Nadie lo sabe, pero yo te vi. CorrÃas hacia el norte por la calle desierta. Más que un reflejo fue una premonición. La piedra cayó a los pies de la cama con un ruido sordo amortiguado por la alfombra. Las luces de la casa se encendieron, también las de las casas vecinas. Poco después llegó el vigilante nocturno, soplando el silbato como un árbitro de fútbol sin autoridad. Algunos minutos más tarde apareció la policÃa. El patrullero avanzaba por la calle velozmente, con las luces encendidas pero la sirena silenciada. Nadie sabÃa nada. Nadie vio a nadie. Yo sà te vi; te vi correr hacia el norte y perderte en la noche. Pero no dije nada y al dÃa siguiente papá repuso el cristal de mi ventana.
HacÃa frÃo. El resto de la noche lo pasé en el sofá de la sala. No dormÃ. Pensaba en vos. Pensaba en tu carrera y en el cristal destrozado. No dormà pero tampoco lloré. Papá preparó café y lo tomamos en silencio. Antes habÃa intentado una conversación conmigo, pero yo no tenÃa ganas de hablar y él estaba (aunque no lo dijera, aunque le aterrara que me diera cuenta) asustado. Probablemente creÃa que el ataque habÃa sido una advertencia dirigida a él. Los negocios de papá no eran del todo limpios. Yo lo sabÃa. Y él más que yo. Me hubiese gustado tranquilizarlo, pero no quise hablar. No quise traerte de nuevo a mi noche cuando ya te habÃas alejado. Te vi. Nadie lo sabe, pero yo te vi.
Vi asomarse el sol desde la ventana de la sala. Luego papá me sacudió suavemente de los hombros y desperté para desayunar. HabÃa caÃdo en un breve pero profundo sueño. Diez minutos, a lo sumo media hora. Fueron suficientes para sentirme descansada. O con el adormilamiento normal de todas las mañanas. Sólo después del almuerzo sentà que mi cabeza se apagaba. Bebà el café con leche, comà las tostadas, saludé con un grito a papá --que estaba en el baño-- y salà rumbo al colegio.
En el camino recordé a mamá. Pero fue un recuerdo muy breve. Una imagen que se pasa rápido, como foto de revista Gente en una sala de espera. La imagen de mamá se transformó en una plaza ya lejana, y la plaza en el aroma del praliné. Me sorprendió que pudiera recordar un aroma. Lo creÃa imposible. Los aromas nos traen recuerdos, pero no se recuerdan los aromas. No al menos con la nitidez de las imágenes. Puedo cerrar los ojos y ver la cara de mamá como si la tuviera delante de mÃ. Pero no puedo recordar el aroma de praliné como si lo estuvieran cocinando en mis narices. Es imposible. O al menos eso creÃa. Porque la plaza lejana se transformó en aroma y era todo como vivir en un sueño. Asà y todo me costaba creerlo y me hubiera consumido el dÃa en aquella discusión si no fuera porque vino papá a sacudirme suavemente de los hombros y a avisarme que ya estaba listo el desayuno. Me senté y miré el sol escondido entre las ramas de los plátanos y me pregunté si no habrÃa soñado que vi amanecer. Me sentÃa como un trapo, pero no distinto a cualquier otro dÃa antes del desayuno. Papá me dijo que durante el dÃa cambiarÃa el cristal de mi ventana y entonces supe que tu carrera no habÃa sido un sueño.
Camino al colegio no pensé en mamá. No querÃa recordarla. Y creo que era esto en lo que pensaba. En no recordarla, en no pensarla. Pero a vos sÃ. A vos te querÃa recordar. Cerré los ojos para traer tu imagen y sólo vi tu sombra perdiéndose en la noche, a la carrera, rumbo al norte. La mañana se fue entre nubes de palabras y humo de cigarrillos. No sé si abrà alguna carpeta, si tomé apuntes, si hablé alguna cosa con Flavia, si me escabullà más de una clase para encerrarme en el baño a fumar.
De pronto me vi camino a casa. HabÃa un sol muy brillante al mediodÃa y, aunque debilitado de invierno, me herÃa los ojos. El nuevo cristal de mi ventana no lo reflejaba, porque ahora estaba en sombras y el sol apenas tocaba el patio trasero, la ropa tendida. Los árboles. Arrojé las carpetas sobre el sillón en el que pasé el resto de la noche y, sin probar bocado del almuerzo que me habÃa dejado listo papá, subà a mi cuarto y me desnudé. QuerÃa mantenerme despierta. Desnuda y despierta sobre mi cama. Pero al rato estaba en la cocina devorando mi almuerzo y media hora después sentà que mi cabeza se apagaba. Un interruptor, click, las luces perdiendo intensidad y las voces de los diálogos que --permanentemente-- imaginaba aumentando volumen y claridad. ¿Quiénes dialogaban? No lo sé. No siempre eran personas conocidas. Y no siempre estaba yo. Eran ideas, opiniones, frases salidas del más común de los lugares mientras la vertical de mi cabeza se vencÃa. Y entonces me daba cuenta de que ya no podrÃa resistir más en pie. Volvà a mi cuarto y me dormÃ. Desperté ya entrada la noche. Estaba aturdida. ¿Era hoy, era ayer? Me asomé a la ventana y en la calle no habÃa nadie, no habÃa nada y de pronto tu sombra. Cuando me viste ya era tarde, habÃas lanzado el proyectil. Por reflejo me movà hacia un lado. El cristal estalló y me mordà la mano para no gritar. La piedra cayó a los pies de la cama. Regresé a la ventana y vi tu sombra alejándose hacia el norte, a la carrera. Te vi. Nadie lo sabe. Ni papá, ni el vigilante, ni los vecinos, ni la policÃa. Nadie. Sólo vos. Y esa noche no puede dormir.
Papá me preparó una cama en el sofá y después del café se fue a dormir. Me cubrà con las frazadas y poco después vi clarear, la madrugada; cerré los ojos para ocultarme del sol. Me concentré en tus ojos, en tu carrera y en la mano de papá sobre mi hombro; me llamaba para desayunar. Me dijo algo sobre un cristal que tenÃa que cambiar. Subà al cuarto para vestirme y vi la piedra y sentà frÃo. Fui al colegio, pasó el dÃa y ya en casa no quise cenar. Pero más tarde no dejé ni una miga de la comida que me habÃa dejado preparada papá. Subà al cuarto y me asomé a la ventana. AsÃ, el mismo dÃa. Arrojaste la piedra pero ya no me quise mover nunca más. Caà a los pies de la cama y papá me sacudÃa de los hombros, me querÃa despertar. Yo estaba cansada de ver tus ojos, tus manos, tu odio, tu intención. No me movà y el destino al fin se cumplió. Nadie lo sabe, pero yo te vi.
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