MÃnimo movimiento, el de una mano sobre el cenicero; aplasta la colilla del cigarrillo que dejó consumir entre los dedos; apenas una pitada, la del comienzo. Luego, los brazos a los lados del sillón; las cenizas, poco a poco, en el piso. MediodÃa; llueve; apenas un rumor de luz, claridad agonizante. Llueve y las gotas sordas, pesadas, rebotan sobre el cristal de la ventana, el murmullo es constante. Adormece. Dos horas desde la última vez que se levantó para ir al baño. Necesita orinar. Parpadea. Decide aguantar. Respira como en letargo. Si no fuera por los pensamientos, si no fuera porque se siente tan bien en ese inmóvil estar, entonces podrÃa decirse que sÃ, está aletargado. Y es que ni siquiera contempla. No hay nada, absolutamente nada fuera de sus pensamientos que atraiga su atención; ni la lluvia, ni los relámpagos, ni los truenos. Nada. La vida transcurre inside (no adentro, no en su interior; inside). Tampoco la palabra es vida. La vida es finita, prisionera del tiempo. No tiempo, no vida. Lo que transcurre inside carece de tiempo. Transcurre, sÃ. Pero no en el tiempo. Inside es un paraÃso, tal vez un refugio. No siempre amigable. Pocas veces amigable, en realidad. Tampoco es cierto que carezca de tiempo; inside está ligado permanentemente con el exterior. Las cosas pasan allà afuera, también; sólo que no interesan más que para compararlas. El afuera exige atención; hay alarmas: el hambre, el deseo sexual, las necesarias descargas residuales, excrementales. Inside es como mirar televisión. No cable. Televisión abierta. Un solo canal, tal vez dos. Un ruido permitido nada más que para estar ahÃ, como un ancla, una cuerda, un aviso, un recordatorio. La tv es inside. También afuera y pasan una pelÃcula. Ya la vio. Ya la vi. MÃnimo movimiento, el de las manos recogiendo el control remoto; inside se esfuma y aparecen las imágenes de un Cristo torturado atravesando su calvario. Mel Gibson. La pelÃcula de Gibson. Deplorable. Plano cerrado, las manos de Manuel. Toman movimiento. Escriben inside, escriben mÃnimo movimiento y luego un punto. Inside ha regresado. Respira. SonrÃe. Otro cigarrillo se quema entre sus dedos. ¿Cuándo lo encendió? La Heineken está helada.
Ya es hora.
Apaga la pc. O apaga la computadora. Antes hubiera escrito apaga el ordenador. Antes, ya no; la escasa concesión que se permitÃa al escribir para concursos españoles. Mandó dos, tres veces, épocas de escasez. Luego se cansó. No lo intentó más. Ahora tiene el dinero para las copias y el franqueo, lo que no tiene es confianza. Lo que no tiene son buenos cuentos. Novelas sÃ, pero el tipo de cambio es asesino; asesino serial que gusta de matar bolsillos de cuanto original y tres copias encuadernadas ande suelto por ahÃ. Las novelas, en los cajones. Novelas de esto y de aquello. Novelas. No velas. No. Velas. Están ahÃ. Velas. No
La Heineken está helada y el cigarrillo sabe bien. Sabe, tiene buen gusto. Sabor. Nevera = heladera. Sabe bien = tiene buen sabor. Se ahorra una palabra. Por eso prefiere escribir sabe bien. Por el ahorro, menos esfuerzo por parte del lector. Menos palabras, más veloz se avanza en la historia. Historias. Escritores que escriben historias. Son muchos. Velan. Sà velan. Y escriben mucho; hiperconciencia. Luego terminan, se duermen. No velan. Ya todo está escrito. En la tv, las tetas de Halle Berry. Inside desaparece. ¿Eso solo? ¿Nada más? Fue apenas un flash. Las tetas de Halle Berry. Inside. Pero ya es hora. Bebe la cerveza, aplasta la colilla. Sale a la calle. Hace frÃo, ¿3, 4 grados? Viste Jeans y remera de mangas cortas. Regresa por abrigo. Suéter, campera. Es un pulóver, pero ahora escribe suéter. No ahorra nada, el viejo término es claro, no se presta a ninguna confusión, salvo que antes lo escribÃa pull over. O era pullover. De uno u otro modo lo vio escrito hace mil años en cuento de Cortázar; hasta entonces, nunca antes habÃa tenido necesidad de escribir la palabra pulóver. Y aceptó que se escribÃa asÃ.
Qué buena está Halle Berry. Inside.
Lorenzo lo esperaba desde hacÃa 5 o 10 minutos; eso le dijo, seguramente estaba ahà desde hacÃa media hora. Lorenzo es un desempleado casi crónico. Su trabajo diario consiste en encontrar maneras de pasar el tiempo. Una espera de media hora, o de toda una hora, no resulta un peso; todo lo contrario, espera que suceda algo que sà o sà tiene que ocurrir. Hay un norte, la brújula lo marca. Y entonces navega despacio, no tiene nada mejor que hacer. Lo que tampoco tiene es dinero. Plata. Pero es preferible escribir dinero, no sé por qué, o no sabe por qué. TodavÃa no decide, no decido, la persona que utilizará, tal vez use las dos. O las tres. Usted me entiende. Entiende que si escribo Lorenzo no tiene dinero, lo hago porque necesito de la frase, del sentido; es un escalón para situarnos en el personaje y sus circunstancias. El personaje: Lorenzo, mi amigo. Las circunstancias: es un desempleado al que no le sobra el dinero, más bien le falta. Por eso espera desde hace media hora o más sentado a la mesa de un bar con apenas un vaso de agua de la canilla, o es que ni siquiera eso tiene. No, ni siquiera. No ordenó por temor a que Manuel no acudiera a la cita. Manuel paga. Siempre me toca pagar. Eso quedó claro desde que el mundo es mundo y se crearon los destinos. Lorenzo no tiene trabajo, no tiene plata, y acaba de citarme en un bar tan alejado de mi casa para decirme que no puede más, que no sabe qué hacer, que no tiene idea de cómo va a atravesar la existencia de ahora en más. De ahora en más. Se peleó con la novia. Está soltero. De ahora en más. Llora. O parece que llora. Habla bajito, susurra. Cero energÃas. Cero pesos. Temo que me pida un préstamo. Se lo darÃa, claro, con la certeza de que jamás me serÃa devuelto. Pero yo también ando escaso; fin de mes, acabo de mudarme. Temo que me pida dinero o un lugar para dormir. No lo hace y me tranquiliza. Pero luego, más tarde, a la noche, me remorderá la conciencia. No podré dormir, entonces encenderé la pc y me pondré a escribir alguna cosa sobre el insomnio y la culpa. Alto, nada de eso ha ocurrido todavÃa. Ahora es el temor. Injustificado temor. Lorenzo se irá sin pedirme nada.
Le cuento de las tetas de Halle Berry, pero parece no importarle. Nada de lo que digo le importa, en realidad. Sólo me necesita como oyente. No lo entiendo. Ahora no lo entiendo. Pasé por situaciones similares, sólo que ya no me lo permito. Desde hace años. Y tengo la sensación de haber sido inmune a las decepciones y las rupturas desde siempre. Por eso me cuesta entender que un hombre pueda sufrir asÃ, pueda humillarse asà por una mujer que lo desprecia. SÃ, lo amaba, o adoraba, pero ahora lo ha despreciado sin que medien razones más coherentes que las del tedio y el temor. Temor a qué. Al tiempo, a la muerte. Todo se reduce a esas dos cosas. A una sola, en verdad: la muerte.
Carlos Paz. Inside es Carlos Paz. ¿Por qué ahora? ¿Por qué Carlos Paz? Tal vez pensé y luego me censuré un consejo que implicaba viajes, sierras y provincia de Córdoba. Carlos Paz. Lorenzo habla y yo me noto un poco más gordo. En fin, cosas que pasan; otra cerveza, por favor.
La Heineken está helada. Lorenzo bebe muy lento, no lo miro porque exaspera. Es mi cuarto vaso, el va apenas por la mitad del segundo. Lorenzo habla, me cuenta lo mismo una vez más? Inside, pero apenas. Yo muevo la cabeza en un inconfundible gesto de atención. Pero inside, un leve inside. Siempre inside. Incluso la culpa, Lorenzo, inside. Y ahora que ya no estás para contarme nada ahà afuera, que decidiste esfumarte del mundo, inside. Lorenzo, ahà sà estás. Siempre estás. Inside. Y estás bien. Siempre estás bien inside.
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