En toda barra habÃa un gordo, y todos los gordos eran buenos. Si este mito se basaba en que nunca se enojaban, se reÃan fácilmente con lindos hoyuelos en los cachetes, al formar la montaña rusa iban siempre abajo y uno se podÃa tirar como si estuviera frente a un colchón o jugando al siete vidas se podÃa chumbar que se iba aguantar todos los pelotazos sin chistar, entonces el nuestro era el más bueno de todos. A tal punto que se habÃa puesto su propio sobrenombre, su nombre era Gabriel Barril. pero nosotros nunca lo llamamos por el apellido, siempre le dijimos barril, desafiando a la señorita Zunilda quien sostenÃa que las mayúsculas en nombres propios o al inicio de una oración se podÃan escribir pero no pronunciar.
Para completar el personaje, barril hablaba con la "z", trayéndole este problema un sólo beneficio, ser el único en pronunciar correctamente el nombre de la maestra, pero por otro lado no podÃa pedir zilenzio por temor a conseguir todo lo contrario.
A la hora de jugar a la pelota, en la cruel ceremonia del pan y queso, siempre quedaba último para ser elegido, con el agravante de que no lo querÃa ninguno de los dos equipos, la tarde que salà a mediar por él, Mario me gritó "llevátelo vos que tanto lo defendés, no ves que este gordo no sirve para nada, ni de arquero puede jugar, lo pongas donde lo pongas se queda mirando los pajaritos".
Dicen que la crueldad no deja de ser verdad, y en este caso era literalmente cierta la acusación, a barril lo único que le interesaba cuando estaba en la calle eran los pájaros, conocÃa la nueva camada de pichones de los horneros que habÃan hecho el nido en el frente de la comisarÃa, cuantas calandrias habÃa en tal árbol, colgaba tachos en los plátanos para ayudar a los gorriones, llevaba mijo en los bolsillos del guardapolvos para las palomas que bajaban al patio de la Zeballos, y al volver de la escuela siempre tratábamos de acompañarlo por miedo a que cruzara Cafferata mirando para arriba, siguiendo el vuelo de alguna tacuarita.
El patio de su casa estaba lleno de jaulas, cada una con un pajarito, jaulones, tramperas, y redes que lo ponÃan de muy mal humor a Adrián, el loco, el poeta del grupo, el que se paraba siempre en un lugar distinto para hacer su comentario en su propio lugar, acción que lo llevaba a chocar con todos, pero especialmente contra el gordo por una cuestión de principios, las aves para el soñador representaban sueños y nadie tenÃa derechos a encerrarlos, ni siquiera un amigo. Para hacerlo enojar, solÃa cantarle un tema de Guarany que decÃa algo asà como "qué tristeza tendrán, los que enjaulan los pájaros, que amargura tendrán, para encerrar su canto...", canción que ponÃa muy nervioso a Gabriel quién siempre le pedÃa lo mismo: "No empezé Adrián, no empezé eh..."
Pero el artista asà como sabÃa apretar, sabÃa aflojar también : "No te enojés, rey del bosque, cambiate que vamos a tomar un helado y de paso miramos algunas canarias".
A nadie sorprendió, entonces, que barril, después de trabajar unos años en una fábrica de bolsas de polietileno, se hiciera echar y con la indemnización abriera una forrajera con ventas de pájaros incluida en Lavalle y Mendoza, lugar que para nosotros fue el último refugio en donde poder vernos de vez en cuando. Cuando pasaba Adrián por el comercio, todo empezaba de nuevo "¿Aquel cabezita negra está preso por causas polÃticas?, ¿Aquellos chilenitos y paraguayitos están detenidos por indocumentados? ¿Ese tordo chaqueño está procesado por ejercer la medicina ilegal en Resistencia? Por lo menos soltá el cardenal, adonde viste un cura preso, gordo chanta".
"No empezé Adrián, no empezé, eh, que ahora que me junté con la turca y sus dos pibes tengo que vender zien pájaros por dÃa".
-No te enojés, benteveo, y poné la pava que te cebo unos amargos, --aflojaba el irónico.
El tiempo fue cambiando las casas y la mentalidad de quienes las habitan, las nuevas leyes y decretos prohibieron la venta de pájaros nacionales y las multas y clausuras fueron creciendo sin pausa ayudadas por la intransigencia de su dueño.
Una mañana, al volver de hacer unos trámites, al doblar Lavalle vio lo que nunca imagino ver, un jeep parecido al de Daktari, parado frente a su negocio, unos chicos disfrazados de Rambo cargándolo con jaulas llenas de pájaros que sacaban de su local, incluyendo a Carusso, un cardenal amarillo que no estaba en venta por ser un regalo de su cumpleaños número diez. Su madre vencida en la vereda alcanzó a decirle al verlo llegar "perdoname hijo, no pude hacer nada".
El que no ahorca cuando aprieta es Dios, pero la realidad suele ser atea y en ocasiones no afloja, aprieta hasta el final. Antes de llegar a ese final barril explotó. Lo hizo ante un inocente, un pibe que trabajaba ad honorem, y creÃa que estaba construyendo un mundo mejor largando pajaritos, un adolescente que nada sabÃa de la acumulación de penas, rencores, impotencias, de ese desconocido que ahora lo estaba tomando del cuello con sus manos transformadas en garras y mordiéndole la cara hasta arrancarle un pedazo.
Se cree que lo hubiera matado de no haber sido por la participación de un compañero de la vÃctima, quien clavó un dardo tranquilizante para pumas en la nalga del gordo.
Por intento de homicidio y desfiguración de rostro estuvo un tiempo en Coronda, donde se negó a recibir visitas, cuando lo trasladaron a la sexta tomé fuerzas y fui a visitarlo.
Para evitar de tocar temas como el de la reciente muerte de su madre, o la fuga de su mujer con un policÃa le compré un libro enciclopédico sobre pájaros nacionales, que ojeó sin mucho interés y que terminó mojándolo con sus lágrimas, cuando después de hablar unos minutos de pavadas, rompió en llanto como un chico.
Después de llorarse todo, insultó, blasfemó, descargó su ira contra el encierro, la cárcel, las rejas, confesó que hubiera preferido estar muerto todo este tiempo antes que encerrado, que sentÃa pánico al saber que afuera pasaban cosas y que él no podÃa hacer nada. Me tranquilicé recién cuando lo escuché ponerle unas fichas al futuro, cuando dijo que a pesar de todo no veÃa la hora de salir para ir a comprar pájaros. Me alegró por un lado, pero me sorprendió por otro, y se lo hice saber "barril, vos vas a seguir en este negocio después de todo el kilombo que se armó". Me contestó rápidamente: "Ni loco zigo, voy a comprar pájaros para zoltarlos, flaco, para zoltarlos".
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