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Domingo, 4 de septiembre de 2011
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Mendiolaza en el retiro

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No puede advertir cuándo se quedó dormido en el sillón y previo a esto, en un instante en que el corazón envejecido le dió un empujón, por qué el cerebro le estaba mandando señales de lugar y fecha desconocidos, con una luz de negrura y un rectángulo de neón que cae volcado cada tres segundos sobre el piso. Se sobresalta. -Tranquilo, se dice. Es una costumbre que ha adquirido recientemente: Hablarse. Es la noche, tal vez la medianoche aireada que mueve la cortinita gris y le trae rápidamente, como para situarlo, olor a polvo mojado de arrabales donde ya el agua ha empezado a caer y un tráfico sin sonido, apenas un bocinazo lejano, sobre la avenida, cruzando el puentecito rojo. Ya está en el mapa de su cabeza. Enciende un cigarrillo y atiende el timbrazo del teléfono. -¿Qué tal la cena...todo... el regalito, eh?. Lo oprime desde el otro lado el Colo, seguramente en su casa ya, mirando la tele. -Uf, si sabía que eras vos ni atendía. -Viejo perro vencido, durmiendo a estas horas cuando hay tanto delito afuera. Larga el humo, recuerda ahora sí a la chica. El Colo apuesta -....Y me la estoy imaginando en la sobremesa, encantada con tus anécdotas de policía noble.....decime... ¿La encandilaste, no?. -Gracias por la cena pero seguís siendo una bestia. -¿Eh, qué te pasa?! se hace el sorprendido y larga una carcajada sonora.

Mendiolaza siente por primera vez que esta conversación es un equívoco, una suciedad de mal aliento y pérdida de tiempo. El colega le había enviado la noche anterior una chica para que le haga compañía. Una menor disimulada en maquillajes y polleras de medias negras. La recuerda ahora: Envuelta en el humo de su cigarrito, puede ser su hija y sin embargo está allí, cumpliendo un mandato, obligada a permanecer y encontrarse vaya a saberse con qué malos lobos perdularios, perjuradores de la carne joven, babazas en su cuerpo ya mutilado, invisiblemente triste. Mendiolaza se sabe ofendido. Sabe también que El Colo sabe que ambos saben; el que se quedó con su sillón cuando pasó a retiro y aún no satisfecho con esto pretende humillarlo, no dejarlo en paz en su retiro, regalarle cosas, rebajarlo, avejentarlo, falsamente protegerlo.

En el fondo lo detesta: Odia la pulcritud, el orgullo sereno, la incorruptibilidad del policía exótico, la eficacia para llegar a una pista y la ausencia de golpes hacia los vencidos. Envidia todo lo que él no podrá ser. El Colo desde el otro lado de la línea con voz serena continúa la mascarada ﷓....¿Una criatura me decís? Vamos, amigo, las cosas han cambiado mucho. Ya no hay nenitas, lo que hay son perritas hambrientas y desocupadas esperando por el alimento. Yo pagué el trámite, intuyendo de antemano que no lo ibas a usar. Me debés una, ¿eh?. Mendiolaza vuelve a sentir la reserva de repugnancia que lo estaba esperando para este momento, mal dormido, con ganas de mear y dolor en las sienes. -Colorado, porque no te vas a la puta madre que te reparió, invita.

La chica azulina de la noche se ha desvanecido en el perfume del cuarto de detective privado; ella ha dejado las migas de la cena y un poquitín de rouge en la piletita del baño. Una nena. El culito erguido y el saco de caperuza azul. Las pestañas como puentes, el collar sobre los pechos. Todo esto lo pudo observar con la tranquilidad de que nada iba a ser mancillado. Una charla de una hora y darle café. El servicio ya había sido pagado de antemano así que no le hizo perder su jornal; ella la azul jovencita aindiada que lo miraba perplejo y sin entender cómo no la tocaba. -Ya vas a entender, recuerda que le dijo cuando la condujo hasta el ascensor de tijeras y le apoyó fraternalmente la mano en el hombro.

El teléfono suena y le rompe el paisaje. Debe ser El Colo. El cree que le debo una, pero es exactamente al revés, me debe a mí y va a pagar en cuanto pueda, en cuanto tenga tiempo de entender si es él quien maneja la red de menores como intuyo y este aroma a juventud de animal prostituído se haya esfumado de mi soledad, en esta noche que tardo en dormirme pensando en fogonazos, calles de tierra con él y yo solos a ver quien gana y en los tremendos ojazos de india de la chica que miraban, hermosos, flamantes, terciados de rimel, sin entender como no la desnudaban y la metían en la cama de este viejo que ahora fuma y fuma esperando la lluvia que debería limpiar todo de ras la mugre del universo que se está quejando en el viento.

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