Vistos desde afuera del barrio y con el estómago bien acostumbrado, en Las Flores todos son chicos malos. Desde adentro, en boca de ellos y de sus mayores, esa condición de violencia es una consecuencia de la falta de oportunidades, pero también de vivir deseando tener y no poder. "Aprenden lo que la sociedad les enseña, aunque no le provea", resume el párroco Néstor Negri. Marcelo también lo explica en tercera persona, pero habla por experiencia propia: "Si te criás acá, no tenés mucho para elegir. Si sos blandito vivÃs perdiendo, pero tampoco hay que ser gil y comerse cualquiera por hacerse el guapo. Lo que pasa es que si vas a pedir laburo y decÃs que vivÃs en Las Flores, chau, olvidate. Nadie te va a dar un trabajo". Para este muchacho, lo natural es sentarse en el tronco tumbado de Petunia y Flor de Nácar con sus amigos. Lo que suceda después, no. Dice que no hay otra cosa para hacer. El era un niño hace diez años, cuando la PolicÃa mató a Pocho Lepratti en la terraza de la escuela Serrano, y cuando campeaban los tiroteos entre Monos y Garompas, dos bandas que se disputaban el control de la venta de drogas. Al margen del estereotipo periodÃstico que construyó esa historia, en el barrio hoy dicen que esa guerra terminó, pero más de un abogado penalista sostiene que "la mitad de los ajustes de cuentas" que ocurren hoy en la zona sur tiene que ver con aquel origen.
Esquivar la violencia en Las Flores es difÃcil. La presencia del Estado y de instituciones es insuficiente frente a tanta marginación explÃcita. Fuera del centro barrial -la plaza Itatà de Flor de Nácar y Heliotropo- las calles están regadas de basura, en parte porque el oficio de muchos allà es el cirujeo. El barrio está surcado de zanjas con agua servida porque no hay cloacas. El colectivo 140 entra regularmente durante el dÃa, y quién sabe cuándo a la noche. Como los taxis allà son una rareza, el recurso frecuente es subirse a un Renault 12 descascarado en la remiserÃa frente a la plaza. Desde calle Hortensia hacia el sur, la degradación es más elocuente. Al caer la tarde se ven los primeros fuegos en lo que deberÃan ser las veredas. "Es que ahà hace tres dÃas que no tienen luz. Entonces la gente tiene que apechugar el frÃo de alguna manera", razona Carloncha, la travesti que trascendió los lÃmites del barrio al frente de su comedor comunitario "Los chicos libres", donde reparte más de 300 raciones de comida, dos veces por semana.
Carloncha señala el cablerÃo furtivo que cruza el cielo de las calles y explica lo que pasa: "No se paga luz, agua, nada, por que no nos dan la propiedad de las casas (sic), pero también cuando se rompe algo acá nos dejan a la buena de Dios".
Todas las casas son bajitas en Las Flores, con gran variedad de texturas, materiales y colores, porque cada uno refacciona o amplÃa la propia como puede. Esa manera de ir haciendo arreglos en las viviendas parece replicar la forma en que muchos se procuran la comida diaria: a los saltos. Van de un comedor comunitario a otro, a la parroquia, algún piquete cuando alguien llama, algún polÃtico que visite el barrio en estos dÃas pre electorales.
Juan Cruz
Ramona Zapata reacomoda la bombilla en la yerba lavada y vuelve a endulzar el mate con más azúcar. Lo señala: "Esta es mi comida hace tres dÃas", asegura. Ramona, a diferencia de muchas vecinas, habÃa conseguido "sacar derechito" a uno de los suyos: Juan Cruz, el nieto que crió desde bebé, cuando su hija murió por HIV contagiada por su marido. De cinco hijos, Ramona vio morir a dos por el virus, un tercero está en silla de ruedas "por andar de loco", y otros dos trabajan y formaron familia, pero ella dice que no puede pedirles ayuda. Trabaja en el programa municipal "Rosario más limpia", y cobra por ello 850 pesos mensuales, pero sabe que en tres meses termina su contrato. Teme lo que suceda después. Lo otro es la Singer vieja con la que hace arreglos de costura. "Ahora tengo dos pantalones para coser, y sé que van a entrar 10 pesos con eso", dice esta correntina que vino del Bajo Ayolas hace 30 años, cuando el gobierno de facto de la dictadura militar hizo el barrio. "Ya tengo 53 años, no voy a poder volver a la ruta como antes, cuando criaba a mis hijos. Tendré que agarrar una bicicleta y salir a cartonear", se resigna Ramona. Si su nietohijo viviera, todavÃa seguirÃa cobrando la Asignación Universal por Hijo, al menos.
La PolicÃa no lo tenÃa marcado, y eso en Las Flores es un alivio que dura poco. Ramona se enorgullecÃa de que Juan Cruz no tuviera otra adicción más que la play station, y que nunca hubiera delinquido. "Yo le hablaba mucho y él me habÃa prometido que iba a terminar como los tÃos. Era inocente, nunca habÃa agarrado un arma, ni se drogaba ni nada", evoca Ramona.
El chico tenÃa 16 años y ya habÃa trabajado con un vecino haciendo carteles, pero ya no. TenÃa que hallar pronto otro rebusque. El 27 de abril a la tarde se juntó entre amigos en Guardia Morada y Estrella Federal, y por jugar con un revólver ajeno se mató de un tiro.
"Acá los chicos no duran mucho, se ponen a joder y le pasan estas cosas", concluye Carloncha. "Los padres tratan de rescatar a sus pibes, pero a la noche no tienen para darle comida, entonces el pibe dice 'bueehh, entro a una casa y robo'. No le queda otra. Los pibes quieren laburar, pero no le dan oportunidad, entonces están en la esquina, al pedo. No tienen en qué ocupar la mente", opina la militante del barrio. "Mi hermana sà pudo enderezar a mi sobrino. Le consiguió un trabajo afuera, por medio de parientes del marido, y asà lo sacó del barrio. Ahora está bien el nene. Cambió de aspecto, la forma de hablar, de tratarte, pero se tuvo que ir", apunta. Carloncha dice que "droga hay, sÃ, pero como en cualquier lado", y que "la PolicÃa no existe: no tienen auto ni nada, y un comisario con 2 o 3 policÃas ¿qué puede hacer"". "Vas a la comisarÃa y te atienden por una ventanita", desdeña Ramona.
En los últimos dÃas de junio el barrio volvió a tener sangre en sus temas de conversación: el 27 asesinaron a Claudio Sanabria (29 años) con cinco balazos; al dÃa siguiente, el intento de homicidio de un chico de 17, y el sábado 2 ocurrió la comentada persecución de un policÃa del Comando Radioeléctrico sobre Esteban R. (25), a quien hirió de un tiro en la ingle adentro de la parroquia Nuestra Señora de ItatÃ, frente a la plaza principal de Las Flores.
Jóvenes Ni-Ni
El Programa Joven, que procura reinsertar en la escuela a los chicos que dejaron de estudiar, y los talleres de otro programa preventivo para quienes están en situaciones de consumo y adicciones son las dos polÃticas con las que el gobierno municipal opera en el barrio. Apunta a los jóvenes que en la jerga de quienes trabajan problemas sociales llaman "jóvenes ni-ni": ni trabajan, ni estudian. Pero los chicos -admite José Catena, director del Centro de la Juventud- son reacios o inconstantes en acudir a las actividades que organiza en el barrio. "Todos los jóvenes hoy son renuentes al acercamiento institucional, no sólo en Las Flores, y si el Estado opera con lógica adulta no puede seguirles su dinámica. Por eso vamos hacia ellos con los miniequipos, que son tres profesionales jóvenes que los contactan en la esquina donde se juntan, y procuran establecer un vÃnculo. Luego se trata de integrarlos a alguna actividad colectiva, capacitación laboral, apoyo escolar, según cada caso. Pero no es una tarea sencilla. El problema es complejo y no tiene una sola causa", explica el funcionario municipal. Y añade otro factor que atenta contra la inclusión: "Los jóvenes son muy territoriales, les cuesta trasladarse por la ciudad no sólo por cuestiones económicas sino por otros problemas que les supone andar por el centro u otro barrio: peleas con otros jóvenes, persecución policial, discriminación".
Hasta hace cinco años, la escuela secundaria más cercana a Las Flores era la de Arijón y San MartÃn. Lejos para cualquiera, y más en este caso. Desde que la Nación impuso la obligatoriedad de la enseñanza media, las parroquias Nuestra Señora de Itatà -en Las Flores- y de San MartÃn de Porres -en el barrio contiguo San MartÃn Sur- añadieron el cursado del secundario. El año pasado fue la primera graduación: sólo 30 chicos entre ambas escuelas terminaron el 5° año. HabÃan comenzado 120. En Las Flores hay más de 20.000 habitantes.
"Antes, sin secundaria, era más paradójico luchar por estos chicos. Ahora, al menos contamos con eso, pero hay mucha deserción. Ojalá que de a poco se acostumbren a concurrir. Hay que seguir poniéndole el pecho al problema", remarca el cura Néstor Negri.
Negar el origen
Cristian tiene 30 años, un hijo de 3 y la beba que nació hace un mes. Pero él se separó hace una semana de su compañera, y ahora trae al nene a la plaza ItatÃ. En eso, la plaza, los niños y sus juegos son como los de cualquier lugar de la ciudad en una tarde de sol. "Lo dejo jugar un rato hasta las cinco, después lo llevo con la madre porque acá se pone pesado. Cualquiera se la pone a cualquiera, toman algo y se desconocen. Lo del pibito baleado el otro dÃa es lo de siempre. Todo son broncas que tienen que ver con la falopa, o por ver quién se la banca más", cuenta por fin, sólo cuando su madre deja de escrutar al extraño que hace preguntas y se asegura de que el fotógrafo no lo retratará. El sà tiene la suerte de trabajar en una fábrica de aberturas, pero para hacerlo debió mentir el domicilio. "Si no, no entraba", dice.
La charla se interrumpe por el súbito aullido de un muchacho de edad imprecisa, harapiento, que deambula por Las Flores pidiendo monedas que luego troca por una bolsita de pegamento o un tetrabrik, según le alcance. Ahora está recostado en la vereda, el poxiran se le pega en la barba, y de tanto en tanto pega un alarido que unos vecinos, sentados en ronda sobre la calzada, festejan con risas. "Ese es Carlitos, está todo el dÃa asÃ, pero es bueno, no jode a nadie", lo presenta Cristian, acostumbrado.
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