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Viernes, 19 de agosto de 2011
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Rosarinas

Por Bea Suárez
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"Dejé por ti mis bosques, mi perdida arboleda/ mis perros desvelados, mis capitales años desterrados./ Hasta casi el invierno de la vida/ dejé con temblor, dejé una sacudida/ un resplandor de fuegos no apagados./ Dejé mi sombra en los desesperados/ ojos sangrantes de la despedida./ Dejé palomas tristes junto al río/ caballos sobre el sol de las arenas./ Dejé de oler la mar, dejé de verte./ Dejé por ti todo lo que era mío./ Dame tú, Roma, a cambio de mis/ penas, tanto como dejé para tenerte".

Cervantes

La ciudad abre el alba.

Viene desde la eternidad y va hacia allí también. Llena de seres diversos, rosarinos de morosa fatalidad, Quijotes que al amanecer emprenden marcha, por avenidas y calles, hacia trabajos con nombres olvidados, regiones que hacen blanco en el olvido, de tanto trajinar lo mismo, comprar, vender. Comprar y vender. Dos verbos regalados.

La ciudad escucha su vagabundez, el caminar de infancias tempranas en jardines maternales (las madres no acunan, hay que ir al banco a depositar, en vez de encomendarse al otro lado de la palabra, donde hay abuela y misterio).

No hay tiempo, las ideas se agolpan (no los autos en calle Corrientes) los signos se chocan, aparece un azar en el diario de guerra que escribe Pellegrini (viernes 7 pm). Pasan parrillas, bares, taxis, trapitos, universitarios, limpiacoches, limpiavidrios, limpialmas sin dueño. Rápido, muy rápido, la cosa es rápida.

La vida es rápida en la vida.

Rosario urgente. Hay que armar un botiquín para esta batalla de tanta gente (con pena no confesada de andar a las apuradas). Xilocaína, Calma chicha de 500 mg. en jarabe espeso, paciencia, gasa, kilos de seguridad, un velero, viento, arraigo, pertenencia, tela adhesiva, pastillas de carbón, todo en una cajita de tergopol con una cruz roja pintada a fibrón que diga: "Tocar bastante".

Rosario llena de los que no dan puntada sin hilo, de gente que la confunde con un taller de costura. Al divino botón. En vez de remendarla quieren coserla así nomás, en un hilván querer ordenar el tránsito, y el botiquín vacío, no hay nada que la cure y frene. Hay quienes apuestan al cierre relámpago de sus callecitas, a mil, dale que dale sin poder ceder a la tentación de tener más, de ser más, de cobrar más y más.

Caro, liquidación, oferta, cuota, tarjeta, de, crédito, bla, bla, bla, bla, bla. Nadie te salva de la perennidad del desecho. Si, Henri Michaux.

Rosario, ojala fuera como este fin de semana, no hábil, feriada, para hallarle calma a sus aturdimientos. Este domingo habrá lunes. No será pura nafta, porcentajes, guarismos. Qué suerte. Punto crucial de las angustias, smog, vida con ansia de realidad y pocas palabras que, encima, se las lleva el viento. (La palabra, en paz puedo decir: ¡Al fin te agarré!).

Hay nombres de boulevares que en sí mismos señalan las enrancias de itinerarios arbitrarios. Entrañables.

El Bajo rosarino, que conduce sin explicación, uno decide si retrocede o adelanta hacia el río, hasta el río, a verlo aparecer a la par de nuestros pasos, donde no podemos caminar.

Sofocada por las aproximaciones, Rosario fue engendrada en el silencio, al contrario de otras capitales, las del palabrerío. Rosario ama las sombras y las brumas, es por eso que a veces no entiendo el andar de sus automóviles, las Vespas, llenándose de instantes y riesgos.

Sin cálculos ni especulaciones nos exigiría mucho menos --en el mejor de los casos﷓- a soportar, a tolerar el reloj palpitante de la hora del Citi.

Me gusta la ciudad cuando su tibieza insinúa la temperatura de gente fugada de la pantalla.

Quiero volver al remitente, antes de antes, no estar a la moda ni que el teléfono empiece con ciento cincuenta y pico.

Intentar, a mi modo, detenerla un poco, poder entonces entrar en ella. Cuestión, por el contrario, muy difícil.

Entrar cada vez más a Rosario y sus saltos, eso deseo, para volverla una señora generosamente pacífica.

Rosario es una señora generosa, que en sus líneas me inventa.

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