distracciones que los alejaran del trabajo. Y mis tÃos menores eran en ese tiempo, dos machachones llenos de vida y de inocencia campesinas.
Cuando regresábamos vimos una muchacha morena, de vestido rojo, de grandes ojos negros que nos estaba mirando parada en la barranca. Cambió algunas palabras con Aurelio y seguimos.
Es la novia de aquél- dijo señalándolo con picardÃa.
El "Ñato" iba unos metros delante nuestro y no dijo nada.
Pero cuando llegamos al puente y estábamos subiendo le miré los ojos y los tenÃa turbados. Estaba con el rostro granate de vergüenza y mi otro tÃo, el más chico, el "Rubio" largó una gran carcajada que se perdió sin gloria entre los altos pastizales de los costados del camino.
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